miércoles, 5 de diciembre de 2012

La obsesión por redistribuir

(El profesor del IESA, Miguel Ángel Santos, afirma que el fracaso económico de Venezuela en términos de producción de bienes y servicios ha sido colosal. Publicado en El Universal, el 27 de noviembre de 2012) 

La semana pasada asistí a una discusión sobre crecimiento de largo plazo en América Latina en la Universidad de Barcelona. Aquí, la pieza de información que más ha llamado la atención de los participantes ha sido el hecho de que la producción por habitante de Venezuela cerrará el 2011 en un nivel similar al que tenía hace treinta y cinco o cuarenta años. Si se ajustan las tasas de crecimiento económico que reporta el Banco Central por las de crecimiento poblacional, cerramos 2011 en el mismo nivel de 1974. Ajustando nuestra capacidad de producción por su poder de compra, estaríamos al nivel de 1969. En cualquier caso, son treinta y cinco o cuarenta años perdidos, estacionados allí, en el mismo lugar en donde nos dejaran Raúl Leoni o Rafael Caldera (I).

Alguien apuntó por ahí que semejante fracaso no tenía precedentes en países que no hubieren sufrido guerras. Se me antojó una observación interesante y me di a la tarea de revisar los datos. El único país con un desempeño en crecimiento por habitante inferior a Venezuela entre 1970-2010 (-6,4% o -0,2% anual) es Nicaragua (-38,3% o -1,2% anual), que en efecto sufrió una larga y cruenta guerra civil. Es decir, es cierto que todos los que están peor que Venezuela (uno, en realidad) han pasado por una guerra, pero no al revés. Hay países en América Latina que han sufrido guerras civiles y conflictos armados internos y aún así exhiben un desempeño muy superior al nuestro. Es el caso de Haití (cuya producción por habitante creció 11,8% o 0,3% anual entre 1970-2010), El Salvador (48,3%; 1,0%), Perú (49,0%; 1,0%), Guatemala (49,5%; 1,0%), Honduras (51,0%; 1,0%), y ya no digamos Colombia (110,3%; 1,3%).

Los últimos catorce años, a pesar de la enorme bonanza petrolera de la segunda mitad, no han cambiado el panorama. Entre 1998-2010 el crecimiento de la producción por persona de Venezuela (ajustada por el poder de compra) cayó 1,7% en total (-0,1% anual). Ese es el segundo peor de toda la región, sólo por detrás de Jamaica (-2,1%; -0,2%). Curiosamente, una de las tasas de crecimiento per cápita más altas del período la registra Cuba, que cabalgando sobre las ayudas de Venezuela logró crecer 76,8% en esos doce años, equivalente a 4,9% anual. A otros países que reciben nuestra ayuda también les ha ido bastante mejor que a nosotros, como Nicaragua y Bolivia (ambos 18,5% o 1,4% anual). Nos han dejado atrás Perú (56,7% o 3,8% anual), Argentina (31,7%; 2,3%), Colombia (24,5%; 1,8%) y Brasil (24,1%; 1,85%). Para México ha sido un período duro, contagiado por la fuerte crisis de Estados Unidos, pero aún así su producción por habitante creció 13,2% (1,0% anual) en estos doce años. Es decir, por dondequiera que se le mire, el fracaso económico de Venezuela en términos de producción de bienes y servicios ha sido colosal. Alguien podría apuntar que faltan los últimos dos años, en donde crecimos alrededor de 5,0% en cada uno. Si, es cierto, he utilizado las cifras hasta 2010 para poder hacer comparaciones regionales en términos de poder de compra, pero no es menos cierto que ese crecimiento empujado a punta de deuda y gasto público será severamente reversado en los años por venir. En el largo plazo no tiene sentido seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. Esa, según me contó un apreciado psicólogo judío, es la definición de locura.

Es natural que una sociedad en donde la producción de bienes y servicios no crece se obsesione con la redistribución. En nuestro país el discurso que hace énfasis en el crecimiento se ha vuelto tabú, banalizado por las cadenas presidenciales en donde se divide el producto interno bruto de Venezuela en bolívares entre 4,30, y luego se insiste en que hemos crecido alrededor de 300% por ciento "en dólares" (como dijo el presidente Chávez, "si algo se duplica es que creció 200%, si se triplica es que creció 300%, y así sucesivamente... "). Inclusive, la expresión "productividad" ha llegado a ser prohibitiva, "suena a neoliberal", mera trampa de la jerga capitalista para promover la explotación del hombre por el hombre. Hemos sido necios según la acepción de Boecio, pues para no caer en esa trampa, hemos caído en otra peor. Si se trata de promover el desarrollo y reducir la pobreza de manera sostenible, en algún momento alguien tendrá que atreverse a levantar la bandera del crecimiento económico y de la productividad, alguien deberá aceptar el reto de persuadir y convencer, de ir mucho más allá del repetir lo que los focus groups (apoteosis de la desconexión política) nos indican que la gente quiere oír.

@miguelsantos12

martes, 4 de diciembre de 2012

Repunte inflacionario

(El economista y profesor del IESA, Pedro Palma, afirma que los controles de precios tienen que ser revisados, pues los mismos están condenando a productores y distribuidores a trabajar a pérdida, lo cual, a su vez, se traduce en desabastecimientos crecientes que a la larga presionan los precios al alza. Publicado en El Nacional, el 03 de diciembre del 2012)

La desaceleración inflacionaria que se ha operado este año en Venezuela es artificial y no sostenible, no debiendo interpretarse ésta como el resultado exitoso de una política que está dominando efectivamente la inflación, sino más bien como un represamiento artificial y temporal de la misma.

Esta moderación, que incluso se ha operado a pesar del intenso incremento de la oferta monetaria debido al aumento desproporcionado del gasto público en este año electoral, se ha debido, por una parte, al recrudecimiento desproporcionado de los controles de precios, particularmente de los alimentos y, por la otra, a la importación masiva de productos de consumo con divisas subsidiadas debido a la alta sobrevaluación de la moneda. Esas dos circunstancias, sin embargo, no son sostenibles en el tiempo. Los controles de precios tienen que ser revisados, pues los mismos están condenando a productores y distribuidores a trabajar a pérdida, lo cual, a su vez, se traduce en desabastecimientos crecientes que a la larga presionan los precios al alza. Los tipos de cambio oficiales, por su parte, están profundamente distorsionados, ya que al haberse mantenido inalterados por largos períodos, a pesar de sufrirse una inflación interna muy superior a la externa, se ha producido una sobrevaluación desproporcionada, que ha hecho que lo más barato que hoy se pueda comprar en Venezuela después de un litro de gasolina, es un dólar al precio oficial. Ello ha incentivado la adquisición de divisas preferenciales, pues con los bolívares que cuesta un dólar se puede comprar mucho menos localmente en comparación con lo que se adquiere con ese dólar fuera. 

Adicionalmente, al haberse disparado el tipo de cambio en el mercado negro, la apetencia por los dólares preferenciales se multiplica, pues resulta un excelente negocio comprar divisas a un tipo de cambio oficial y revenderlas en el mercado paralelo. Todo ello ha obligado a las autoridades cambiarias a restringir el acceso a los dólares preferenciales los cuales escasean cada vez más. Adicionalmente, el bajo precio de la divisa oficial también contribuye al enorme desequilibrio fiscal existente, ya que los bolívares que se obtienen por cada dólar que se convierte son muy escasos. Esto, obviamente, se tendería a corregir con un incremento del tipo de cambio oficial, acción que no sólo aumentaría la recaudación fiscal, sino que también diluiría la deuda pública interna.

Todas las distorsiones arriba enunciadas llevan a muchos al convencimiento de que las tasas de cambio oficiales serán modificadas en el futuro inmediato, es decir, se espera una devaluación del bolívar, la cual, de producirse, encarecería los bienes de origen externo. De hecho, esa expectativa cambiaria, combinada con el divorcio de los tipos de cambio oficial y negro, están generando presiones inflacionarias, ya que, por una parte, el dólar al que todos tienen acceso –el negro, obviamente– se ha encarecido intensamente, y, por otra parte, los precios tienden a establecerse por los costos esperados de reposición, pues aun cuando un productor esté produciendo con materias primas que importó al tipo de cambio oficial de 4,30, no establece su precio basado en ese costo, pues no sabe si al momento de reponer sus insumos lo podrá seguir haciendo con dólares baratos o a un tipo de cambio mucho mayor, por lo que deberá aumentar sus precios hoy para mañana disponer de los bolívares suficientes con qué comprar las divisas más costosas. Igual sucede con el comerciante de productos foráneos, que aun cuando los haya importado a las actuales tasas preferenciales aumenta sus precios debido a la expectativa de devaluación existente.

En resumen, la impostergable revisión de los precios controlados, la esperada devaluación, el disparatado gasto público, la expansión monetaria y las distorsiones cambiarias existentes, harán que la inflación repunte en el futuro inmediato.