jueves, 18 de abril de 2013

Y ahora, la economía

Gustavo Roosen, presidente del IESA, señala que uno de los efectos perjudiciales de nuestra dependencia del petróleo es el impacto de la variabilidad de los precios del crudo sobre la economía. Publicado en El Nacional, el 15 de abril.

Pasado el trasnocho del 14 el país tendrá que ir despertando, en calma o con sobresaltos, a la realidad. El discurso político de la campaña tendrá que dar paso al económico. La situación del país, marcada por el endeudamiento, la inflación, la parálisis del aparato productivo, el desabastecimiento, la debacle de las empresas básicas, la ausencia de políticas económicas claras y confiables, no aguanta más postergaciones. Si la abundancia del ingreso petrolero ha servido hasta ahora para encubrir la ineficiencia y tapar el caos, nada hace pensar que puede seguir siendo igual en el futuro. El tema del petróleo debería ser, precisamente, uno de los elementos centrales de cualquier análisis.

Uno de los efectos perniciosos de nuestra dependencia del petróleo es el impacto de la variabilidad de los precios del crudo sobre la economía. Los altos precios de los últimos años han contribuido a generar una falsa seguridad, a mantener una conducta irresponsable de despilfarro y a posponer políticas que hubieran permitido orientar al país hacia la producción, la productividad, la generación estable de empleo y riqueza. Se ha sembrado una cultura de la dádiva, de la estabilidad laboral sin obligaciones, de la dependencia, cuando lo que el país necesita urgentemente es una cultura del trabajo, de la responsabilidad, de la productividad.

No es arbitrario preguntarse qué pasaría si los precios del petróleo se ubicaran, por ejemplo, alrededor de 80 dólares. No se trata de una especulación arbitraria. Más de un analista acepta esta posibilidad sobre la base de los muchos elementos que determinan el precio, más allá del tradicional argumento del equilibrio oferta-demanda, y que incluyen, entre otros, condiciones geopolíticas, especulación, estabilidad de las monedas de transacción internacional, innovaciones tecnológicas, presencia de fuentes alternativas.

Como nuevo elemento en la ecuación es, por ejemplo, inevitable considerar el predecible aumento en la producción de hidrocarburos por aplicación de la técnica del fracking o fracturación hidráulica, procedimiento que consiste en la inyección a presión de agua y arena en la roca para favorecer la extracción del gas o petróleo allí contenido. Gracias a esta tecnología, aplicada ya a más de 25.000 pozos horizontales en Estados Unidos, las reservas de gas natural de ese país han crecido 25% en los últimos 2 años. Sólo en 2012 la producción de crudo aumentó en 780.000 barriles diarios, el mayor incremento en su historia. La producción de gas y petróleo no convencionales podría permitir a Estados Unidos alcanzar en 13 años su meta de independencia energética, como apunta Pedro Merino, director de Estudios y de Análisis del Entorno de Repsol. Ya en 2009 dejó de ser importador de gas y todo hace pensar que podría en breve convertirse en exportador.

La tendencia a la baja del precio del petróleo no es algo inmediato, ni siquiera seguro, pero puede darse. Ya ha sucedido con el gas, con precios ahora sustancialmente menores a los del pasado. Y ha sucedido también, aunque temporalmente, con el petróleo, con graves consecuencias para la estabilidad económica de los productores, en particular de los más dependientes.

Para una economía y una política internacional como la venezolana, sustentada en el precio petrolero, no hay duda de que se trata de una nueva grave complicación. Hay quienes no quieren ver las consecuencias políticas de lo económico, pero están allí, y cada vez con más dramatismo. En un país con un altísimo endeudamiento público, con un parque industrial paralizado, dependiente de la importación, abrumado por la devaluación, el tema económico no puede ser soslayado. También en este punto se impone decir la verdad. No se puede seguir con la prédica engañosa del país rico, con el petróleo siempre a mano, dueño de una renta inagotable. Pensar así sólo aumenta nuestra vulnerabilidad. La única respuesta honesta pasa por la promoción de políticas económicas serias, capaces de impulsar una economía estable y vigorosa, productiva, diversificada, autosuficiente.

miércoles, 3 de abril de 2013

El "nosotros" por construir

Gustavo Roseen asegura que "la percepción de que vienen tiempos complicados para la economía comienza a imponerse". Publicado en El Nacional, el 1ero de abril.


Abril arranca para Venezuela con aires de tormenta. Estamos viviendo una contienda electoral marcada por la extrema pugnacidad. La radicalización expresa el antagonismo de las posiciones y acelera el resquebrajamiento de los puentes que podían eventualmente facilitar algún acercamiento. Crece en el ánimo una sensación de incertidumbre e incluso de temor frente a los días por venir. Se levanta, simultáneamente, un nuevo clamor generalizado, una exigencia de "verdad" que resuena por encima incluso de las apelaciones a la unidad. La realidad comienza a mostrar su verdadero rostro y la gente no acepta que se lo oculten. Crece en el ciudadano la sensación de haber sido manipulado, de haber sido excluido de una parte de la información. La percepción de que vienen tiempos complicados para la economía comienza a imponerse. El cuadro no puede ser más preocupante: devaluación, deuda creciente, desplome del aparato productivo, escasez de divisas, desabastecimiento. Y en el plano político y social: recrudecimiento de la pugnacidad, radicalización, negación del otro, incapacidad de diálogo, desprestigio de las instituciones, pérdida de su capacidad de acción, ingobernabilidad.

Frente a la crudeza del momento que vivimos tiene sentido traer nuevamente las palabras del filósofo español Julián Marías al que citábamos ya en un artículo del año 2002. El drama de una guerra civil, dice Marías refiriéndose a la Guerra Civil Española, debe encontrarse en la degradación de la sociedad, en la capacidad destructora del odio, la incomprensión y el fanatismo. La guerra, explica, comienza por un estado de radical discordia que "no es la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del `otro’ como inaceptable, intolerable, insoportable". Al describir la España de los años treinta, Marías observa que "se fueron formando grupos que ingresaban en la categoría de los mutuamente irreconciliables. No querían una guerra civil, pero querían lo que resultó ser una guerra civil: dividir al país en dos bandos, identificar al `otro’ con el mal, no tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz, eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)".

Julián Marías reconoce en la España de entonces la existencia de voces capaces de cumplir la función de guía y conciencia.

Las había, dice, "pero encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos como quien oye llover". Hoy, en Venezuela, son también muchas las voces que insisten en el llamado al reconocimiento del otro, a la construcción de un "nosotros" incluyente. ¿Tendrá algún eco su llamado? ¿Llega demasiado tarde? Si alguna tarea fundamental se impone en esta hora es la de fortalecer la urdimbre del "nosotros" para protegerse de las fuerzas disociadoras de la intolerancia o la exclusión. Debilitado por una prédica ingenua o interesada, el concepto de "nosotros" ha devenido en muletilla política inoperante.

Se impone un "nosotros" construido desde la verdad, desde el reconocimiento genuino y la afirmación del otro, desde la voluntad de inclusión, desde la justa valoración de nosotros mismos, desde el compromiso personal, desde la voluntad de hacer país. Para construirlo se imponen efectivos cambios de actitud y una visión nacional fundada en la inclusión.

No tendría sentido un "nosotros" construido desde el miedo, los intereses personales, la conveniencia circunstancial o la mentira. No un "nosotros" construido para la euforia de un día o sólo para los días de euforia. No un "nosotros" de ficción, ajeno, en el que no nos reconozcamos. No una postura intolerante levantada para enfrentar al "ellos".

Dice el padre Ugalde: "Con sólo medio país no es posible el éxito nacional contra el subdesarrollo; las soluciones de Venezuela pasan por convertirnos en aliados para la paz social y la creatividad". ¿Qué tendrá que pasarnos para que nos percatemos de la necesidad imperiosa de reconocer al otro y de sembrar la convivencia sobre la base de la verdad?

martes, 2 de abril de 2013

El guión

Ramón Piñango, profesor del IESA, considera que: "Para zafarse de las limitaciones que este momento de la historia del país les impone tanto a Maduro como a Capriles, existe una preciosa oportunidad: ofrecer la reconciliación de los venezolanos que haga posible la paz". Publlicado en El Nacional, el 26 de marzo de 2013. 


Con frecuencia nos engañamos atribuyéndole a la voluntad de las personas un poder excesivo para generar los acontecimientos sociales. Sin duda, la conducta individual pesa, pero en muchas ocasiones lo que hacemos es más el resultado de circunstancias que nos llevan a actuar de cierta manera y no tanto de lo que queremos o podemos hacer. Lo que está ocurriendo en la coyuntura política actual constituye un claro ejemplo de cómo las circunstancias imponen un guión a quienes aparecen como sus protagonistas.



Nicolás Maduro es lo que la historia le ha obligado ser: el candidato del chavismo designado por el dedo de Hugo Chávez. No puede ser otra cosa. Está condenado a ser eso, porque toda su fuerza proviene de quien lo designó. Tan es así que es inevitable preguntarse si fue escogido como el sucesor en la presidencia, precisamente por eso, porque no puede alzarse con el poder.

Maduro está condenado a abrazar a Chávez, a utilizar la figura del difunto presidente, como referencia venerada por muchos, para pedir el voto de la gente. No nos extraña escucharlo mencionar, una y otra vez, el nombre de quien nos gobernó por catorce años.

Pero de donde proviene la fortaleza de Maduro también proviene su debilidad: mientras se aproxime a Hugo Chávez más se notarán las diferencias entre ambos personajes. El contraste se hará obvio, tan obvio que llegará el momento en que muchos se preguntarán por cuál razón el vicepresidente fue señalado como el sucesor.

Henrique Capriles hizo una larga campaña para la presidencia. Fue derrotado pero obtuvo 45% de los votos. Gracias a la campaña ganó algo invalorable como capital político: buena parte de la población sabe quién es él. La oposición no tenía otra opción sino designarlo como candidato porque no había tiempo para dar a conocer otro. Capriles estaba condenado a ser candidato y aceptó su destino.

La condena de Capriles implica, entre otras cosas, que es candidato frente a Maduro, en una campaña electoral de unos escasos días, con los dados cargados en su contra. No puede hacer otra cosa sino insistir hasta el final, y con toda su fuerza, en que Maduro no es Chávez, ni se le asemeja. Tiene que afirmar que el ungido carece de las virtudes de quien lo ungió. Y, lo que agrava las cosas, el candidato opositor no puede señalar los evidentes defectos de Chávez.

Las circunstancias son las circunstancias. Pesan, influyen. Muchas veces parecen ahogar, pero no es raro que contengan intersticios que ofrecen oportunidades que pocos ven. ¿Qué oportunidades difíciles de ver puede tener Maduro? ¿Cuáles Capriles? Complejas preguntas, pero vale la pena explorar una respuesta.

Para zafarse de las limitaciones que este momento de la historia del país les impone tanto a Maduro como a Capriles, existe una preciosa oportunidad: ofrecer la reconciliación de los venezolanos que haga posible la paz. Los datos indican que la paz es un anhelo compartido por gran parte de los venezolanos. ¿Quién podrá ser el campeón de tal anhelo? Difícil decirlo. Maduro tendría que ofrecer algo que Chávez no ofreció, para abrir una nueva etapa en la revolución bolivariana. Esto puede ser mucho pedir porque el presidente encargado no parece tener la fuerza política para asumir esta tarea. Capriles podría hacerlo, si logra vincular la oferta de paz con la de justicia social y capacidad para afrontar los problemas del país. Pero hacer esto en pocos días es tremendamente difícil.

El reto es increíble. Quien logre mover a la población con la bandera de la paz obtendrá el apoyo para gobernar. Pero que sepa quien gane las elecciones del 14 de abril que, si no se cuenta con la bandera de la paz, no podrá gobernar un país sumergido en una crisis masiva. Esto es parte fundamental de la trama en que nos enredó la historia.