martes, 27 de agosto de 2013

Por el diálogo educación-trabajo

Gustavo Roosen
El Nacional - 19 de agosto de 2013

Cada día aparecen nuevas señales que advierten sobre el estado de contracción del sector productivo venezolano. La de ahora viene desde el ángulo de la capacitación de los jóvenes para incorporarse al empleo y a la producción. No es solamente que el INCES, ahora con la s socialista, ha desviado su función y abandonado sus propósitos iniciales, sino que incluso los esfuerzos del sector privado en este campo pasan por un momento de declinación. Así se revela en un reciente informe de la Fundación Educación Industria, Fundei, que reconoce la reducción del número de pasantes y la atribuye, con razón, a la contracción económica, la pérdida de empresas privadas y la menor participación de las instituciones del Estado en los programas impulsados por ella, básicamente pasantías, becas, formación para la inserción profesional, formación para emprendedores, perfeccionamiento profesional.

Desde hace 38 años Fundei viene cumpliendo su propósito de estimular el desarrollo del talento humano, apoyar la formación de los jóvenes y contactarlos con las oportunidades de trabajo. En su función de engranaje entre el mundo académico y el sector empleador, ha sabido expresar la voluntad de más de 1.500 empresas afiliadas y de más de 600 instituciones académicas y organismos de cooperación empeñados en estimular la formación de los jóvenes y su integración al trabajo productivo. La capacitación ha sido vista por todos ellos como la condición para un mejor desempeño en el mundo laboral y, en consecuencia, para la productividad.

Una de las barreras con las que tropieza el necesario diálogo entre educación y trabajo es la falta de pertinencia entre las necesidades reales de la economía y los contendidos y prácticas de la educación. En el origen de esta brecha está, entre otros factores, el distanciamiento entre los responsables de definir políticas públicas, el sector académico y el sector empresarial. Lo mostró también Fundei en su reciente presentación al aludir a la investigación conducida por Mckinsey & Company sobre más de 100 iniciativas en el campo de la relación educación­trabajo en 25 países.

La investigación revela que más del 70% de los empleadores no tiene comunicación con las instituciones educativas a pesar de la brecha existente respecto a las carreras, contenidos, dominio de competencias y destrezas que afectan el rendimiento profesional y las oportunidades de inserción laboral. Revela también que la mitad de los jóvenes no están seguros de si la educación que reciben realmente les está aumentando posibilidades de conseguir empleo; que más de un tercio de las instituciones educativas no pueden estimar la tasa de empleo que van a tener sus egresados; que más del 25% de los graduados no consigue empleo en la disciplina estudiada y debe emplearse en otras áreas; que para cerca de 40% de los empleadores la falta de competencias y destrezas es la principal razón que les impide llenar las vacantes disponibles para recién graduados.

Vincular productivamente el sector empleador con el educativo sigue siendo una labor imprescindible. De allí la conveniencia de apostar por el fortalecimiento y renovación de las instituciones dedicadas a este fin. El país necesita de estas iniciativas y de estos esfuerzos, minimizados desde el poder por una visión excluyente que aspira a la hegemonía en todos los espacios, que ve enemigos en todo lo que no puede controlar. La acción del sector privado en este terreno, impulsada por su sentido de responsabilidad y su voluntad de hacer, no releva al Estado de su obligación. Sigue siendo una de las más necesarias inversiones, más aún en esta Venezuela de hoy con casi ocho millones de jóvenes entre 15 y 29 años escasamente atendidos por las políticas de educación y empleo; en esta economía en la que se ha producido en los últimos años una caída del 36% del parque industrial, con la pérdida consecuente de más de 300 mil puestos de trabajo.

Estimular los esfuerzos para recuperar la economía y abr

viernes, 16 de agosto de 2013

Inflación y remuneraciones

Pedro Palma
El Nacional - 12 de agosto de 2013

La acentuada escalada inflacionaria de este año está causando estragos entre todos los miembros de la sociedad, pero, como siempre, los que se ven más perjudicados son los que pertenecen al segmento de menores ingresos, y las personas que tienen una baja remuneración nominal fija, tales como la mayoría de los asalariados y los pensionados, ya que los ajustes de sus estipendios, cuando se dan, son muy inferiores al aumento de los precios. Obviamente, eso hace que la capacidad de compra de esas personas se reduzca con fuerza, agravando así las penurias y estrecheces que a diario padecen.



Este fenómeno es particularmente cierto en Venezuela, ya que el grupo de ítems que mayor inflación está experimentando es el de alimentos, lo cual hace que las personas más desposeídas tengan que destinar altos y crecientes porcentajes de sus presupuestos familiares a la adquisición de esos bienes esenciales, llevando a sus hogares cada vez menores cantidades, o dejando de adquirir productos imprescindibles de una dieta balanceada. Algunas cifras presentadas por el BCV y por el Instituto Nacional de Estadística dan soporte a lo que digo. La inflación anualizada a nivel nacional entre julio de 2012 y julio de 2013 fue 42,6%, pero la de los alimentos fue 60,9%, y los bienes agrícolas se han encarecido en más de un 80% en igual lapso. Más aún, los precios de los bienes avícolas y pecuarios, que conjuntamente con los pesqueros, son los que por excelencia proveen las proteínas que la población necesita, han aumentado a nivel de mayorista en más de 150% durante el último año, y han subido más de 80% desde diciembre de 2012 hasta hoy.

Todo lo anterior ha hecho que las remuneraciones reales de los trabajadores, en las que se incluyen no sólo los sueldos y salarios, sino también todos los demás beneficios que perciben, como bonos vacacionales, prestaciones, etc., hayan experimentado una importante reducción en términos reales, es decir, corregidas del factor inflacionario. En efecto, la capacidad de compra de esas remuneraciones es hoy 13,2% menor que hace cinco años, siendo los trabajadores del gobierno los que más han visto mermadas las cantidades que hoy pueden adquirir con las compensaciones que reciben. No sólo eso, el poder adquisitivo de las retribuciones laborales es hoy 21% más bajo que el existente a mediados de 1998, pudiendo concluirse que, de acuerdo a ese importante indicador, la calidad de vida de los trabajadores se ha visto seriamente deteriorada en los últimos 15 años. Para ponerlo en términos coloquiales, es como si los precios subieran por el ascensor y las remuneraciones lo hicieran por la escalera.

Ahora bien, ¿a qué se ha debido ese disloque inflacionario? Según los voceros del gobierno, es producto de la especulación desmedida de los empresarios que sólo buscan el beneficio personal sin importarles el sufrimiento del pueblo. Como siempre, hay que endilgarle las culpas a otros. Si bien es cierto que, al igual que en cualquier economía, ocurren acciones especulativas indeseables, es un sinsentido pretender inculpar a los empresarios de ser los causantes de ese flagelo en nuestro país. Creo que el principal culpable, si bien no el único, es el Gobierno, ya que en gran medida la inflación que hoy nos carcome se ha debido a las desquiciadas políticas fiscal y monetaria que ha implantado, y a acciones que restringen la oferta, tales como el hostigamiento permanente a la actividad económica privada, la restricción al acceso a las divisas, la imposición de controles de precios que condenan a productores y distribuidores a trabajar a pérdida, las amenazas permanentes de intervención, las estatizaciones de empresas que al pasar a manos del Estado se vuelven ineficientes, y los desincentivos a la inversión privada, para mencionar sólo algunas. Ojalá se tome consciencia y se hagan los correctivos debidos, pues sólo así se podrá doblegar ese mal que nos corroe.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Democracia, autoritarismo y crecimiento

Gustavo Roosen
El Nacional - 05 de agosto de 2013

Donde el autoritarismo ve debilidades, el modelo democrático ve fortalezas. Así sucede con el tema de las diferencias, la oposición, la división de poderes, el ejercicio de controles, la rendición de cuentas.

El autoritarismo privilegia la unidad sin resquicios, la igualdad sin matices, el mando y la disciplina, la voz única y el acatamiento silencioso. En economía, la centralización, la concentración, el secretismo. El modelo democrático, al contrario, se nutre de las diferencias, se enriquece con la diversidad, multiplica las perspectivas, facilita el ejercicio de los controles necesarios, estimula la participación y la transparencia, rectifica, corrige, se corrige. El equilibrio de las fuerzas explica y genera los ajustes. Las decisiones en ella no son fáciles ni unilaterales, no satisfacen siempre a todos, están sujetas a cambios y rectificaciones, se logran normalmente tras un proceso, a veces largo, de discusión y confrontación.

La democracia americana, para citar un caso, se distingue por la combatividad de los partidos y un cierto grado pugnacidad que en muchos casos entorpece, incluso con las mejores intenciones, la marcha de proyectos claramente merecedores de respaldo. Esta diversidad de fuerzas y posiciones, sin embargo, sirve también de control y de instrumento para recoger la expresión de los grupos políticos y, en definitiva, de la ciudadanía. Los acuerdos parlamentarios son difíciles, pero normalmente se logran. Funciona la idea de que el poder es efímero y que lo que importa es la fortaleza de las instituciones. No sucede así en los países autoritarios, de poder omnímodo o de partido único, donde la disciplina anula la confrontación y el poder no tiene contrapesos, ni los del juicio público ni los de las instancias de control.

La diferencia de visión se manifiesta al final en los resultados: con dificultades y tropiezos, unas economías avanzan de manera sostenible, corrigen sus desviaciones, alimentan la expectativa de cambio; otras, deslumbran por sus relámpagos de crecimiento pero al final tropiezan con su propia inflexibilidad y su escasa capacidad de rectificación. Estados Unidos, para volver al ejemplo, ha logrado ir superando una situación económica de tropiezos. Está nuevamente en camino al crecimiento, menos rápido que antes, pero constante. Las políticas públicas estimuladas desde los partidos y desde la ciudadanía están comenzando a dar resultados en todos los campos: el empleo, la educación, el desarrollo tecnológico, los costos de salud, el acceso a la vivienda. China, en contraste, comienza a dar señales de debilidad. Ve reducirse su tasa de crecimiento. Los analistas observan simultáneamente la profundidad de los cambios necesarios y la dificultad de aplicarlos sin tocar las bases del sistema.

La capacidad de recuperación americana permite al presidente Obama presentar lo que en su reciente discurso en Illinois anunció para la clase media como una nueva oportunidad para conquistar el sueño americano: una economía que genere más empleos, buenos y durables; una educación que prepare a los jóvenes para la competencia global; casa propia como la más clara expresión de seguridad; jubilación para todos; programas de salud asequibles, ampliación de los programas de seguridad social. En esa línea se insertan también las propuestas de reforma migratoria y de educación universitaria accesible a las mayorías, como norma, no como excepción.

Resulta claro que en democracia el camino es más difícil, pero realizable y duradero. Para funcionar, la economía exige un clima de libertades, de respeto a la iniciativa privada, de apoyo a la innovación y el emprendimiento, de búsqueda de alternativas, formas todas incompatibles con un sistema autoritario. El autoritarismo, incluso cuando trata de justificarse por situación de excepción, genera apenas momentos de crecimiento, que al final se vuelve insostenible. El autoritarismo cree en el poder del Estado; el modelo democrático en el de los ciudadanos organizados. El autoritarismo se afirma en el ejercicio personalista o partidista del poder; el modelo democrático en el de las instituciones.

viernes, 9 de agosto de 2013

Reservas en oro y en divisas

Pedro Palma 
El Nacional - 28 de julio de 2013


A fines de agosto de 2011 el precio del oro rompió la barrera de los 1.900 dólares por onza troy después de haber mostrado durante varios meses una franca tendencia al alza. Entonces se decía que la mejor inversión que se podía hacer era la compra de ese metal, pues su precio nunca bajaba. Eso me llevó a escribir un artículo publicado en esta columna el 29 de ese mes, en el que explicaba que el encarecimiento sostenido de ese commodity se debía a las profusas compras que de él se hacían en busca de una protección contra la inestabilidad e incertidumbre que en ese momento se vivía en la economía mundial. Decía allí que un fenómeno similar se había vivido en 1979, cuando la conjunción de una serie de conflictos económicos y políticos había desencadenado unas frenéticas adquisiciones de oro y llevado el precio a 850 dólares la onza en enero de 1980. Sin embargo, en los años que siguieron éste volvió a bajar, al punto de que en 2001 el precio promedio real era 7 veces menor que el que el de enero de 1980.

Ante ese episodio histórico, planteaba en mi artículo de agosto de 2011 la interrogante de si podría repetirse una sostenida declinación del precio del oro. Comentaba al respecto lo siguiente: “Nadie lo sabe, pero lo que sí podemos concluir es que el precio del oro es volátil, quizá más que el del petróleo, y que así como se eleva súbitamente, experimenta bajas intensas y prolongadas, pudiendo esto generar caídas abruptas de las reservas internacionales.


“De allí que convenga diversificar la composición de nuestras reservas, dándole una importante participación al oro, pero también acumulando abundantes reservas operativas, compuestas por divisas universalmente aceptadas. De esta forma, por lo menos diversificaríamos el riesgo y mitigaríamos la alta vulnerabilidad que nos genera la volatilidad de los precios del petróleo y del oro”. Pues bien, ¿qué ha sucedido en los dos años que han transcurrido desde que hicimos ese planteamiento?


Entre los primeros días de septiembre de 2011 y fines de junio de este año el precio del oro bajó 37%, y si bien se ha recuperado algo en los últimos días, no puede concluirse que ese comportamiento es el inicio de un cambio de tendencia que se mantendrá en el futuro. Eso se ha traducido en una contracción de las reservas internacionales en oro del orden de 3 millardos de dólares, lo cual equivale a una reducción de casi 15%, no habiendo sido esa caída más intensa, y en línea con la reducción del precio de ese metal, debido a que el valor de la tenencia de oro monetario del BCV se calcula con base en el precio promedio de los últimos 6 meses, y no el precio del día.


Por su parte, las reservas operativas o líquidas, es decir, aquellas formadas por divisas, están en un nivel de 2,9 millardos de dólares, monto muy bajo que sólo equivale a lo que importamos en menos de 3 semanas. Todo ello se traduce en el hecho de que las reservas internacionales totales de hoy están 5 millardos de dólares por debajo de lo que en 2005 se consideraba un nivel adecuado de reservas. Esto es algo muy preocupante, porque ese activo internacional es el ahorro con que cuenta el país para hacer frente a alguna adversidad, como la caída de los precios de exportación o el encarecimiento de lo que importamos, y a la vez es un indicador de la solidez financiera de la economía.


Por ello es imperativo hacer todos los esfuerzos requeridos para incrementar y consolidar estas reservas, para lo cual es necesario, entre muchas otras cosas, eliminar las transferencias al Fonden de recursos de Pdvsa y de reservas internacionales del BCV, que ya suman un monto acumulado cercano a los 110 millardos de dólares en sólo 8 años. Mientras continúe ese despojo por parte del Ejecutivo no podremos evitar la vulnerabilidad que se deriva de ser dependientes del comportamiento de 2 variables tan volátiles, como son los precios del petróleo y del oro.

martes, 6 de agosto de 2013

Frágiles supuestos

Ramón Piñango
El Nacional - 30 de julio de 2013

En la oposición se hace cada vez más intensa una polémica, abierta o soterrada, entre la dirigencia opositora oficial, encabezada por la Mesa de la Unidad, y otros dirigentes políticos o líderes de opinión acerca de lo que hay que hacer para enfrentar a quienes gobiernan y, eventualmente, desplazarlos del poder.

Para la MUD y sus aliados más cercanos, todo debe girar alrededor de las elecciones anunciadas para diciembre. Para otros dirigentes opositores, hay que hacer algo más, con lo cual se refieren, entre otras cosas, a acciones de calle en defensa de los derechos humanos, a resonar con fuerza la protesta social apoyándola, a asumir, por fin, las exigencias de condiciones electorales justas, a no dejar adormecer las demandas ante el Tribunal Supremo de Justicia. Poco a poco el enfrentamiento de opiniones se ha ido tornando amargo.

Lo que está ocurriendo es una radicalización de posiciones dentro de la misma oposición. La radicalización se manifiesta tanto en la ausencia de un verdadero intercambio de ideas acerca de los asuntos en discusión, como en acusaciones de conductas turbias: "complacencia con el gobierno", "golpismo", "resentimiento". De esta manera, progresivamente se ha ido cerrando la posibilidad de diálogo. Podría hablarse de polarización, porque quienes tratan de escuchar los argumentos de una u otra parte con gran facilidad son acusados de pertenecer al bando contrario de quien hace la acusación. Es la típica dinámica según la cual se crea un "nosotros" y un "otros" contrapuestos, irremediablemente contrapuestos si nada se hace para abrir el diálogo.

La carga emocional que ya caracteriza el desencuentro hace que cada bando se atrinchere en sus argumentos, en su manera de ver la realidad, de tal forma que cualquier apreciación contraria tiende a ser vista como insostenible por falta de información o pobreza analítica. Cada bando considera "obvia" la validez de su punto de vista. Es más, no se trata de un punto de vista lo que se defiende sino de una verdad incuestionable: "el país es así", "las encuestas dicen", "lo que ha de ocurrir es".

En tal desencuentro de la oposición consigo misma sorprende que, con todo lo ocurrido en las últimas décadas, en los últimos años, en los últimos meses, en las últimas semanas, en los últimos días, haya quien se sienta seguro para decir: "los hechos demuestran que la estrategia debe ser tal y tal". Sorprende porque la historia contemporánea del país puede ser narrada en términos de terribles equivocaciones cometidas por actores clave de la vida nacional que hoy son políticos o analistas connotados, unos cuantos entrados en años, unos cuantos todavía jóvenes. Lo menos que puede esperarse de esos actores en la vida pública es humildad y prudencia.

La humildad aconseja dialogar con quienes defienden argumentos distintos a los de uno, pensar en la posibilidad de que la posición propia puede estar equivocada. La prudencia aconseja no casarse apasionadamente con una estrategia que cierra caminos en vez de abrirlos, por la sencilla razón de que cualquier cosa puede pasar, dado el rumbo incierto de las cosas, los conflictos sociales, los enfrentamientos entre quienes nos gobiernan, los intereses foráneos y la ausencia de árbitros institucionales, entre otros factores. El país se ha vuelto frágil. Su fragilidad hace frágil la misma validez de la información que analizamos, y por tanto los supuestos y estrategias con que actuamos.

En tiempos inciertos, de gelatinosa estabilidad, es asunto fundamental el diálogo entre gente con apreciaciones diferentes. Eso es lo que enseña la historia. Hacer realidad ese diálogo es tarea urgente del liderazgo opositor.