jueves, 29 de abril de 2010

Ramón Piñango \\ Complejo de Capitanía

Hace poco celebramos el bicentenario del 19 de Abril de 1810, fecha en que comenzó un proceso social y político que condujo al 5 de Julio de 1811, cuando se firmó la Declaración de la Independencia. En breve lapso decidimos dejar de ser capitanía general del imperio español. Ese proceso estuvo lleno de enfrentamientos entre quienes estaban convencidos de la conveniencia de ser país independiente y quienes consideraban que era equivocado dar tan audaz paso.

En aquellos días se discutía si los habitantes de la capitanía general tenían madurez para tomar las riendas de su destino. Muchos desconfiaban y dudaban de que tal madurez existiera. Triunfó la tesis independentista, pero con ese triunfo no desapareció la discusión sobre la madurez de nosotros los venezolanos.

Todavía hoy muchos parecen dudar de si como colectivo somos capaces de tomar decisiones políticas con sensatez, sin comportarnos como niños que, por ignorancia, se causan daño a sí mismos. Es más, a los ojos de unos cuantos integrantes de nuestras élites, lo que ha pasado desde aquel 19 de Abril no ha sido más que una acumulación de errores y disparates que confirman los peores temores de quienes de buena fe preferían que siguiéramos siendo Capitanía General de Venezuela.

Esa desconfianza no se refiere sólo a nuestra incapacidad para actuar sensatamente en asuntos políticos. Se refiere también a una pobre capacidad para pensar, para crear, para ser buenos profesionales, para encontrarle soluciones a nuestros problemas. Por esa supuesta incapacidad, muchos creen que para comprender lo que está pasando aquí o para inventar esas soluciones hay que mirar hacia fuera, hacia cualquier lugar pero no hacia este lamentable país.

Tal actitud de desconfianza en nosotros mismos es lo que Olga Bravo, con quien trabajo en un proyecto de investigación sobre prácticas positivas de organizaciones venezolanas, llama "complejo de capitanía general". Esa expresión se refiere a una pobre autoestima que nos lleva a anticipar el fracaso de cualquier esfuerzo porque con el venezolano no se puede contar, porque no somos más que un otrora sortario territorio petrolero que no supo aprovechar su cuarto de hora de riqueza.

Para tal manera de ver las cosas, logros como el de la independencia, el desarrollo de la industria petrolera, la lucha contra la malaria, la urbanización, la construcción de la infraestructura física, el prolongado crecimiento de la economía durante treinta años, la expansión del sistema educativo, la realización de importantes programas de vivienda, el proyecto de Guayana, el afianzamiento de la cultura democrática que ha resistido los embates de los últimos diez años, no son más que falsos logros del talismán petrolero. Así, personas tan diferentes como Arnoldo Gabaldón, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Rómulo Betancourt, Rafael Alfonzo Ravard, no son más que héroes aislados irrepetibles que hicieron lo que hicieron por una voluntad a toda prueba, como si no hubieran actuado con el respaldo de innumerables colaboradores criollos-criollitos.

El complejo de capitanía general tiene expresión en cierto mundo intelectual que se regodea en el "no podemos", en el "no damos para mucho" porque somos una nación de cultura equivocada, caribeña, militarista, anclada en las proezas y los héroes de la Guerra de Independencia.

Es la actitud de un escritor que una vez dijo de las orquestas infantiles y juveniles que jamás podrían tocar bien a un compositor alemán porque para ello había que ser europeo. Menos mal que en este país hay personas y organizaciones que actúan confiadas en que, a pesar de las más duras circunstancias, podemos llegar muy lejos.

Artículo de opinión
El Nacional, 29 de abril de 2010
www.el-nacional.com

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