Abril arranca para Venezuela con aires de tormenta. Estamos viviendo una contienda electoral marcada por la extrema pugnacidad. La radicalización expresa el antagonismo de las posiciones y acelera el resquebrajamiento de los puentes que podían eventualmente facilitar algún acercamiento. Crece en el ánimo una sensación de incertidumbre e incluso de temor frente a los días por venir. Se levanta, simultáneamente, un nuevo clamor generalizado, una exigencia de "verdad" que resuena por encima incluso de las apelaciones a la unidad. La realidad comienza a mostrar su verdadero rostro y la gente no acepta que se lo oculten. Crece en el ciudadano la sensación de haber sido manipulado, de haber sido excluido de una parte de la información. La percepción de que vienen tiempos complicados para la economía comienza a imponerse. El cuadro no puede ser más preocupante: devaluación, deuda creciente, desplome del aparato productivo, escasez de divisas, desabastecimiento. Y en el plano político y social: recrudecimiento de la pugnacidad, radicalización, negación del otro, incapacidad de diálogo, desprestigio de las instituciones, pérdida de su capacidad de acción, ingobernabilidad.
Frente a la crudeza del momento que vivimos tiene sentido traer nuevamente las palabras del filósofo español Julián Marías al que citábamos ya en un artículo del año 2002. El drama de una guerra civil, dice Marías refiriéndose a la Guerra Civil Española, debe encontrarse en la degradación de la sociedad, en la capacidad destructora del odio, la incomprensión y el fanatismo. La guerra, explica, comienza por un estado de radical discordia que "no es la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del `otro’ como inaceptable, intolerable, insoportable". Al describir la España de los años treinta, Marías observa que "se fueron formando grupos que ingresaban en la categoría de los mutuamente irreconciliables. No querían una guerra civil, pero querían lo que resultó ser una guerra civil: dividir al país en dos bandos, identificar al `otro’ con el mal, no tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz, eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)".
Julián Marías reconoce en la España de entonces la existencia de voces capaces de cumplir la función de guía y conciencia.
Las había, dice, "pero encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos como quien oye llover". Hoy, en Venezuela, son también muchas las voces que insisten en el llamado al reconocimiento del otro, a la construcción de un "nosotros" incluyente. ¿Tendrá algún eco su llamado? ¿Llega demasiado tarde? Si alguna tarea fundamental se impone en esta hora es la de fortalecer la urdimbre del "nosotros" para protegerse de las fuerzas disociadoras de la intolerancia o la exclusión. Debilitado por una prédica ingenua o interesada, el concepto de "nosotros" ha devenido en muletilla política inoperante.
Se impone un "nosotros" construido desde la verdad, desde el reconocimiento genuino y la afirmación del otro, desde la voluntad de inclusión, desde la justa valoración de nosotros mismos, desde el compromiso personal, desde la voluntad de hacer país. Para construirlo se imponen efectivos cambios de actitud y una visión nacional fundada en la inclusión.
No tendría sentido un "nosotros" construido desde el miedo, los intereses personales, la conveniencia circunstancial o la mentira. No un "nosotros" construido para la euforia de un día o sólo para los días de euforia. No un "nosotros" de ficción, ajeno, en el que no nos reconozcamos. No una postura intolerante levantada para enfrentar al "ellos".
Dice el padre Ugalde: "Con sólo medio país no es posible el éxito nacional contra el subdesarrollo; las soluciones de Venezuela pasan por convertirnos en aliados para la paz social y la creatividad". ¿Qué tendrá que pasarnos para que nos percatemos de la necesidad imperiosa de reconocer al otro y de sembrar la convivencia sobre la base de la verdad?
Frente a la crudeza del momento que vivimos tiene sentido traer nuevamente las palabras del filósofo español Julián Marías al que citábamos ya en un artículo del año 2002. El drama de una guerra civil, dice Marías refiriéndose a la Guerra Civil Española, debe encontrarse en la degradación de la sociedad, en la capacidad destructora del odio, la incomprensión y el fanatismo. La guerra, explica, comienza por un estado de radical discordia que "no es la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del `otro’ como inaceptable, intolerable, insoportable". Al describir la España de los años treinta, Marías observa que "se fueron formando grupos que ingresaban en la categoría de los mutuamente irreconciliables. No querían una guerra civil, pero querían lo que resultó ser una guerra civil: dividir al país en dos bandos, identificar al `otro’ con el mal, no tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz, eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)".
Julián Marías reconoce en la España de entonces la existencia de voces capaces de cumplir la función de guía y conciencia.
Las había, dice, "pero encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos como quien oye llover". Hoy, en Venezuela, son también muchas las voces que insisten en el llamado al reconocimiento del otro, a la construcción de un "nosotros" incluyente. ¿Tendrá algún eco su llamado? ¿Llega demasiado tarde? Si alguna tarea fundamental se impone en esta hora es la de fortalecer la urdimbre del "nosotros" para protegerse de las fuerzas disociadoras de la intolerancia o la exclusión. Debilitado por una prédica ingenua o interesada, el concepto de "nosotros" ha devenido en muletilla política inoperante.
Se impone un "nosotros" construido desde la verdad, desde el reconocimiento genuino y la afirmación del otro, desde la voluntad de inclusión, desde la justa valoración de nosotros mismos, desde el compromiso personal, desde la voluntad de hacer país. Para construirlo se imponen efectivos cambios de actitud y una visión nacional fundada en la inclusión.
No tendría sentido un "nosotros" construido desde el miedo, los intereses personales, la conveniencia circunstancial o la mentira. No un "nosotros" construido para la euforia de un día o sólo para los días de euforia. No un "nosotros" de ficción, ajeno, en el que no nos reconozcamos. No una postura intolerante levantada para enfrentar al "ellos".
Dice el padre Ugalde: "Con sólo medio país no es posible el éxito nacional contra el subdesarrollo; las soluciones de Venezuela pasan por convertirnos en aliados para la paz social y la creatividad". ¿Qué tendrá que pasarnos para que nos percatemos de la necesidad imperiosa de reconocer al otro y de sembrar la convivencia sobre la base de la verdad?
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