Gustavo Roosen, presidente del IESA, señala que uno de los efectos perjudiciales de nuestra dependencia del
petróleo es el impacto de la variabilidad de los precios del crudo sobre la
economía. Publicado en El Nacional, el 15 de abril.
Pasado el trasnocho del 14 el país tendrá que ir despertando, en calma o con sobresaltos, a la realidad. El discurso político de la campaña tendrá que dar paso al económico. La situación del país, marcada por el endeudamiento, la inflación, la parálisis del aparato productivo, el desabastecimiento, la debacle de las empresas básicas, la ausencia de políticas económicas claras y confiables, no aguanta más postergaciones. Si la abundancia del ingreso petrolero ha servido hasta ahora para encubrir la ineficiencia y tapar el caos, nada hace pensar que puede seguir siendo igual en el futuro. El tema del petróleo debería ser, precisamente, uno de los elementos centrales de cualquier análisis.
Uno de los efectos perniciosos de nuestra dependencia del petróleo es el impacto de la variabilidad de los precios del crudo sobre la economía. Los altos precios de los últimos años han contribuido a generar una falsa seguridad, a mantener una conducta irresponsable de despilfarro y a posponer políticas que hubieran permitido orientar al país hacia la producción, la productividad, la generación estable de empleo y riqueza. Se ha sembrado una cultura de la dádiva, de la estabilidad laboral sin obligaciones, de la dependencia, cuando lo que el país necesita urgentemente es una cultura del trabajo, de la responsabilidad, de la productividad.
No es arbitrario preguntarse qué pasaría si los precios del petróleo se ubicaran, por ejemplo, alrededor de 80 dólares. No se trata de una especulación arbitraria. Más de un analista acepta esta posibilidad sobre la base de los muchos elementos que determinan el precio, más allá del tradicional argumento del equilibrio oferta-demanda, y que incluyen, entre otros, condiciones geopolíticas, especulación, estabilidad de las monedas de transacción internacional, innovaciones tecnológicas, presencia de fuentes alternativas.
Como nuevo elemento en la ecuación es, por ejemplo, inevitable considerar el predecible aumento en la producción de hidrocarburos por aplicación de la técnica del fracking o fracturación hidráulica, procedimiento que consiste en la inyección a presión de agua y arena en la roca para favorecer la extracción del gas o petróleo allí contenido. Gracias a esta tecnología, aplicada ya a más de 25.000 pozos horizontales en Estados Unidos, las reservas de gas natural de ese país han crecido 25% en los últimos 2 años. Sólo en 2012 la producción de crudo aumentó en 780.000 barriles diarios, el mayor incremento en su historia. La producción de gas y petróleo no convencionales podría permitir a Estados Unidos alcanzar en 13 años su meta de independencia energética, como apunta Pedro Merino, director de Estudios y de Análisis del Entorno de Repsol. Ya en 2009 dejó de ser importador de gas y todo hace pensar que podría en breve convertirse en exportador.
La tendencia a la baja del precio del petróleo no es algo inmediato, ni siquiera seguro, pero puede darse. Ya ha sucedido con el gas, con precios ahora sustancialmente menores a los del pasado. Y ha sucedido también, aunque temporalmente, con el petróleo, con graves consecuencias para la estabilidad económica de los productores, en particular de los más dependientes.
Para una economía y una política internacional como la venezolana, sustentada en el precio petrolero, no hay duda de que se trata de una nueva grave complicación. Hay quienes no quieren ver las consecuencias políticas de lo económico, pero están allí, y cada vez con más dramatismo. En un país con un altísimo endeudamiento público, con un parque industrial paralizado, dependiente de la importación, abrumado por la devaluación, el tema económico no puede ser soslayado. También en este punto se impone decir la verdad. No se puede seguir con la prédica engañosa del país rico, con el petróleo siempre a mano, dueño de una renta inagotable. Pensar así sólo aumenta nuestra vulnerabilidad. La única respuesta honesta pasa por la promoción de políticas económicas serias, capaces de impulsar una economía estable y vigorosa, productiva, diversificada, autosuficiente.
Uno de los efectos perniciosos de nuestra dependencia del petróleo es el impacto de la variabilidad de los precios del crudo sobre la economía. Los altos precios de los últimos años han contribuido a generar una falsa seguridad, a mantener una conducta irresponsable de despilfarro y a posponer políticas que hubieran permitido orientar al país hacia la producción, la productividad, la generación estable de empleo y riqueza. Se ha sembrado una cultura de la dádiva, de la estabilidad laboral sin obligaciones, de la dependencia, cuando lo que el país necesita urgentemente es una cultura del trabajo, de la responsabilidad, de la productividad.
No es arbitrario preguntarse qué pasaría si los precios del petróleo se ubicaran, por ejemplo, alrededor de 80 dólares. No se trata de una especulación arbitraria. Más de un analista acepta esta posibilidad sobre la base de los muchos elementos que determinan el precio, más allá del tradicional argumento del equilibrio oferta-demanda, y que incluyen, entre otros, condiciones geopolíticas, especulación, estabilidad de las monedas de transacción internacional, innovaciones tecnológicas, presencia de fuentes alternativas.
Como nuevo elemento en la ecuación es, por ejemplo, inevitable considerar el predecible aumento en la producción de hidrocarburos por aplicación de la técnica del fracking o fracturación hidráulica, procedimiento que consiste en la inyección a presión de agua y arena en la roca para favorecer la extracción del gas o petróleo allí contenido. Gracias a esta tecnología, aplicada ya a más de 25.000 pozos horizontales en Estados Unidos, las reservas de gas natural de ese país han crecido 25% en los últimos 2 años. Sólo en 2012 la producción de crudo aumentó en 780.000 barriles diarios, el mayor incremento en su historia. La producción de gas y petróleo no convencionales podría permitir a Estados Unidos alcanzar en 13 años su meta de independencia energética, como apunta Pedro Merino, director de Estudios y de Análisis del Entorno de Repsol. Ya en 2009 dejó de ser importador de gas y todo hace pensar que podría en breve convertirse en exportador.
La tendencia a la baja del precio del petróleo no es algo inmediato, ni siquiera seguro, pero puede darse. Ya ha sucedido con el gas, con precios ahora sustancialmente menores a los del pasado. Y ha sucedido también, aunque temporalmente, con el petróleo, con graves consecuencias para la estabilidad económica de los productores, en particular de los más dependientes.
Para una economía y una política internacional como la venezolana, sustentada en el precio petrolero, no hay duda de que se trata de una nueva grave complicación. Hay quienes no quieren ver las consecuencias políticas de lo económico, pero están allí, y cada vez con más dramatismo. En un país con un altísimo endeudamiento público, con un parque industrial paralizado, dependiente de la importación, abrumado por la devaluación, el tema económico no puede ser soslayado. También en este punto se impone decir la verdad. No se puede seguir con la prédica engañosa del país rico, con el petróleo siempre a mano, dueño de una renta inagotable. Pensar así sólo aumenta nuestra vulnerabilidad. La única respuesta honesta pasa por la promoción de políticas económicas serias, capaces de impulsar una economía estable y vigorosa, productiva, diversificada, autosuficiente.
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