Gustavo Roosen
Los repentinos llamados oficiales a la eficiencia y los gestos con los cuales las instancias del Gobierno buscarían generar en el empresariado una percepción de confianza o un estado de esperanza no logran suavizar el impacto de informaciones que hablan, por ejemplo, de la posición de Venezuela en términos de competividad e innovación. Esta es otra dura y preocupante realidad que no todos están dispuestos a mirar.
El Informe de Competitividad Mundial elaborado desde 1989 por el IMD, Institute for Management Development, una de las escuelas de negocio mejor calificadas a escala global con sede en Suiza, en su más reciente edición ubica a nuestro país en el último lugar entre las 60 economías analizadas. El índice mide cómo los países gestionan sus recursos económicos y humanos para aumentar sus niveles de prosperidad. La lamentable posición de Venezuela se explicaría por factores como inseguridad, riesgo para la inversión, funcionamiento de las instituciones públicas, débil manejo macroeconómico y una alta inflación. Las economías más competitivas, en cambio, lo son gracias a factores como dinamismo de sus empresas, capacidad de innovación, orientación a las exportaciones manufactureras.
Otro indicador es el Índice Global de Innovación (GII), realizado por Insead (Institut Européen d’Administration des Affaires), escuela de negocios y centro de investigación con campus en Francia, Singapur y Abu Dhabi. En su quinta edición, año 2012, el informe sitúa a Venezuela en la posición 118 entre 141 países. En 2011 había ocupado el puesto número 102. Pese a una buena calificación en sofisticación en negocios y capital humano, la posición general se derrumba por los renglones institucionalidad, sofisticación del mercado e innovación.
El estudio de Nunzia Auletta, profesora del IESA, para el proyecto de investigación sobre los desafíos de la innovación en América Latina añade claves importantes. Venezuela dice invertir en innovación 2,5% del PIB, lo que nos colocaría en el rango de los países del primer mundo en esta materia; sin embargo, los resultados están muy lejos de esa posición. La falta de indicadores de desempeño y estudios de impacto no ha permitido cuantificar el valor agregado proveniente de la inversión en ciencia y tecnología, ni cómo ha contribuido la innovación al incremento de la actividad productiva en el país. Poco se sabe, por ejemplo, cómo invierte el Gobierno la contribución que recibe de las empresas en función de la Locti.
Productividad, competitividad, innovación son valores cuyo logro no es concebible sin el propósito y la coordinación de los sectores público y privado. Tampoco son concebibles aislados. Se necesitan mutuamente y se retroalimentan. Su concreción exige la vigencia de políticas públicas concertadas y eficaces, indispensables en este momento para superar el estado de postración de nuestra economía. Sin estos elementos sólo cabe esperar atraso y dependencia. Para afirmarlos como objetivo y para alcanzarlos, no basta, ciertamente, con incorporar el término eficiencia al discurso oficial. Hace falta que responda a un sincero propósito de modernización económica y que no se limite a un conjunto de medidas aisladas y coyunturales, pensadas para superar el mal rato y crear la sensación de normalidad.
Pese a las debilidades que reflejan los índices de competividad e innovación, una observación realista del país posible mostraría, en contraste, nuestro potencial para alcanzarlos. Venezuela Competitiva es, es este punto un ejemplo. En 20 años ha registrado 205 casos de éxito, vistos por la organización como la demostración de que son posibles tanto la excelencia como la transformación de los espacios cuando confluyen armoniosamente sector público, empresas, sociedad civil, organizaciones no gubernamentales. Hacer de la innovación la gran palanca de nuestro desarrollo y ganar en competividad es no sólo posible, es indispensable.
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