Ramón Piñango
El Nacional - 30 de julio de 2013
En la oposición se hace cada vez más intensa una polémica, abierta o soterrada, entre la dirigencia opositora oficial, encabezada por la Mesa de la Unidad, y otros dirigentes políticos o líderes de opinión acerca de lo que hay que hacer para enfrentar a quienes gobiernan y, eventualmente, desplazarlos del poder.
Para la MUD y sus aliados más cercanos, todo debe girar alrededor de las elecciones anunciadas para diciembre. Para otros dirigentes opositores, hay que hacer algo más, con lo cual se refieren, entre otras cosas, a acciones de calle en defensa de los derechos humanos, a resonar con fuerza la protesta social apoyándola, a asumir, por fin, las exigencias de condiciones electorales justas, a no dejar adormecer las demandas ante el Tribunal Supremo de Justicia. Poco a poco el enfrentamiento de opiniones se ha ido tornando amargo.
Lo que está ocurriendo es una radicalización de posiciones dentro de la misma oposición. La radicalización se manifiesta tanto en la ausencia de un verdadero intercambio de ideas acerca de los asuntos en discusión, como en acusaciones de conductas turbias: "complacencia con el gobierno", "golpismo", "resentimiento". De esta manera, progresivamente se ha ido cerrando la posibilidad de diálogo. Podría hablarse de polarización, porque quienes tratan de escuchar los argumentos de una u otra parte con gran facilidad son acusados de pertenecer al bando contrario de quien hace la acusación. Es la típica dinámica según la cual se crea un "nosotros" y un "otros" contrapuestos, irremediablemente contrapuestos si nada se hace para abrir el diálogo.
La carga emocional que ya caracteriza el desencuentro hace que cada bando se atrinchere en sus argumentos, en su manera de ver la realidad, de tal forma que cualquier apreciación contraria tiende a ser vista como insostenible por falta de información o pobreza analítica. Cada bando considera "obvia" la validez de su punto de vista. Es más, no se trata de un punto de vista lo que se defiende sino de una verdad incuestionable: "el país es así", "las encuestas dicen", "lo que ha de ocurrir es".
En tal desencuentro de la oposición consigo misma sorprende que, con todo lo ocurrido en las últimas décadas, en los últimos años, en los últimos meses, en las últimas semanas, en los últimos días, haya quien se sienta seguro para decir: "los hechos demuestran que la estrategia debe ser tal y tal". Sorprende porque la historia contemporánea del país puede ser narrada en términos de terribles equivocaciones cometidas por actores clave de la vida nacional que hoy son políticos o analistas connotados, unos cuantos entrados en años, unos cuantos todavía jóvenes. Lo menos que puede esperarse de esos actores en la vida pública es humildad y prudencia.
La humildad aconseja dialogar con quienes defienden argumentos distintos a los de uno, pensar en la posibilidad de que la posición propia puede estar equivocada. La prudencia aconseja no casarse apasionadamente con una estrategia que cierra caminos en vez de abrirlos, por la sencilla razón de que cualquier cosa puede pasar, dado el rumbo incierto de las cosas, los conflictos sociales, los enfrentamientos entre quienes nos gobiernan, los intereses foráneos y la ausencia de árbitros institucionales, entre otros factores. El país se ha vuelto frágil. Su fragilidad hace frágil la misma validez de la información que analizamos, y por tanto los supuestos y estrategias con que actuamos.
En tiempos inciertos, de gelatinosa estabilidad, es asunto fundamental el diálogo entre gente con apreciaciones diferentes. Eso es lo que enseña la historia. Hacer realidad ese diálogo es tarea urgente del liderazgo opositor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario