Gustavo Roosen
El Nacional - 22 de julio de 2013
“El problema económico parece tener dos soluciones: una difícil y la otra fácil. La primera, hacer cambios profundos en el modelo; la segunda, que los precios del petróleo vuelvan a subir”. La reflexión es de Pedro Palma en un reciente artículo en el que dibuja el cuadro de recesión e inflación que amenaza con profundizarse en Venezuela. Habrá quien ponga su esperanza en la frase de Keynes (“Lo inevitable nunca sucede, siempre viene lo inesperado”), pero la acumulación de años de una política equivocada hace presumir, por el contrario, el agravamiento de una situación difícilmente sostenible, caracterizada por un peligroso desequilibrio fiscal, monetario, cambiario, escasez, contracción económica y alta y creciente inflación.
Con excepción de quienes insisten en ajustarse la venda ideológica, pocos ponen en duda el grave estado de nuestra economía. Las intenciones de rectificación no han logrado el objetivo anunciado de recuperación. Parciales y contradictorias, las medidas tomadas lejos de aclarar el panorama lo han vuelto más confuso. Hay más de una voz de mando. O ninguna. Terminan siendo medidas a medias, cargadas de excepciones, abiertas a la discrecionalidad. La falta de acuerdo aumenta el caos. La ilusión de control no pasa de una desfiguración de la realidad. La mano abierta de un llamado al diálogo no se compadece con el puño de las presiones o de la persecución. Los controles no han llenado los estantes, las subastas de divisas no han calmado la ansiedad del mercado ni afirmado el valor del bolívar, los índices de inflación siguen contradiciendo los anuncios oficiales, el desabastecimiento continúa afectando a los consumidores.
Los cambios profundos a los que alude Palma asustan a quienes deberían activarlos. Así sucedió también en el pasado, a finales de los ochenta, cuando el liderazgo político no se atrevió a asumir el costo de las medidas económicas consideradas indispensables y las dejó en manos de los tecnócratas. Sucedió después en 1996, cuando con la expresión “sólo Dios sabe lo que me ha costado tomar estas medidas” otra vez el liderazgo político traslucía su falta de convencimiento y compromiso. Ahora, cuando se hace indispensable pensar nuevamente en políticas económicas que detengan la caída, ¿en manos de quién estarán las decisiones? ¿De los llamados pragmáticos? ¿De los radicales? ¿De los doctrinarios?
Frente a la evidencia de los pobres resultados, la pregunta natural debería ser por las causas. ¿Es la orientación? ¿El equipo? ¿Ambos? El Gobierno insiste en la bondad de su orientación, pero mantiene los mismos equipos. ¿Tiene sentido? ¿Por cuánto tiempo? ¿Y si no es sólo el equipo sino su planteamiento de base? ¿Pueden convivir estrategias de mercado con la negación del mismo?
La difícil situación político-económica que atraviesa el país y la todavía más complicada que se anuncia han obligado a llamados más o menos abiertos al diálogo. ¿Sinceros o interesados, de largo alcance o circunstanciales, honestos o tramposos, nacidos de la convicción o inspirados en la conveniencia? Una condición para hacerlos creíbles debería ser, sin duda, cambios profundos en el equipo o en la estrategia. Lo contrario haría pensar en tácticas para ganar tiempo, señales distractoras para calmar ánimos. A las élites convocadas al diálogo no les está permitida la ingenuidad. Les corresponde aportar y exigir sinceridad y claridad en el tratamiento de la realidad. ¿Qué hacer para corregir el trabamiento cambiario, controlar la inflación, activar la economía y reducir la tensión social?
Quienes piensan que postergando las medidas necesarias están ganando tiempo, posiblemente lo estén perdiendo. Quienes calculan el costo de tomarlas, deberían también pensar en el precio, posiblemente mayor, de no tomarlas. La demora sustentada en cálculos políticos termina normalmente por desencadenar catástrofes en lo social y lo económico. Sería trágico que olvidáramos las lecciones del pasado y reincidiéramos en el error de postergar las decisiones necesarias o de camuflarlas con salidas ambiguas.
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