El Nacional - 16 de septiembre de 2013
El gran tema olvidado no es otro que el de la educación. ¿Cuáles son, de hecho, las preocupaciones de nuestra sociedad a las puertas del nuevo año escolar? La de las autoridades -en el mejor de los casos- adecuar las instalaciones, programar el calendario escolar, asegurar la dotación de materiales. La de los padres, cubrir los costos de matrículas, uniformes y útiles escolares.
La de los maestros, la resolución de los conflictos pendientes y la asignación efectiva de recursos. Y de la pertinencia y calidad de la educación, ¿quién se preocupa? ¿Quién de la formación y actualización de los maestros, del reconocimiento y dignificación de su función? Parecería que el tema de la educación no es motivo de preocupación para los venezolanos. Reducido al ámbito de ministerios, escuelas, universidades, sindicatos o asociaciones, ha dejado de interesar a la comunidad como algo trascendente y ha pasado a mostrarse sólo de tiempo en tiempo como espacio de conflicto.
Abrumados por los problemas, hemos desatendido lo que debería verse precisamente como su origen y su solución. Nadie, en efecto, pondría en duda la importancia de la educación para combatir la desigualdad. La apertura de oportunidades de una educación de calidad para todos es -se ha comprobado- el mejor camino para avanzar en los propósitos humanos de justicia e igualdad.
No ocuparse de ella es alimentar la desigualdad. No importa dónde se ponga el acento, la importancia capital de la educación se hace siempre presente. ¿No depende, en efecto, de ella la formación para el trabajo, la calidad profesional, la productividad, la generación de conocimiento, la innovación? ¿No son las deficiencias en el sistema educativo las que explican en buena parte la falta de capacitación, el desempleo y el empleo informal? Ni qué decir del ámbito humano y social, de la formación para la vida, para la responsabilidad, para los valores de dignidad y honestidad, para el ejercicio de la libertad y de la solidaridad, para el entendimiento y la cooperación.
¿Qué está fallando en nuestra educación que vemos con alarma el crecimiento de la deserción escolar, del embarazo precoz, de la presencia de los jóvenes en los índices de criminalidad? El círculo se cierra: educación de escasa calidad, empleo de escasa calidad, ciudadanía de poca calidad, democracia de poca calidad. Cualquier momento debería ser bueno -pero especialmente el inicio del año lectivo- para poner atención a los problemas que arrastra nuestro sistema educativo, pero sobre todo para pensar y trabajar en los elementos claves de una educación de calidad, en la actualización de métodos y contenidos, la capacitación docente, la recuperación de la figura del maestro y su reconocimiento social, la integración de la comunidad educativa y su participación. Se trata de rescatar el tema de la educación del conflicto inmediato y de ubicarlo en el plano de trascendencia que le corresponde.
No es una tarea sólo de los educadores, aunque ellos deberían ser sus primeros impulsores; tampoco sólo de las familias ni de los estudiantes, ni sólo de las autoridades. La educación pertenece a la sociedad. No puede estar en manos de los partidos, ni de los sindicatos, ni de las apetencias ideológicas de control. La sociedad, sin embargo, no parecer estar dispuesta a darle la importancia que merece. La educación ha perdido espacio en la atención del ciudadano e, incluso, en el discurso político. Sería indispensable que estuviera presente en la voz de los líderes.
Si es su función hacer que la sociedad se ocupe de los temas fundamentales, la educación debería tener en su agenda posición privilegiada. Los países que han prosperado son aquellos en los cuales la educación ha sido asumida de verdad como una prioridad, no como un entusiasmo momentáneo ni una declaración electoral oportunista, sino como una política nacional consensuada y permanente. Levantar la bandera de una mejor educación, universal y de calidad es una obligación de la sociedad y una señal de su lucidez.
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