Ramón Piñango
El Nacional - 08 de octubre de 2013
Treinta y tres maletas con cocaína, cinco mil millones que no prestaron, un viaje a la ONU suspendido a última hora, una gandola saqueada con el chofer moribundo en la cabina, la oculta partida de nacimiento presidencial, inflación que se agrava día tras día, escasez de productos básicos, anuncios y contra anuncios, marchas y contra marchas, magna trifulca entre motorizados y guardias nacionales, ministro que ofrece el oro y el moro a los empresarios, ministros que contradicen a ese ministro, numerosas empresas estatizadas quebradas, sigue creciendo la probabilidad de morir asesinado en la calle, atraco a punta de granadas, asaltos a iglesias, conflictos laborales cuya solución se esfuma en apenas horas, aumentos de sueldos significativos para militares, aumentos de sueldo que no son tales para maestros, revolución bonita que amenaza con profundizarse, amenaza de prisión para gran líder opositor, diplomáticos expulsados, solicitud de habilitante para para ver si por fin el gobierno puede gobernar, encuestas que señalan a quienes gobiernan como responsables de muchos males, elecciones municipales transformadas en plebiscito, parientes presidenciales designados para altos cargos, revolucionarios que piden más revolución enfrentados a pragmáticos que piden más eficacia, militares y más militares gobernando.
Y a todas estas rumores de todo tipo. Fechas que ponen. Fechas que cambian. Manos peludas., muy variadas, para diferentes gustos políticos.
Claros síntomas de anarquía y de caos. De anarquía, porque numerosos actores sociales hacen lo que les viene en gana. Desde el más alto gobierno hasta actores comunes y corrientes y no tan corrientes, como funcionarios públicos o líneas aéreas. Para muchos los motorizados se han convertido en lo más emblemático de la anarquía. De caos porque lo predecible va desapareciendo, porque cada vez sabemos menos a qué atenernos, porque crece la convicción de que cualquier cosa puede pasar.
En esta realidad desconcertante, incierta y preocupante, una palabra clave sintetiza todo: desconfianza. Desconfianza generalizada, que alcanza a actores específicos como el gobierno, la oposición, las empresas, y los militares, pero que va mucho más allá hasta abarcar lo intangible pero más significativo: nosotros mismos como colectivo y nuestro futuro. Esta pérdida de fe en nosotros es lo peor que sufrimos, el peor daño que nos hemos hecho.
La anarquía engendra el caos. La desconfianza es el eje de la anarquía. Sin confianza no hay instituciones que sirvan a todos. Sin confianza no hay economía, ni justicia ni paz social, ni democracia.
Cuando no hay confianza las sociedades humanas tratan de crearla a como dé lugar. Por eso la desconfianza tiene al final el feo rostro de la violencia. Ese rostro ya lo observamos. Tener confianza es creer en algo o en alguien, en algo de naturaleza más bien general como un sistema electoral o judicial, en partidos políticos o en empresas, o, si falla todo ello, en personas que por su carisma son convincentes y crean sosiego, al menos por un tiempo.
Reencontraremos el camino hacia un mejor país cuando recobremos la confianza, ante todo la confianza en nosotros mismos como colectivo.
¿Qué nos acerca o aleja de la confianza? Nos aleja, el fanatismo, la intolerancia, la incompetencia, la corrupción, el sentimiento de superioridad moral de unos contra otros, la incomunicación radical. Nos acerca, la creciente convicción, consciente o inconsciente, de que hemos avanzado demasiado en la profundización de la anarquía. La anarquía se detendrá a sí misma cuando gran parte del país se sienta amenazado y temeroso de nuestra inmensa fuerza auto destructora. Ese momento parece acercarse, el espanto de la violencia nos hará actuar. Ojalá no sea con más violencia.
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