viernes, 26 de agosto de 2011

“La Ley de Costos y Precios Justos va contra los chicos malos de la película, contra los burgueses, dueños del capital”

A continuación le presentamos un artículo del sociólogo Angel Alayón publicado en el portal digital Dossier33. Alayón, Economista, profesor invitado del Centro de Políticas Públicas del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), y coordinador de la Mesa Técnica de Competencia del Foro Regulatorio del IESA.


Ángel Alayón (Sociólogo – IESA) opina sobre los controles de precios

agosto - 20 - 2011

La entrevista es en las afueras de un mercado popular. Le preguntan a una señora de mediana edad y rostro serio si pudo comprar todo lo que buscaba. “No conseguí aceite —responde— y los precios están por las nubes. Yo trabajo y trabajo, pero cada vez puedo comprar menos.

No sé qué va a hacer el gobierno”. La respuesta de la entrevistada es un diagnóstico: escasez, deterioro de la capacidad de compra del salario, preocupación por el creciente costo de la vida y reclamo de acciones al gobierno ante el problema de los precios. El Gobierno respondió con una ley, la Ley de Costos y Precios Justos.

O inventamos o erramos

Cuando Jesús de Nazareth fue crucificado, los controles de precios tenían ya más de dos mil años de historia, pero quizás nos convenga aterrizar de una vez en el siglo XX.

Todas las economías socialistas clásicas del siglo pasado establecieron controles de precios para todos los bienes y servicios de sus economías. En la Unión Soviética, China, Corea del Norte y los países del Este europeo nadie podía fijar precios libremente pues la determinación de los precios era potestad exclusiva del Estado. Los controles de precios eran consecuencia de uno de los elementos centrales de la doctrina socialista clásica: la planificación centralizada de la economía.

En las economías socialistas clásicas las oficinas de planificación determinaban qué, cuánto y cómo producir y a qué precio vender. Los resultados fueron desastrosos y en algunos casos catastróficos.

Los niveles de producción y productividad de las economías socialistas clásicas fueron consistentemente inferiores a sus pares de economías no socialistas y, peor aún, insuficientes para satisfacer las necesidades y preferencias de su población.

No sólo los socialistas utilizaron controles de precios generalizados durante el siglo XX. Adolf Hitler y Benito Mussolini regularon los precios con fines de control político.

Incluso, el intento de controlar los precios como medida para atacar la inflación —y no por razones ideológicas— apareció en un lugar inesperado y con actores inverosímiles: el republicano Richard Nixon estableció un control de precios general en Estados Unidos entre 1971 y 1973.

El resultado no fue diferente al de las economías socialistas: escasez. Existen muchos otros casos, pero no necesitamos ser exhaustivos.

El siglo XX venezolano es también pródigo en ejemplos. Desde 1958, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Jaime Lusinchi y Luis Herrera Campins establecieron controles de precios en amplios sectores de la economía.

Todos fracasaron. Ya en el siglo XXI, en el año 2003, Hugo Chávez estableció un control de precios para 103 rubros de la canasta básica. Los resultados no han sido distintos a los controles del siglo XX y de otros países: escasez.

Las ideas detrás de La Ley de Costos y Precios Justos

La Ley de Costos y Precios Justos establece como ilegal las “ganancias excesivas”. La presunción es que el encarecimiento de los bienes y servicios en Venezuela es consecuencia de que productores y comerciantes fijan precios “desproporcionados” en relación con los verdaderos costos de producción y comercialización de los bienes y servicios.

En consecuencia, las ganancias son “excesivas”. Esos productores y comerciantes son capitalistas, en el sentido despectivo original del término. Es decir, son seres que sólo pretenden acumular capital porque los aqueja un defecto moral: sufren de pleonexia. Sólo los mueve el apetito insaciable de poseer bienes materiales. Son los malos de la película.

No hay que desestimar el poder de esta narrativa, pues encuentra sus bases en dos poderosas columnas del pensamiento occidental. Un hombre virtuoso en la antigua Grecia era un hombre que se dedicaba al bienestar de la ciudad y a su defensa militar. Los hombres que se dedicaban a “hacer dinero” eran inferiores.

Aristóteles consideraba “riesgoso moralmente” dedicarse a perseguir riquezas a través de la actividad comercial.

Por otra parte, el pensamiento cristiano llega a condenar eternamente la riqueza y la actividad comercial. En la Biblia, la riqueza es “injusta” pues parte de una concepción del mundo en la que la riqueza no puede crearse, sino que es fija, estática. La economía bíblica es un juego suma-cero. “Si alguien no pierde, no hay nadie quien gane” dijo San Agustín. El rico es rico porque les quita la riqueza a los demás. Por eso es que los camellos van al cielo primero que los ricos.

Carlos Marx se apropió de algunos de estos conceptos. Como dice Jerry Muller, Marx renombró y redefinió la estigmatización cristiana del “hacer dinero” y creó un nuevo lenguaje para ello. Marx sostenía que los únicos que podían obtener ganancias del mercado eran los dueños del capital, la burguesía.

Mientras que los trabajadores —el proletariado— eran explotados por los dueños del capital y nada tenían que ganar del mercado. Los burgueses eran “vampiros”, una clase moribunda que vivía de extraerles la sangre a los vivos, a los trabajadores. Para Marx, toda acumulación de capital es injusta pues proviene de la explotación de la única fuente de valor: el trabajo.

El valor de un bien debe corresponderse con el valor del trabajo humano que se ha necesitado para producirlo, decía Marx al esbozar su Teoría del Valor-Trabajo. Las ganancias son, principalmente, la diferencia entre el precio al que vende el capitalista y lo que éste le paga a los trabajadores involucrados en la producción del bien. Y esa diferencia es, bajo el pensamiento de Marx, la plusvalía: medida (y prueba) de la explotación de los trabajadores.

La Ley de Costos y Precios Justos va contra los chicos malos de la película, contra los burgueses, dueños del capital. Así, en el primer párrafo de la exposición de motivos, explica:

“Los abusos flagrantes de poder monopólico en muchos sectores de la economía han originado que la base de acumulación de capital se materialice en elevados márgenes de ganancias que implica el alza constante de precios sin ninguna razón más que la explotación directa e indirecta del pueblo.”

En éste párrafo de la exposición de motivos de la Ley, el Gobierno le dice a la Señora entrevistada: “Tranquila, ya hemos identificado a los malos. Ya sabemos quiénes son los que causan la inflación, y con esta Ley resolvemos el problema”. La Señora va al mercado y observa que los precios suben constantemente.

El Banco Central de Venezuela le da la razón: vivimos en una economía inflacionaria. ¿Cuál es el supuesto de la Ley? Qué el incremento constante de los precios de los bienes y servicios de la economía es una consecuencia de los empresarios explotadores que incrementan constantemente los precios para aumentar sus márgenes de ganancias.

La Ley iguala el incremento de precio al incremento de las ganancias de los empresarios y comerciantes explotadores (enfermos de pleonexia).

Insisto: detrás de la ley hay una poderosa narrativa, un discurso con una audiencia predispuesta y las bases para un guión de acción y actuación hacia el futuro.

Los filósofos griegos ya no son los mismos, la teología cristiana cambió y ajustó conceptos económicos y la Teoría del Valor-Trabajo de Marx siempre ha sido su talón de Aquiles, pero eso no evita que la historia que nos cuentan de buenos y malos, de vampiros y víctimas y de hombres superiores moralmente que luchan contra aquellos que sufren de pleonexia no sea música para los oídos de muchos.

Si los precios suben —y eso es impopular—, mejor que la culpa sea de otros. Para que un gobierno sea visto como bueno, los malos no deben estar muy lejos.

Lo que ni Cristo ni Marx vieron

La Ley de Costos y Precios Justos le otorga a la Superintendencia de Costos y Precios la potestad de determinar y fijar el “precio justo”. Para ello, las empresas están obligadas a suministrar la estructura de costos de producción de los bienes y servicios.

La Superintendencia estudia los costos y determina cuál es el “precio justo” del bien y así evitar que se produzcan “ganancias excesivas”.

Pronto en la economía habría solo “precios justos” y la inflación estaría bajo control, pues ya nadie podría incrementar sus precios para aumentar sus ganancias. Pero lamentablemente, ésa no es la película que veremos, pues el análisis de la Ley parte de una errada e inadecuada concepción de cómo se forman los precios y —más importante aún— cuál es su función económica.

Sabemos que, desde el punto de vista del consumidor, el precio de un bien o servicio es la cantidad de dinero que tenemos que entregar para adquirir un bien.

Pero el precio, en realidad, es mucho más que eso. El precio de un bien o servicio es información. El sistema de precios es un sistema descentralizado de señales que informa a los actores económicos sobre la escasez relativa de los bienes en la economía.

Cuando la demanda de un bien se incrementa, el precio aumenta y eso informa a los actores que ese bien es ahora más valioso para la sociedad. En consecuencia, otros productores decidirán asignar sus recursos productivos hacia el bien o sector encarecido, logrando incrementar la oferta de ese bien. Ese incremento de oferta, por cierto, hace retroceder los precios previamente encarecidos.

Los cambios en los precios relativos se comportan como un semáforo que indica hacia dónde deben dirigirse los recursos escasos en la economía. Estoy simplificando, ciertamente, pero quiero llamar la atención sobre el hecho de que los precios contienen información valiosa para que miles de consumidores y productores decidan qué hacer con sus recursos cada día.

Es un sistema dinámico y complejo. Noten que en todo el párrafo no hemos hablado de costos. La demanda o la oferta de un producto —y, en consecuencia, su precio— pueden modificarse sin que los costos de producción se vean alterados.

La estructura de costos no es el determinante de los precios. Y, precisamente, la Ley de Costos y Precios Justos pretende fijar los precios a partir de los costos.

El control de precios anula el sistema de precios como mecanismo de información, por lo que la asignación de recursos de la economía sufre, en el mejor de los casos, una distorsión que lo inutiliza.

Los agentes económicos pierden su mejor fuente de información. La satisfacción de las necesidades, gustos y preferencias de los consumidores requiere de un sistema económico que se adapte rápidamente a los cambios en la oferta y la demanda.

Sin precios formados libremente, la información pasa a ser ruido. Y el ruido no es bueno para tomar decisiones de inversión. Cuando hay controles de precios, hay menos inversión. Y eso, coincidiremos, no es bueno.

No son las ganancias, sino su origen

Ya dijimos que la estructura de costos no es, en realidad, un determinante de los precios. Pero la relación entre precios y costos si es relevante para varias decisiones económicas importantes en una sociedad: cuándo abrir una operación de producción, cuándo aumentar o disminuir la producción, y cuándo dejar de producir.

Un emprendedor que dispone de capital tiene como opción —quizá la menos rentable, aunque no la más riesgosa— depositar su dinero en un banco para obtener intereses.

Cuando decide invertir —es decir: cuando decide arriesgar su capital en la producción de un bien y servicio, pues nada le asegura un retorno a su inversión— lo hace con una expectativa de ganancia, ajustada por el riesgo que asume, que sea mejor a la que obtendría en el caso de continuar viendo televisión y cobrar los intereses al banco.

Los empresarios invierten con la expectativa de generar una ganancia, un retorno sobre el capital arriesgado. Algunos los logran y perduran. Otros no y quiebran. No hay garantías.

Revisan sus costos, saben el precio y deciden invertir. Siempre le irá mejor a aquel empresario que satisfaga mejor las necesidades y preferencias que los demás. La ganancia, entonces, tiene un claro beneficio social, pues es el motor que levanta del sofá al potencial empresario y lo estimula a arriesgar su capital para producir y satisfacer las necesidades, gustos y preferencias de los de los consumidores.

En una economía pueden producirse ganancias extraordinarias cuando, por ejemplo, un emprendedor innova, bien sea creando un producto o mejorando sus métodos de producción.

En esos casos, el esfuerzo se ve reflejado en las ganancias extraordinarias. La innovación y sus ganancias extraordinarias son el motor del cambio tecnológico y sus consecuentes incrementos en la productividad: el trasfondo del crecimiento económico. En otras palabras, las ganancias extraordinarias derivadas de la innovación causan crecimiento económico.

Pero basta que una empresa empiece a generar ganancias extraordinarias para que el sistema de señales del mercado se active y comience un proceso de competencia (e incluso de imitación) que eventualmente hará que las ganancias dejen de ser extraordinarias.

No sólo las ganancias tienen una función social: la posibilidad de obtener ganancias extraordinarias son claves para motivar la innovación y la productividad.

Pero también hay ganancias extraordinarias que son producto de acciones ilegales y que deben ser —son— prohibidas y castigadas. Empresas que se cartelizan (restringen la oferta) para vender con precios superiores a los que venderían bajo cualquier otra circunstancia o empresas que cometen prácticas de competencia desleal para afectar la capacidad operativa o la reputación de otras empresas, pudieran —en el caso de ser exitosas en sus malas artes— obtener ganancias extraordinarias. Esta clase de ganancias no tienen ningún beneficio social y deben ser perseguidas.

También se justifica la regulación en el caso de las ganancias que provienen de situaciones en las que por razones económicas y tecnológicas conviene que el bien o servicio lo preste una sola empresa: los llamados “monopolios naturales”, algo que cada vez es menos común, debido a los avances tecnológicos.

Otra fuente de ganancias extraordinarias son las políticas públicas: cuando leyes y regulaciones limitan la competencia en un sector, se producen condiciones para que las empresas obtengan ganancias extraordinarias.

No pocas veces empresas “capturan” al regulador y logran beneficios relacionados con la acción del Estado para proteger a algunas empresas de la competencia. Este tipo de ganancia, por supuesto, tampoco genera ningún tipo de beneficio social.

La Ley establece que si se desea introducir un nuevo producto al mercado debe solicitarse autorización para la fijación de precios. En conescuencia, la Ley inevitablemente afecta y desestimula los procesos de innovación necesarios para el crecimiento económico y para el aumento de la productividad y competencia, elementos esenciales para mantener los precios lo más bajos posible, algo que uno entendería como objetivo compartido en nuestra sociedad.

El bienestar de la Señora entrevistada requiere de políticas públicas que impidan ganacias extraordinarias cuya fuente sea ilegítima e improductiva, no políticas que desactive motores necesarios para el aumento de la productividad y la reducción de los precios: la innovación y la competencia.

Disponible en: http://dossier33.com/2011/08/angel-alayon-sociologo-iesa-opina-sobre-los-controles-de-precios/



lunes, 15 de agosto de 2011

“Creo que tenemos que prestar mucha atención a lo que viene haciendo el Perú”

Norma Ortiz, Doctora en Economía y Dirección de Empresas, profesora de Planta del IESA participó en La Semana Internacional de Finanzas de ESAN con el curso “Gestión y evaluación de créditos en las microfinanzas”, y fue entrevistada por el boletín electrónico de Conexión de la Escuela de Negocios ESAN en Perú. Destaca algunos temas como:

El sector de las microfinanzas en América Latina y en Perú.

La tasa de morosidad en el Perú que se ha mantenido en 4,5 %.

El crédito en las microfinanzas y sus posibles alertas de deterioro.

Los riesgos de la sociedad y una equivocada gestión de los microcréditos.

Desde su perspectiva, la profesora Ortiz señala que el Perú es un gran ejemplo en relación con los temas de los microcréditos, las tasas de morosidad y el endeudamiento de las personas con bajos recursos económicos.

Algunas de las recomendaciones que señala la profesora Ortiz consiste en mantener un monitoreo continuo y constante del cliente, cómo es el comportamiento de pago del cliente y evitar que el mismo caiga en mora.

A continuación la entrevista realizada a la profesora:

Microfinanzas, morosidad y los riesgos para la sociedad

El sector microfinanciero sigue creciendo en el Perú. Sin embargo, es importante una evaluación constante de las tasas de morosidad. El endeudamiento de las personas sin muchos ingresos podría ser un gran riesgo para la sociedad.

Conexión ESAN


Norma Ortiz, Doctora en Economía y Dirección de Empresas, conversó con Conexión ESAN a propósito de su participación en la Semana Internacional de Finanzas de ESAN, desarrollando el curso "Gestión y evaluación de créditos en las microfinanzas".

Actualmente, el sector de las microfinanzas en América Latina y en Perú, está atravesando por una etapa de crecimiento. ¿Cómo mantenerlo o qué se debe hacer para mejorar aún más el entorno?

En mi opinión, el Perú es uno de los mejores ejemplos en ese tema. De hecho, en el estudio Microscopio 2010 que realiza el Banco Mundial y la Corporación Andina de Fomento (CAF) anualmente, el Perú quedó por tercer año consecutivo como el país con las mejores condiciones para las microfinanzas.

Creo que tenemos que prestar mucha atención a lo que viene haciendo el Perú. Mantener las políticas que ustedes han hecho en cuanto al marco regulatorio, el clima de inversión, a la posibilidad que vengan inversionistas extranjeros y participen en este sector, etc. El hecho que ustedes no regulen las tasas de interés es muy importante.

En el Perú además se ha comprobado que el mismo sistema se ha autoregulado y que las tasas de interés tienen una tendencia decreciente cada vez más, aún cuando las instituciones financieras no tienen topes para poder fijarlas. Esto asegura la sustentabilidad y sostenibilidad de las instituciones, y para seguir creciendo, el Estado tiene que crear las condiciones para que las instituciones microfinancieras puedan llegar a las zonas más remotas.

Aquí se debe hacer un esfuerzo conjunto entre políticas sociales, ya que si bien las microfinanzas ayudan a que muchas personas puedan salir de ser pobres, estas no son suficientes para asegurar que todas las personas de un país puedan salir definitivamente de la pobreza. Por ello, esto tiene que venir acompañado de una serie de políticas públicas, pero muy de la mano de las instituciones microfinancieras para que se orienten hacia el fortalecimiento de ciertas zonas o áreas.

¿Estamos hablando de una especie de descentralización del microcrédito?

Así es. Por ejemplo, ustedes tienen experiencias de éxito con sistemas de riego para personas dedicadas al agro. En este caso, el Estado ha ido de la mano con instituciones como Edyficar, y han conseguido darles crédito a estas personas. De esa forma se mejoró consider

ablemente las condiciones y la productividad agrícola de estas zonas. La institución microfinanciera por sí sola no hubiese podido hacerlo.

El año pasado la tasa de morosidad en el Perú tuvo un incremento. Hoy se mantiene alrededor del 4.5%. ¿Es muy alta o está dentro de lo normal?

Todavía está dentro de los rangos. Si bien hay algunos países como Bangladesh, donde la tasa no llega al 1%, el Perú tiene una tasa todavía razonable, más aún cuando se observa la cobertura de esta cartera morosa en las instituciones microfinancieras que la cubren en más de un 130%. Sin embargo, se deb

e tomar medidas en el ente supervisor. La Superintendencia de Bancos y Seguros debe continuar con el seguimiento del comportamiento de esta morosidad y hacer un fuerzo interno en las instituciones para cumplir los objetivos.

¿Cuáles son las principales alertas para anticipar el deterioro del crédito en las microfinanzas? ¿Cómo identificarlas?

Principalmente la gestión recae sobre el oficial de crédito. Él está muy de la mano con el cliente y continuamente observando cómo es su comportamiento de pagos. Como generalmente los créditos otorgados son de cuotas que se vencen aceleradamente: pagos semanales, quincenales, mensuales, el oficial de crédito está en la capacidad de poder generar las alertas que haga falta.

El oficial debe hacer las recomendaciones de reestructuración o tomar medidas para que el cliente no caiga en mora. Siempre tratar de agotar todos los recursos posibles para que la última opción sea ir contra el cliente mediante un proceso de litigio u otros métodos aún más fuertes, como quitarle los bienes que se le financiaron y otras medidas similares.

¿Cuáles son las posibles acciones que se pueden tomar?

Monitorear siempre al cliente, tener un seguimiento continuo y constante. Poder contar también con los sistemas de alerta para que la información que recogen los agentes de crédito se vacíen, se supervise y se siga continuamente por parte de la institución microfinanciera. De ese modo, existirá una adecuada vigilancia sobre los clientes para saber si están pagando correctamente.

¿Cuáles son los riesgos para una sociedad con una inadecuada política de gestión de los microcréditos?

En la India ocurrió recientemente un suicidio masivo. Se podría decir de unas 200 personas que no fueron capaces de poder afrontar los pagos ante las instituciones microfinancieras. Lo que sucedió fue que se generaron muchos vicios. Hubo un incentivo muy fuerte para que las personas pudieran tener créditos y de hecho se endeudaron más de lo que podían pagar. A parte de eso, las tasas eran elevadísimas, muy por encima de los niveles razonables para estas personas tan pobres.

Hay que tener en cuenta en estos casos que las personas, aún cuando consigan el crédito, van a mantener sus prestamistas informales. Esto es un riesgo muy delicado porque precisamente en el caso de las instituciones microfinancieras de la India, lo que causó el colapso fue la presión que los prestamistas informales hicieron sobre las personas que no les podían pagar sus créditos. Entonces, ellos se apalancaron o pidieron financiamiento a las instituciones microfinancieras para pagar las deudas que tenían con los prestamistas informales y eso fue lo que generó todo el caos.

El caso fue tan grave que llegó a establecerse una especie de código de ética para las instituciones microfinancieras. Lamentablemente, tuvieron que fijar algunos topes para las tasas de interés y eso no es para nada sano en este tipo de sistemas financieros. Sin embargo, con el paso del tiempo se puede ir corrigiendo estas políticas para que las microfinanzas sigan creciendo. De hecho, un estudio de la CEPAL señaló que entre el 2003 y 2008 el crecimiento del sistema microfinanciero de América Latina y del Caribe estuvo por encima del 300%. Lo cual quiere decir que este es un mercado con un gran potencial de crecimiento. Donde los cinco principales países de la región son: Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y México. No creo que sea casualidad que todos sean países andinos o ¿si? Un punto muy interesante a analizar.


Esta entrada contiene una entrevista a:

Norma Ortiz


Doctora en Economía y Dirección de Empresas. Profesora de Planta del IESA-Venezuela. Examinadora de Riesgos de la SUDEBAN. Vicepresidente y Gerente General de: Contabilidad, Análisis Financiero y Riesgo en instituciones bancarias públicas y privadas.
Profesora inv
itada a la Semana Internacional de Finanzas de ESAN