miércoles, 15 de diciembre de 2010

Gustavo Roosen \\ ¿Valor o pecado?

En Venezuela, la familia y el sistema educativo estimulan la competencia: en el deporte, en el rendimiento escolar, en el desarrollo de los talentos. Como sociedad aplaudimos a los mejores, especialmente en las artes y el deporte. No sucede lo mismo, sin embargo, en los campos de la innovación, la ciencia, la tecnología y, sobre todo, en el de la economía.

¿Por qué la diferencia? ¿Por qué en algunos medios la idea de competitividad produce rechazo? ¿Pesa allí un discurso marcado por una ideología generadora de fracaso, más cercana a la desidia, la envidia, la resignación, la mediocridad o la ausencia de miras que a la motivación, la organización, la búsqueda programada de resultados? ¿Es la competitividad un valor o un pecado capitalista?

En el anacrónico discurso de quienes han asumido como suya la tarea de desprestigiar y tratar de destruir todo aquello que les parezca de color liberal o capitalista, la palabra competitividad tiene acento negativo. Más grave que el discurso, sin embargo, son los resultados de una política negadora del valor competitividad y de los factores con los cuales el país debería construirla.
El dato más reciente de esta dolorosa constatación es el informe del World Economic Forum para el bienio 2010-2011 en el cual Venezuela ocupa el lugar 122 entre 139 países.

Desde 2001, cuando se presentó por primera vez el Índice Mundial de Competitividad, Venezuela no ha hecho sino bajar, año tras año, su posición, para ubicarse hoy en la cola de América Latina y el Caribe y entre los menos competitivos del mundo. El Índice Mundial de Competitividad analiza 12 factores.¿Cómo se ubica Venezuela respecto de cada uno de ellos?: 139 ­el último­ en fortaleza institucional y en eficiencia del mercado de bienes, 138 en eficiencia del mercado laboral, 132 en profundidad del mercado financiero, 129 en sofisticación de los negocios, 123 en innovación, 113 en estabilidad macroeconómica, 108 en infraestructura, 90 en disponibilidad de tecnología, 86 en salud y educación primaria, 68 en educación superior y adiestramiento y 40 en tamaño del mercado.

En resumen: preocupantes índices de baja competitividad en fortaleza institucional, eficiencia de los mercados (bienes, trabajo y financiero), calidad de los negocios (sofisticación en innovación), estabilidad macroeconómica e infraestructura.Quienes ven la competitividad como una deformación propia del capitalismo harían bien en recordar su necesidad y su legitimidad. De ella, en efecto, depende el nivel sostenible de prosperidad que pueda lograr una economía.En su fundamento está la legítima aspiración personal, institucional y nacional de superación. Son sus componentes la motivación, el entusiasmo, una mentalidad ganadora y una eficaz voluntad de excelencia, pero, además, el uso inteligente de los recursos, la planificación, la sistematización, el trabajo, la calidad de los resultados.

Se crece con la cooperación y la complementariedad, se alimenta de la innovación y el intercambio.Más allá de las dimensiones y de los recursos naturales, la competitividad es para un país la suma de instituciones, políticas y factores que determinan su nivel de productividad y su capacidad de generación de riqueza.Desconocer el valor de la competitividad y de las fuerzas que la soportan sólo puede conducir a la perpetuación de la pobreza y de la dependencia. Lejos de desdeñar la competitividad, corresponde al Estado estimularla, alimentar una vocación de ganadores, hacer competitivas sus propias empresas, corregir los errores que nos han convertido, lamentablemente, en país poco competitivo.

Artículo de opinión
Miércoles 15 de diciembre de 2010



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