Se nos fue Ricardo Zuloaga, el amigo, el emprendedor, el hombre de principios inquebrantables y de voluntad de hierro, pero de bondad infinita, sencillez y simpatía sin límite. En fin, partió un venezolano excepcional que dejó huella y un ejemplo a seguir.
Después de culminar sus estudios de ingeniero en la Universidad Central de Venezuela, siguió cursos de posgrado en el prestigioso MIT, para luego incorporarse a La Electricidad de Caracas, empresa que tuvo sus orígenes a fines del siglo XIX, cuando su padre, Ricardo Zuloaga Tovar, construyó una planta hidroeléctrica en El Encantado para darle electricidad a la capital.
Con el tiempo pasó a gerenciar esa empresa conjuntamente con su primo Oscar Machado Zuloaga, para luego presidir las compañías Luz Eléctrica de Venezuela e Inversiones Tacoa. Su espíritu emprendedor, heredado de su padre, también se manifestó en el campo, pues manejó exitosamente una finca ganadera en Cojedes, expoliada recientemente por el gobierno, y agregó así su nombre a la larga lista de víctimas de la injusticia y ausencia de Estado de Derecho que padecemos.
Impulsó una serie de iniciativas en el área educativa y de investigación, como el Instituto de Estudios Económicos y Sociales, el cual creó conjuntamente con Joaquín Sánchez Covisa, destacado economista y abogado de origen español, fallecido en edad temprana cuando aún tenía mucho que dar a esta patria que adoptó como suya. De esa iniciativa salió Orientación Económica, extraordinaria revista de análisis de la que tengo gratos recuerdos, ya que en mis años de estudiante de economía me di a la tarea de recopilar todos los números de esa publicación, costumbre que mantuve hasta que la misma dejó de ser publicada. También tuvo una participación activa en la creación y consolidación de entidades educativas de primer nivel, como el IESA y la Universidad Metropolitana.
Don Ricardo era un hombre multifacético, que se entregaba con pasión a todo lo que hacía o emprendía. Un ferviente creyente del liberalismo económico, fue cofundador de Cedice y formó parte muy activa de la Sociedad Mont Pelerin, donde entró en contacto y desarrolló estrecha amistad con lo más granado del pensamiento liberal mundial, del que pueden mencionarse a varios premios Nobel, como Friedrich von Hayek, Milton Friedman, James Buchanan, George Stigler y Gary Becker. Al tener yo una inclinación más de centro y en línea con el poskeynesianismo en materia de pensamiento económico, era inevitable que don Ricardo me formulara reiteradas críticas sobre las ideas que planteaba en esa materia, pero siempre con la afabilidad y jocosidad que lo caracterizaba. En tal sentido, recuerdo una pequeña anécdota que así lo demuestra: en una ocasión, un amigo común me halagó diciéndome que yo me expresaba con mucha claridad, y antes de que pudiera agradecer el elogio, don Ricardo, con su típica jovialidad y ocurrencia, terció y dijo: "Sí, él se expresa muy bien, pero a veces expresa cosas que dejan mucho que desear...".
Compartir y conversar con él era un placer, ya que, además de su extraordinaria simpatía, tenía una conversación inteligente y agradable en extremo, llena de vivencias interesantes y simpáticas anécdotas. Junto con su inseparable y amada Carmen Luisa, disfrutaba la compañía de amigos, entre los cuales mi esposa María Cristina y yo tuvimos la suerte de contarnos. Escuchar sus agudas y precisas intervenciones en las reuniones del Grupo Santa Lucía y en otros foros donde coincidimos era un verdadero placer, y a la vez una experiencia, ya que con su gran sabiduría y capacidad de síntesis expresaba en pocas palabras, muchas veces en una sola frase, ideas llenas de contenido y profundidad.
Don Ricardo es un ejemplo a seguir como persona íntegra, cabeza de familia, amigo e individuo de excepcionales cualidades. Ojalá yo tenga la dicha de llegar a los 90 años de edad con la vitalidad, lucidez y ganas de vivir que tuvo Ricardo Zuloaga hasta el día mismo de su partida. Paz a sus restos.
Artículo publicado por El Nacional
www.el-nacional.com
Lunes, 14 de marzo de 2011
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