viernes, 15 de febrero de 2013

Nuestra problemática política: ¿Cómo superar el oportunismo petrolero?

José Ramón Morales Arilla, colaborador del Centro Internacional de Energía y Ambiente del IESA, comenta que para darle respuesta al drama de la exclusión social se requiere solventar la "problemática política" del país que constituye el oportunismo petrolero. Publicado en Prodavinci, el 9 de febrero de 2013



Si le preguntas a cualquiera por la calle cuál es el principal problema del país, muchos responderían que es la exclusión de los venezolanos más humildes - o yo respondería eso, y me gustaría creer que después de todos estos años, al menos eso hemos aprendido.

Los más humildes del país carecen de una educación de calidad que les permita alcanzar su potencial y autorrealizarse a partir de su esfuerzo. Los más humildes no tienen la oportunidad de ofrecer sus servicios productivamente a la sociedad a través de un mercado laboral que les ofrezca estabilidad, crecimiento en capacidades y satisfacción material y espiritual. Los más desposeídos no tienen acceso – o en el mejor de los casos, tienen acceso muy precario y costoso - a servicios públicos básicos de toda naturaleza: seguridad, agua, electricidad, transporte, banca y financiamiento, etc. Los más humildes están desprotegidos ante los achaques de la salud, de los envites de la naturaleza y la volatilidad de la economía, es decir, el locus de control en su vida es efectivamente externo. Todo esto siendo Venezuela un país de ingresos medio-altos, de acuerdo al Banco Mundial.

La pobreza es una condición, no una característica. En otras palabras, la pobreza no es irremediable, y remediarla debería ser la prioridad de un Estado que se hace llamar “Social de Derecho y Justicia”. La exclusión de los más humildes es el principal problema del país, pero no es la problemática del país. La problemática es la razón de fondo por la cual el país no puede organizarse para darle una respuesta sostenible a sus principales problemas. No poder eliminar la exclusión es consecuencia de la problemática del país.

Diagnosticar una problemática no es sencillo – algo tan profundo se presta para muchas interpretaciones. En 1931, algunos de los eventuales padres de la democracia venezolana se aventuraron a escribir el Plan de Barranquilla, donde proponían su interpretación sobre la problemática de la Venezuela de aquellos años.

El Plan de Barranquilla criticó a quienes en su época ya sugerían que bastaba contar con “hombres honestos al poder” para salvar al país. Plantea que el despotismo era producto de “una estructura social-económica de caracteres diferenciados y precisables sin dificultad”. El objetivo no era sacar a Gómez, era cambiar el sistema. Sacar a Gómez era el requisito.

De acuerdo a su visión, el poder del Estado se basaba en una organización político-económica semifeudal, cooptado por una alianza histórica entre latifundistas y caudillistas, oportunamente robustecida por el capitalismo internacional para los tiempos de Gómez y del reventón petrolero. Yendo de problemática a problema, el Plan de Barranquilla elabora:

“Para caudillos y latifundistas la situación semi-hambrienta de las masas y su ignorancia son condiciones indispensables para asegurarse impunidad en la explotación de ellas. Sin libertad económica, analfabetos y degenerados por los vicios, los trabajadores de la ciudad y del campo no pueden elevarse a la comprensión de sus necesidades ni son capaces de encontrarle cauce a sus anhelos confusos de dignidad civil.”

Muchos de los planteamientos en el Plan de Barranquilla se mantienen vigentes, pero lo menciono por fines netamente ilustrativos. Los problemas del país los tenemos más o menos claros. El debate fundamental en la sociedad venezolana debe buscar clarificar su problemática. Es decir, entender las razones políticas, económicas y sociales que hacen que nuestra democracia no le de respuesta sostenible a los problemas prioritarios de nuestra sociedad.

Revisando nuestra historia, este no siempre fue el caso. Durante los primeros 20 años de nuestra democracia, la dinámica de cooperación entre las principales fuerzas vivas del país permitió que desde el gobierno se asumieran las necesidades sociales como la prioridad. Se implementaron políticas económicas sostenibles y esfuerzos sociales intensos en educación y salud. Estos se mantuvieron estables a pesar de la alternancia pacífica de personas y partidos en el poder. Se experimentaron mejoras sociales sin paralelos internacionales, mientras se gozó de libertades políticas que si bien no eran perfectas, constituían una democracia funcional - es decir, la envidia de la región. El petróleo había sido un motor de crecimiento, pero no fue hasta esos años que se convirtió realmente en un instrumento de desarrollo.

Y esa dinámica se rompió a mediados de los 70s con el primer boom petrolero. No solo se gastó todo el excedente extraordinario de ingresos, sino que la deuda aumentó 17 veces en esos años. Nunca antes se implementaron tantos “decretos-ley” unilaterales, y la filosofía del gobierno “de amplia base” se abandonaría para siempre. El gobierno acumuló tanto poder económico con el boom petrolero, que perdió la necesidad y la voluntad de cooperar con las demás fuerzas vivas.

Y en la trampa política del petróleo hemos estado atrapados desde entonces. Su lógica consiste en el uso oportunista del petróleo desde el poder. Es decir, el uso del petróleo para promover objetivos unilaterales del gobierno de turno, con énfasis en la permanencia en el poder del partido o del líder. Las bajas en el precio del petróleo siempre se consideraron momentáneas, por lo que nunca se repensó el arreglo institucional. Una vez que se rompe la cooperación, lo que quedó fue la desconfianza y el rencor, y como consecuencia definitiva, el oportunismo.

En términos intertemporales, el oportunismo se manifiesta a través de la voracidad fiscal: Tarda más un petrodólar en llegar al país que el gobierno en gastarlo, siendo incapaces de ahorrar en períodos de precios altos para poder estabilizar en períodos de precios bajos. En términos distributivos, el oportunismo se manifiesta a través de la discrecionalidad, el clientelismo y la corrupción: “Solo yo decido quien tiene acceso al petróleo, lo tendrán mis aliados o simpatizantes políticos, y no importa si ellos y yo violamos la ley en el proceso”.

El uso oportunista del petróleo no es rechazado por las grandes mayorías. Al carecer de información sobre el manejo de su petróleo y de un punto de referencia aspiracional, estas “no pueden elevarse a la comprensión” de la problemática. El ingreso petrolero se le cobra a agentes externos que no tienen un rol relevante en la política venezolana, y por eso lo ciudadanos no perciben su uso oportunista como el derroche de algo que es fundamentalmente propio.

Dada esta relación entre el venezolano y su principal industria, la respuesta natural es “jugar dentro del sistema”. Es decir, al venezolano y a las organizaciones en el país no les queda sino ceder ante el chantaje político para acceder a algún beneficio proveniente del petróleo. Este es el rentismo petrolero.

Los resultados de este sistema político disfuncional son el problema: Políticas de gasto e inversión social radicalmente politizada y con impactos limitados e insostenibles, niveles de corrupción espeluznantes, y una economía totalmente dependiente y vulnerable a los caprichos del mercado petrolero mundial. Así pues, el locus de control del gobierno y del resto del país (así como el de los venezolanos más humildes) es efectivamente externo.

Desde este paradigma, la revolución no es más que una versión brutalmente exacerbada de lo que ya vivíamos durante los 80s y 90s: la creciente concentración de poder en el gobierno, producto de los cambios en la constitución del 99 y de los exorbitantes niveles en la cotización internacional de los hidrocarburos, han estimulado al oficialismo en su socavar progresivo de todos los controles institucionales al poder a través de vías legales o de facto. En este contexto, no hay ninguna razón por la cual se tenga que negociar decisión alguna con otro factor político, por lo cual se hace tan sencillo como deseable el negar su existencia, y forzar al país al máximo extremo de polarización política en su historia democrática.

Pareciera tonto, pero la lección es que no se puede esperar concentrar todo el poder en una sola instancia, en una sola persona, y esperar que esta se comporte democráticamente. Cualquier proyecto político que aspire responder a la problemática del país, y por consiguiente a los problemas del país, debe tener como primer punto de agenda una reforma institucional que reduzca el poder de estar en el poder.

Cualquier propuesta de reforma institucional que no intente eliminar la trampa política del petróleo va a ser fallida, y no dará respuesta a los problemas de exclusión prevalentes en nuestra sociedad. En este sentido, proponemos la distribución directa de la renta petrolera a los venezolanos como una apuesta para atender la necesidad de revertir la manera en que los ciudadanos se vinculan con su petróleo.

Al saberse con el derecho de recibir su porción del ingreso petrolero, y con dicha porción como un referente aspiracional claro, el ciudadano exigirá información veraz y oportuna sobre el negocio petrolero y sobre el destino de cualquier descuento realizado a su porción por cobro de impuestos, inversiones en mayor producción futura, o para el ahorro y la estabilización del flujo de ingresos. El debate público sobre el petróleo, su industria y el uso de sus ingresos alcanzará el nivel de atención y escrutinio que siempre ha debido tener, motivándose así su buen uso.

Revirtiendo la relación de dependencia entre el ciudadano y el Estado, se socava la posibilidad de que el gobierno utilice los ingresos petroleros de forma arbitraria y oportunista. Dichos ingresos pasarían a tener un doliente interno, y su mal manejo no sería aceptable por las mayorías. Esto le daría poder efectivo a los grupos políticos fuera del gobierno para exigir acordar de forma cooperativa los términos de la inversión de estos recursos.

Al hablar del petróleo como el gran minotauro de nuestra sociedad, Uslar Pietri concluía que “Junto a esta gran cuestión de vida o muerte, todo lo demás no sólo debería ser secundario, sino pospuesto”. La exclusión de los venezolanos más humildes es el principal problema del país. La extrema concentración de poder económico en el Estado a partir de su control sobre los ingresos petroleros es su problemática política de fondo. Nuestra propuesta es una apuesta para socavar la trampa política del petróleo sin hambrear al Estado de recursos – no es una propuesta para hacer que el gobierno sea más pequeño, sino para hacer que el gobierno sea mejor.

La ponemos en la mesa para despertar un debate que ha estado irresponsablemente silente en nuestra agenda pública: ¿Cómo superar el oportunismo petrolero para lograr que el petróleo sea un instrumento de desarrollo social y económico?

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