jueves, 21 de enero de 2010

Prof. Ramón Piñango\\ Colapso Institucional

El deterioro de la infraestructura física del país ya es obvio, como lo demuestra desde la simple presencia de profundos y eternos huecos en importantes vías públicas hasta la inoperatividad de plantas de generación de electricidad.

Y entre esos dos extremos caen muchas cosas. Considérese, por ejemplo, lo que está pasando con las instalaciones de Sidor o las productoras de aluminio, o las de unas cuantas empresas nacionalizadas.

Ese deterioro no es nuevo, comenzó hace varios años, pero sus graves efectos están a la vista de todos. En el pasado, hablar de las condiciones en que se encontraba Planta Centro, o del atraso en los programas de mantenimiento en Guri era cosa de especialistas o de los empleados y obreros que allí trabajan. En estos días, cuando ya todo el país sufre el problema de la fallas en la energía eléctrica, buena parte de la población se pregunta qué está ocurriendo, y de una u otra manera busca información y crea sus propias interpretaciones. En estas interpretaciones la gente ha comenzado a vincular un problema con otro. De esta manera, progresivamente, los diagnósticos son cada vez más integrales. Como quien arma un rompecabezas, se hacen encajar piezas que hace algún tiempo no se relacionaban, pero que ahora sí son vinculados, como, por ejemplo, las fallas en la electricidad, la escasez de agua, las malas condiciones en la vía pública, los crónicos embotellamientos del tráfico, la situación laboral de los empleados públicos, el desabastecimiento de alimentos, y la inseguridad personal.

La imagen que ya emerge del rompecabezas que todos armamos es la de un colapso funcional del país. Colapso de casi todo lo que tiene que ver con la marcha de una sociedad moderna, en la cual cada parte necesita del apoyo de muchas otras para cumplir con su función. Así, Caracas necesita que sus ciudadanos dispongan de sistemas de transporte público o privado para desplazarse de un sitio a otro, en tiempo razonablemente previsible. Eso no ocurre si en sitios como la Plaza Venezuela hay inmensos huecos que detienen el flujo de vehículos. Tal interdependencia de infinidad de elementos de nuestra sociedad fue lo que quedó a la vista de todos, primero, con el horario impuesto a los centros comerciales, luego, en forma aún más dramática, con el racionamiento de energía.

Que cada vez se haga más nítida en el cerebro de los ciudadanos la imagen de un colapso funcional tiene que ver, ante todo, con la desconfianza radical que muchos tenemos en la capacidad de gestión de quienes nos gobiernan. Impresiona que quienes manejan el país hayan demostrado gran desconocimiento de la realidad operacional de esta sociedad. No sabían lo que es un centro comercial, ni se habían percatado de cosas tan concretas como que hay gente que requiere servicios médicos de vida o muerte como una diálisis, de que muchos negocios no pueden vender aun cuando tengan suficiente iluminación natural porque sin electricidad no pueden emitir las facturas que el Seniat exige, ni de que una zona sin semáforos genera un peligroso caos.

Porque el diagnóstico que cada quien hace de lo que está pasando con el funcionamiento del país trata de identificar responsables, inevitablemente ese diagnóstico termina siendo político. Ni El Niño, ni las turbinas de Guri ni la incapacidad de un ministro sirven ya de explicación ante los ojos de muchos que ven el problema del colapso funcional como un problema de liderazgo. De este modo, el temor de que un colapso funcional se aproxima se está transformando en una preocupante expectativa de colapso político.

Artículo de opinión
El Nacional, 21 de enero de 2010
www.el-nacional.com
rapinango@gmail.com

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