Miguel Ángel Santos, profesor del IESA, nos da su opinión sobre la novela de Haruki Murakami, Kafka en la orilla; comenta que la obra deriva su creatividad de una circunstancia común en Japón, y a la vez introduce elementos de esa cultura, en un contexto humano y lleno de experiencias. Publicado en El Universal, el 20 de enero de 2013
Nada como una buena excursión a la ficción para poder hacer sentido de nuestra realidad. Esto se debe, como ya he escrito en otra parte, a que la ficción tiene que ver con la otredad, con esas otras vidas y esos otros que no hemos vivido y no hemos sido, pero representaron y acaso aún representan una posibilidad y, en consecuencia, forman parte intrínseca de nosotros.
Como escribe Milan Kundera en referencia a En búsqueda del tiempo perdido (Marcel Proust): "el autor no escribió esta obra para hablar de su propia vida, sino para iluminar en los lectores la propia vida de ellos". O en palabras del propio Proust: "todo lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo... La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir aquello que, sin ese libro, él no podría ver por sí mismo". Hay una segunda ventaja de refugiarse en la ficción: es un instrumento único para asistir a una época, a una circunstancia específica, y quizás también para introducirse en una nueva cultura. Todo esto para hacer una larga introducción a la novela de Haruki Murakami, Kafka en la orilla, setecientas catorce páginas de pulso existencial y metafísico que se suceden con vértigo. Me viene como anillo al dedo porque la obra deriva su asombrosa creatividad de una circunstancia relativamente común en Japón, a la vez que nos introduce de forma muy sutil a ciertos elementos de esa cultura, en un contexto humano y, por ende, lleno de experiencias de otros en quienes nos reconocemos.
Los impares
El libro está organizado de forma rigurosa. Los capítulos impares relatan en primera persona la historia de Kafka Temura, un chico de quince años que decide huir de la casa en donde vive con su padre, el famoso escultor Koichi Temura. Su madre y su hermana escaparon de allí hace mucho tiempo, cuando Kafka apenas tenía cuatro años. En su interior habita además una suerte de alter-ego, cuyo nombre deriva a su vez de la traducción checa de "Kafka": Cuervo. El joven llamado Cuervo surge de forma caprichosa en Kafka, cuando éste reflexiona acerca del curso de acción a seguir o se encuentra en situaciones embarazosas. "A veces el destino es como una pequeña tormenta de arena capaz de cambiar de dirección. Tú cambias el rumbo, y la tormenta te persigue. Vuelves a girar, y la tormenta se ajusta... ¿Por qué? Porque la tormenta eres tú". Y luego, cuando Kafka insista en evadirse: "me da la impresión de que a veces confías demasiado en la distancia".
Los pares
Los capítulos pares narran, partiendo de una miríada de documentos oficiales, la vida de Satoru Nakata, un inofensivo hombre de sesenta años con alguna deficiencia mental. Nakata fue uno de los catorce niños que muchos años atrás (1944) cayeron fulminados por una suerte de descarga eléctrica mientras recogían setas en la montaña durante una excursión escolar. A diferencia de los demás, él fue el único que no recuperó la conciencia, sano y salvo, unas horas después. Nakata tardaría unas semanas más y al hacerlo presentaría una secuela de rasgos ya clásicos en la literatura de Murakami: habrá perdido la memoria ("su cabeza se había vaciado por completo, había vuelto al mundo como una hoja en blanco"), la mitad de su sombra (la sombra de la imperfección) y habrá ganado la extraña cualidad de conversar con los gatos. Este último rasgo le sirve para complementar la pequeña pensión por discapacidad que ha obtenido del gobierno local, con pequeñas propinas que obtiene por encontrar gatos perdidos. Desde temprano un evento causal enlaza a estos personajes: una búsqueda de gato lleva a Nakata a una casa -la de Koichi Temura- donde es obligado a apuñalar a una aparición diabólica que posee al escultor. A raíz de este suceso, Nakata huye haciendo autostop hacia la pequeña isla de Shikoku, a donde Kafka Temura acaba de llegar en autobús.
Ambos están conectados por un vínculo oscuro. De hecho, en la misma noche en que Nakata ha asesinado al padre de Kafka, éste último despertará en el jardín de un antiguo templo Shinto cubierto de sangre. Descifrar ese vínculo corre por cuenta exclusiva del lector, una tarea que se extenderá mucho más allá del fin de la novela. En cualquier versión que usted se haga de lo que ha sucedido aquí tendrá un rol clave la señora Saeki, dueña y curadora de la biblioteca Komura. Allí donde Kafka obtiene un empleo parcial y se aloja en una pequeña habitación. En ella empezará a ser visitado de forma alternativa por la señora Saeki, y por visiones del espíritu de ésta cuando tenía quince años. A esa edad la señora Saeki había perdido a su gran amor, uno de los herederos de la familia Komura, durante unos disturbios estudiantiles. "Es difícil advertir la diferencia entre el mar y el cielo, entre el viajero y el mar, o entre la realidad y las artificios del corazón".
Espíritu
La existencia dual de este personaje, en presencia y en espíritu, hace referencia al "Cuento de Genji" de Murasaki, un clásico de literatura japonesa del siglo XI cuya protagonista se ha convertido en un espíritu viviente sin llegar a darse cuenta. En su pesar, la señora Saeki ha dado con una puerta, a través de la cual pudo acceder al amante perdido. Esa puerta se ha abierto alrededor del día en que Nakata ha recibido la descarga eléctrica, de manera que éste último se ha vuelto una especie de conducto entre ambas realidades. Kafka Temura podría ser el hijo de la señora Saeki, también una reencarnación del primogénito de la familia Komura. Por esa razón, se siente atraído fuertemente hacia ella. "'No somos metáforas'. Lo sé -le digo- pero las metáforas pueden eliminar la distancia que nos separa". "Me recuerdas a alguien del pasado". "Los recuerdos proveen calor desde adentro, pero también nos desgarran en pedazos". El complejo de Edipo se cierne sobre el propio Kafka, acaso como un obstáculo que le impide crecer. La aparición de Nakata permite de nuevo "poner orden" y cerrar las puertas, y devolver a cada quien a donde corresponde.
Unos días después de terminar de leer Kafka en la orilla mi hijo me pidió que lo llevara al club de video a alquilar una película. Para mi sorpresa, resultó ser un Anime japonés, una historia sobre un chico (Novita) y su gato (Doraemon). Por la calidad de los gráficos, debía ser bastante vieja. Pero el Doraemon no es un gato común: Posee una puerta que da acceso a una realidad paralela, una en donde los juguetes cobran vida y se arma una enorme batalla campal entre juguetes buenos y malos. Y he aquí que, en medio de la batalla, un mono de cuerda huye de esta realidad paralela y se devuelve a la primera, presumiblemente a la nuestra, y comienza a darle vida a los juguetes de "este lado", que a su vez empiezan a dar guerra a los humanos. A diferencia de Constantino, de apenas cinco años, a mí me costó bastante encontrarle el sentido y hacerle seguimiento. Y entonces lo vi. Vi la puerta, la realidad paralela, los sueños que encuentran canales inconscientes a través de los cuales se abren paso hacia la realidad, y viceversa. No había tanta creatividad en Murakami. Él, al igual que Pedro Almodóvar, ha explotado esa realidad en donde ha nacido y crecido y que a nosotros a ratos se nos antoja a ratos tan extraña y a ratos tan próxima. Esa es la fuente de la que han bebido. Así también, en nosotros, en nuestra propia circunstancia, debe haber algo de único y especial. Es cuestión de dar con ello.
@miguelsantos12
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