Las comparaciones pueden poner de relieve las semejanzas, pero también golpear con el dramatismo de las diferencias. Es lo que sucede cuando se analiza el desarrollo agrícola y pecuario de Venezuela y el de su socio y vecino Brasil. A sus ya numerosas distinciones, Brasil suma ahora la del país con más potencial de desarrollo agrícola. Es, de hecho, el más grande exportador de cereales luego de Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina y la Comunidad Europea y el primer exportador mundial de carne de res, pollo, soya, maíz, jugo de naranja, azúcar, algodón y café.
Aplicando un modelo que reivindica la investigación científica, la productividad y la producción en escala, Brasil se ha convertido en el sexto productor de soya, un cultivo más propio de clima templado que del cálido brasileño; ha logrado producir trigo en tierras del Amazonas, modestas en capa vegetal, y está haciendo del estado de Mato Grosso la granja del mundo y símbolo de su milagro agrícola. Son varias las razones que explican este desarrollo: una visión de realismo y de grandeza en los propósitos, la capacidad de convocar y coordinar los esfuerzos de los sectores público y privado, la voluntad de conjugar la adecuación a las realidades de suelo y clima con la afirmación de la investigación científica para la aplicación de innovaciones, ensayo de nuevos cultivos, mejoramiento de suelos y semillas.
Negado a atender los llamados del proteccionismo, Brasil optó por la innovación y la productividad; decidió apoyarse en la investigación científica y en el uso intensivo de tierras y capital; apostó por la apertura al comercio internacional y la competitividad, más que por los subsidios y el aislamiento; se alineó con un modelo que propone el adecuado balance entre desarrollo agrícola y ambiente; estimuló la mecanización de extensas áreas de producción, la capacitación de sus técnicos y la incorporación de las mejores prácticas en el manejo del negocio.
No es el caso de Venezuela.
Estamos, al contrario, frente a un panorama de destrucción de la capacidad productiva nacional, de inseguridad jurídica, de aprobación de leyes que afectan o permiten la arbitraria afectación de la propiedad, de acoso y atropello a los productores, de desaliento a la inversión, de entorpecimiento de la actividad privada, de competencia desleal del Estado a través del mecanismo de la importación. Se privilegia la importación sobre la producción, se piensa más en términos de conuco o de agricultura de subsistencia que en dimensiones de expansión y exportación, las políticas apuntan más al control de la tierra que a su productividad.Lejos de sentir garantizada su seguridad alimentaria, el país es sacudido cada día con un nuevo motivo de preocupación: desabastecimiento; incremento de precios; merma en la producción de rubros como frutas, café, cacao, caña de azúcar, maíz, café y arroz.De acuerdo con los expertos, Venezuela es el único país de la región cuya producción interna mantiene una tendencia negativa.
Según cálculos de la FAO, en producción de alimentos Venezuela sólo supera a Cuba y Haití. Aumentan, en cambio, las importaciones.Incluso de productos como el arroz, antes con capacidad excedentaria; o el café, ahora venido de Nicaragua; o el sorgo, los pollos, el queso o el ganado.Se habla de "agropesimismo" como el temor a que la humanidad no pueda alimentarse sino destruyendo el ambiente.En el caso de Venezuela cabría hablar con más propiedad de "agrodepresión" para referirse al resultado de políticas equivocadas que lejos de estimular la producción agropecuaria, la están conduciendo a su destrucción.Muy diferente al caso del vecino Brasil.
Artículo de opinión
Miércoles, 08 de septiembre de 2010
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