miércoles, 22 de septiembre de 2010

Pavel Gómez \\ Ideas contaminadas

Al punto de que resultan no potables debido a que son presa de la polución política. Piense en el agua: es limpiadora, refrescante y nutritiva, pero la contaminación la hace no potable. Lo mismo ocurre con algunas ideas: hay ideas interesantes, contribuciones positivas a la trayectoria evolutiva de la sociedad, que sin embargo son contaminadas por portadores, por asociaciones con sendas políticas particulares, por simplificaciones o por interpretaciones equivocadas. Como resultado, algunas de estas ideas pierden, o vemos diluido, su poder transformador y su capacidad de influenciar el futuro.

Un ejemplo de discusiones contaminadas es la crítica a una sociedad que se edifica sobre el consumismo sin límites. En esta discusión están presentes varias ideas interesantes, muchas de las cuales han sido desprestigiadas por simplificaciones o por atarlas a respuestas fallidas. Algunas de estas ideas son: a) la crítica a la confusión entre placer y confort; b) la crítica a la idea de que más confort produce más felicidad; c) la idea de que ciertos patrones de consumo son socialmente ineficientes; d) la idea de que para poder pagar un consumo que crece sin límites o para competir en el trabajo, el tiempo de trabajo se incrementa a 10, 12 o 14 horas diarias en desmedro del tiempo para compartir con la familia, lo cual tiene importantes efectos familiares y sociales; y e) la idea de que ciertos patrones de consumo son ambientalmente sostenibles sólo si son muy inequitativos, y que si se democratizaran serían ambientalmente insostenibles.

Podríamos decir que estas ideas tienen dos presentaciones. Por una parte, estas ideas se han empaquetado como parte de la crítica global al capitalismo, con base en las ideas de Marx y la fe propugnada por sus sucesores. Esta "escuela de pensamiento" deriva de estas ideas hacia la necesidad de regresar a cierto primitivismo a partir de la reducción de los mercados, de cercenar el comercio mediante el uso del poder y de limitar autoritariamente la libertad de elección individual. Esta presentación genera al menos dos problemas.

Por una parte desprecia la comprensión de los incentivos detrás de la búsqueda de satisfacción en el consumismo, lo cual conduce a su reproducción. Usar la represión para limitar el consumismo es arrojar más leña al fuego: la represión no sólo limita la libertad sino que alimenta la sed de consumismo y el derroche. Por otra parte, la represión del consumo, cuando es eficiente para lograr este objetivo, distorsiona los incentivos económicos que generan productividad y crecimiento económico sostenible.

Esta manera de abordar la discusión, típica entre cierta izquierda (esa que Petkoff llama la izquierda borbónica), falla en el diagnóstico y en las respuestas al problema. La falla en el diagnóstico nace de una concepción ideológica que ubica la raíz del problema en la "alienación", en la idea de que los seres humanos son idiotas a los que la publicidad manipula y "crea falsas necesidades". A partir de este diagnóstico, entonces se recomienda que algunos sujetos, lo más "claros", los "insobornables e incorruptibles", los "que sí entienden" deben imponer su verdad a los otros, a los "alienados por la maquinaria capitalista", mediante la represión, la reducción de opciones y el cercenamiento de mercados.

Mi hipótesis es que esta manera de abordar el problema contamina una idea acertada, le resta poder, la caricaturiza y, en cierto sentido, la arruina. Además de contaminar la discusión, esta concepción ideológica desacredita a la izquierda progresista, al contrapeso sostenible de la visión conservadora de la derecha.

Esta discusión ha sido abordada con rigor teórico por algunos economistas que pudiéramos llamar "de izquierda" y que sustentan la crítica en diagnósticos acertados y en respuestas que reconocen los incentivos detrás de los problemas. Además, las respuestas que llamaremos "progresistas" abordan la discusión respetando los argumentos sobre la libertad de elección y escapan del maniqueísmo entre "alienados" e "insobornables", entre "idiotizados por la maquinaria propagandística" y "preclaros portadores de la verdad".

Algunos autores identifican el problema y abordan respuestas desde una perspectiva rigurosamente analítica y despojada de dogmas ideológicos. Uno de éstos es Tibor Scitovsky, autor de un libro titulado La economía sin alegría: la sicología de la satisfacción humana, publicado originalmente en el año 1976 y reeditado en 1992. Scitovsky es pionero en el análisis de la confusión entre placer y confort y en la crítica microeconómica a lo que se conoce como el American way of life o el estilo de vida estadounidense.

En esta tradición también se inscribe Robert Frank, autor un libro titulado Fiebre de lujo: dinero y felicidad en una era de excesos. En ambos casos, se apunta a argumentos basados en el análisis económico riguroso, que identifican el origen del problema en fallas de coordinación, efectos indirectos (externalidades). El lector curioso puede conseguir ambos títulos por Internet.
Artículo publicado en Tal cual
15 de septiembre de 2010

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