Hoy quiero referirme a dos de estos gestos, que han pasado por debajo de la mesa de los estrépitos que pueblan los portales de noticias y la bulla intermitente de los programas de radio y televisión. Lo que me resulta curioso es que he encontrado dos detalles, que quiero tomar como elocuentes y prometedores, a ambos lados del espectro político. El primero de estos fue la declaración de la "mesa de la unidad democrática", ofrecida justo en las horas tensas que vivió Ecuador, la cual rechazaba que "las confrontaciones de orden político sean resueltas por vías de hecho", y hacía votos por que el presidente Correa reapareciera "en el ejercicio pleno de sus funciones".
Esto, que rápidamente fue barrido por el caudal de información que vomitan a diario los medios, no es poca cosa. Este "detalle" es un hito en la política doméstica. El gesto del contundente apoyo a Correa es un giro notable y celebrable de una concepción política que hasta hace poco pasaba agachada en ciertos temas, que guardaba silencio frente a manifestaciones antidemocráticas, siempre que el presidente Chávez estuviera "en la acera del frente". Esto es parte de la rectificación que algunos sectores de la oposición le adeudan al país, por su conducta en el golpe de abril del 2002 y en el paro petrolero de diciembre de ese mismo año.
Ya era hora de que se revelara una visión que bien puede leerse, al interior de la oposición, como la derrota de unos o como la rectificación de otros. Ya era tiempo. Los cambios ocurridos al interior de la coalición opositora deben dejar de ser subrepticios para asumir la contundencia de los símbolos, la consistencia en el discurso y la elocuencia del lenguaje. Demasiado alto ha sido el costo de aquella política basada en el desconocimiento del otro, en la intención de aniquilar al contrario político, que durante un tiempo marcó la postura opositora.Ya es harto sabido que esa política le hizo el juego a la consolidación hegemónica del oficialismo.Tampoco hay que engolosinarse ni sobredimensionar esto.
La vocación autoritaria, la visión totalizadora y hegemónica no es patrimonio de un sector. Más bien, la consolidación en el poder de ese sector habla del sustrato autoritario de la sociedad venezolana, de la búsqueda permanente de héroes, de la sumisión ante jefes, del sueño con voz de mando y hombres fuertes.El otro signo esperanzador, ocurrido al otro lado del espectro político, es un detalle contenido en uno de las más interesantes evaluaciones de los resultados electorales que he leído hasta ahora. Me refiero al análisis realizado por Edgardo Lander, profesor de sociología de la UCV y uno de los más importantes teóricos de los cambios que vive Venezuela desde 1999. Lander ha escrito en los primeros días de octubre un ensayo titulado "¿Quién ganó las elecciones parlamentarias en Venezuela? ¿Estamos ante la última oportunidad de debatir sobre el rumbo del proceso de cambio?".
Más allá del análisis de los resultados electorales, y de la muestra de las contradicciones que existen en el seno del oficialismo, lo que me llamó la atención del análisis de Lander fue, de nuevo, un detalle casi imperceptible. Cuando Lander habla de los principales problemas que enfrenta el proyecto bolivariano, se refiere a la relación entre el petróleo y el modelo productivo. Allí, invoca un debate sobre la sobrevaluación cambiaria y la relación de esta con la propensión a importar y con la desindustrialización del país. Esto en boca de cualquier otro sería un lugar común. Pero en boca de un intelectual de la izquierda oficialista puede ser leído como el comienzo de la aceptación de que los incentivos importan, de que el voluntarismo anticapitalista es una especialización en estrellarse contra rocas.
Si algo le falta a cierta izquierda es comprensión y aceptación del rol de los incentivos en la conducta humana. Sin comprensión de los incentivos económicos detrás de los problemas no hay agricultura, ni consejos comunales, ni aeropuertos, ni distribución de alimentos que pueda funcionar con un grado aceptable de eficiencia. Sólo habrá ruina y más guisos y alcaldes millonarios y ministros millonarios y amigos y familiares millonarios. Lo mismo del último siglo de historia patria, pero ahora adornado con lentejuelas ideológicas.
Artículo de opinión
Tal Cual, 11 de Octubre de 2010
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