viernes, 13 de julio de 2012

La popularidad del Partido Popular


(El profesor Miguel Ángel Santos cuestiona las decisiones del liderazgo político de España ante la crisis económica que viven y plantea los posibles riesgos que ésta representa para la estabilidad social de ese país.  Publicado en el diario El Universal el viernes 13 de julio)

Ya se veía venir cuando caminaba hacia el estrado, buscando en las miradas de su bancada un punto de apoyo, acaso gestos de asentimiento que lo reafirmaran. Leyó de cabo a rabo, sin convicción, el tono monocorde y desapasionado. Si alguien en ese momento resintió su carencia absoluta para inspirar al sacrificio, tendría que haber esperado a la interpelación. Allí, ya sin guión, Mariano Rajoy lucía totalmente perdido, aún más desganado.

Sería interesante poder medir cuánto del desasosiego en las calles, qué fracción de la densa sensación de desorientación que predomina viene del paquete de medidas en sí, y cuánto ha sido engendrado por el propio Rajoy.

Como el programa de ajustes es ya conocido, sólo me voy a referir a él brevemente. Algunas medidas, en esencia relativas al mercado laboral y reorganizaciones del sector público, son muy necesarias. Sobre las otras, como el aumento del IVA general de 18% a 21% y del reducido (alimentos) de 8% a 10%, y el recorte de gasto across the board, soy bastante menos optimista. Y es que no hay muchas experiencias exitosas de países que hayan conseguido salir de una recesión así con política fiscal restrictiva.

Pero, con todo y la magnitud colosal de este ajuste, quisiera llamar la atención sobre la actitud y las formas. Hace dos años, Rajoy arengaba al gobierno de Zapatero por promover un recorte de 15.000 millones de euros en el gasto. El programa anunciado hace dos días implica recortes de 65.000 millones de euros. Rajoy primero prometió no subir impuestos, haciendo particular énfasis en el IVA. Poco después dijo que subiría el impuesto sobre la renta para poder cumplir su promesa de no subir el IVA. Ahora ha terminado por subir los dos, todo en poco más de ocho semanas.

Peores aún han sido sus alardes de soberbia frente a Europa (me hizo recordar a Caldera): "España no se someterá a las condiciones de nadie". Hace dos días ha reconocido que ya no tiene margen de maniobra ni libertad, y que este camino de "sangre, sudor y lágrimas" (sic) es el único posible.

Ya uno no sabe cuál es peor: si pensar que no sabía en dónde estaba parado (si todo esto es tan necesario: ¿por qué no lo hizo antes?) o si más bien no tenía idea de lo grave de la situación. En cualquier caso, me da la impresión de que es muy difícil que una transformación como la que propone pueda tener éxito sin mediar una fuerte crisis política o catástrofe económica (caso Argentina). Y menos aún sin liderazgo.

Mientras Rajoy hablaba, la mayoría del Partido Popular aplaudía y varias veces llegué a escuchar gritos a coro: "¡A trabajar vagos!" y uno mucho más intrigante: "¡A Cuba!". Más allá de mis carencias como extranjero para comprender estos códigos, no luce como una posición muy conciliadora.

A la salida lo protegieron doce carros blindados de policía y otros tantos agentes a caballo. Unas cuadras más allá, la policía reprimía brutalmente a la marcha minera. Zapatero se derrumbó a los seis años de gobierno, a falta de dos. Rajoy se viene abajo apenas a los seis meses. Se ha creado un enorme y peligroso vacío político, la popularidad del Partido Popular se ha venido en picada y el partido socialista no sube. Son tambores que ya hemos escuchado en otros desfiles.

@miguelsantos12

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