(Moisés Naím afirma que las tecnologías medievales como la censura se enfrentan con gran desventaja a las tecnologías de la información de la era de la globalización. Publicado en El Nacional, el 30 de octubre de 2012)
David Barboza dirige la oficina del The New York Times en Shanghai. Acaba de publicar un artículo de enorme importancia; de hecho hasta podría llegar a tener consecuencias directas para usted. Barboza escribe sobre la corrupción de los familiares de Wen Jiabao, el primer ministro chino. En principio, en esto no hay nada de nuevo. No pasa un día sin que en alguna parte del mundo estalle un escándalo de corrupción que involucre a políticos, gobernantes y sus cómplices en el sector privado. Y decir que en China hay corrupción es revelar lo obvio. Pero este artículo, y este escándalo, son distintos.
¿Cómo hablar de corrupción? Los reportajes sobre este tipo de escándalos suelen hacer mucho ruido, pero a menudo no están bien documentados y no llegan a nada. Las denuncias sin consecuencias crean gran frustración en el público y corrompen la lucha contra la corrupción. No es el caso del artículo de Barboza, quien ha realizado uno de los trabajos periodísticos mejor documentados y más rigurosos que he leído sobre el tema de la corrupción en las altas esferas. Se basa en datos confirmados por múltiples fuentes, evidencias imposibles de refutar, complejos análisis financieros auditados por contadores independientes contratados para garantizar la precisión del artículo, y un largo, arduo y evidentemente costoso trabajo de investigación periodística.
Es obvio que un artículo publicado fuera del país no va a hacer mella definitiva en la corrupción china. Pero es igualmente obvio que los dirigentes de ese país, que se creían hasta ahora protegidos por el sistema político, saben ya que en estos tiempos ni la impunidad ni la invisibilidad de la corrupción están garantizadas.
El buen periodismo vale… y cuesta. El gran artículo de Barboza no hubiese podido ser elaborado por un bloguero, o por una organización periodística que se limita a “agregar” –es decir, reproducir en la red– el contenido de otros. Las redes sociales tampoco. El artículo requirió de la organización, los recursos financieros y los altos estándares profesionales del The New York Times. Todo esto es muy costoso. Pero es lo que produce periodismo con valor social, y a nivel mundial. Internet y las tendencias que actualmente socavan la viabilidad financiera de los grandes medios de comunicación tienen mucho de imparable. Pero artículos como este del The New York Times ilustran de forma contundente cuánto nos empobreceríamos como humanidad si desaparecen las organizaciones capaces de producir contenidos objetivos, independientes y de alta calidad.
La Gran Muralla china ya no protege. En la antigüedad, la Gran Muralla no fue capaz de impedir que los mongoles invadieran China de vez en cuando. Y ahora tampoco. La gran cibermuralla que el Gobierno de Pekín ha erigido para censurar los contenidos que viajan por Internet tampoco puede garantizar que los chinos no se enteren de las revelaciones del artículo del The New York Times. El Gobierno bloqueó la página en inglés y en chino de ese periódico, así como el acceso a través de motores de búsqueda como Google y las redes sociales como Weibo, el equivalente chino de Twitter. Los miles de censores están ocupadísimos monitoreando y bloqueando la difusión de esta información. Pero la historia ya está en todos los medios de comunicación del mundo, en Internet, en redes sociales y eventualmente en boca de muchos en China. Las tecnologías medievales como la censura se enfrentan con gran desventaja a las tecnologías de la información de la era de la globalización. Seguramente, la censura hará que centenares de millones de chinos nunca se enteren de que la familia de su primer ministro acumuló una fortuna de 2.700 millones de dólares. Pero varios millones ya lo saben. Y en China eso antes no pasaba.
Las consecuencias para usted. China está pasando por tiempos difíciles. El crecimiento económico se está desacelerando. Las protestas callejeras por todo tipo de quejas se multiplican. El próximo 8 de noviembre comienza el Congreso del Partido Comunista Chino, liderado por su nuevo jefe, Xi Jinping, que en marzo será nombrado presidente. La transferencia de poder ha estado llena de tensiones y pugnas entre facciones rivales, incluida la defenestración de Bo Xilai, uno de los más influyentes líderes del partido. Las revelaciones del artículo del The New York Times van a nutrir estas pugnas. Por ahora nada indica que el cambio de poder en China vaya a afectar de manera grave la estabilidad política de ese país. Pero si eso sucede, la economía china sufrirá, lo cual a su vez agravará la crisis europea y afectará a los muchos países que dependen de la buena salud de la segunda economía del planeta.
¿Cómo hablar de corrupción? Los reportajes sobre este tipo de escándalos suelen hacer mucho ruido, pero a menudo no están bien documentados y no llegan a nada. Las denuncias sin consecuencias crean gran frustración en el público y corrompen la lucha contra la corrupción. No es el caso del artículo de Barboza, quien ha realizado uno de los trabajos periodísticos mejor documentados y más rigurosos que he leído sobre el tema de la corrupción en las altas esferas. Se basa en datos confirmados por múltiples fuentes, evidencias imposibles de refutar, complejos análisis financieros auditados por contadores independientes contratados para garantizar la precisión del artículo, y un largo, arduo y evidentemente costoso trabajo de investigación periodística.
Es obvio que un artículo publicado fuera del país no va a hacer mella definitiva en la corrupción china. Pero es igualmente obvio que los dirigentes de ese país, que se creían hasta ahora protegidos por el sistema político, saben ya que en estos tiempos ni la impunidad ni la invisibilidad de la corrupción están garantizadas.
El buen periodismo vale… y cuesta. El gran artículo de Barboza no hubiese podido ser elaborado por un bloguero, o por una organización periodística que se limita a “agregar” –es decir, reproducir en la red– el contenido de otros. Las redes sociales tampoco. El artículo requirió de la organización, los recursos financieros y los altos estándares profesionales del The New York Times. Todo esto es muy costoso. Pero es lo que produce periodismo con valor social, y a nivel mundial. Internet y las tendencias que actualmente socavan la viabilidad financiera de los grandes medios de comunicación tienen mucho de imparable. Pero artículos como este del The New York Times ilustran de forma contundente cuánto nos empobreceríamos como humanidad si desaparecen las organizaciones capaces de producir contenidos objetivos, independientes y de alta calidad.
La Gran Muralla china ya no protege. En la antigüedad, la Gran Muralla no fue capaz de impedir que los mongoles invadieran China de vez en cuando. Y ahora tampoco. La gran cibermuralla que el Gobierno de Pekín ha erigido para censurar los contenidos que viajan por Internet tampoco puede garantizar que los chinos no se enteren de las revelaciones del artículo del The New York Times. El Gobierno bloqueó la página en inglés y en chino de ese periódico, así como el acceso a través de motores de búsqueda como Google y las redes sociales como Weibo, el equivalente chino de Twitter. Los miles de censores están ocupadísimos monitoreando y bloqueando la difusión de esta información. Pero la historia ya está en todos los medios de comunicación del mundo, en Internet, en redes sociales y eventualmente en boca de muchos en China. Las tecnologías medievales como la censura se enfrentan con gran desventaja a las tecnologías de la información de la era de la globalización. Seguramente, la censura hará que centenares de millones de chinos nunca se enteren de que la familia de su primer ministro acumuló una fortuna de 2.700 millones de dólares. Pero varios millones ya lo saben. Y en China eso antes no pasaba.
Las consecuencias para usted. China está pasando por tiempos difíciles. El crecimiento económico se está desacelerando. Las protestas callejeras por todo tipo de quejas se multiplican. El próximo 8 de noviembre comienza el Congreso del Partido Comunista Chino, liderado por su nuevo jefe, Xi Jinping, que en marzo será nombrado presidente. La transferencia de poder ha estado llena de tensiones y pugnas entre facciones rivales, incluida la defenestración de Bo Xilai, uno de los más influyentes líderes del partido. Las revelaciones del artículo del The New York Times van a nutrir estas pugnas. Por ahora nada indica que el cambio de poder en China vaya a afectar de manera grave la estabilidad política de ese país. Pero si eso sucede, la economía china sufrirá, lo cual a su vez agravará la crisis europea y afectará a los muchos países que dependen de la buena salud de la segunda economía del planeta.
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