La finalidad de la revolución bolivariana es implantar el socialismo del siglo XXI, “modelo avanzado de sociedad” que se caracteriza por tener al pueblo como objeto, sujeto y depositario único del poder soberano. Tal cometido es el centro de atención de la revolución bolivariana.
El pasado sábado me encontraba haciendo una cola para pagar un servicio público, administrado privadamente y tuve el privilegio de estar al lado de un miembro del pueblo empoderado, uno más de los que disfrutan, en la tranquilidad de su hogar, la libertad de escoger su canal predilecto de TV.
Me lució un ciudadano común. ¿Su indumentaria? La de cualquier caraqueño de pueblo. ¿Su perfil? El de un esforzado padre de familia. ¿Su rostro? El de un hombre curtido por las injusticias sufridas. ¿Su actitud? La de un venezolano de buena voluntad.
No obstante lo anterior, mis impresiones se desvanecieron súbitamente, mi vecino era distinto a todos los que allí estábamos, mi vecino ¡tenía poder! Era un hombre del pueblo, pero con poder, de ese poder que dicen redimirá a desposeídos, excluidos y esclavos de la oligarquía.
En medio de la cola atendió, con la voz del poderoso, su blackberry de generación reciente. Con verbo firme, giró instrucciones para que su interlocutor se dirigiera a un frigorífico ubicado en Las Mercedes donde había irregularidades cárnicas. A la brevedad recibe la confirmación del arribo de los funcionarios al local. Por lo escuchado, el encargado del local se puso altanero a lo que mi poderoso vecino respondió: “si le levanta la voz a cualquiera de los funcionarios lo pones preso, llamas a la guardia y lo pones preso, no me importa lo que diga, lo pones preso” (lo repitió tres veces).
Fui testigo de cómo una mirada fulgurante y una voz autoritaria ejercían el poder otorgado por la revolución. Sin proponérmelo, estaba frente al nuevo hombre revolucionario, el que no oye más argumentos que los postulados de la revolución, el que parte del supuesto que todo propietario es enemigo del pueblo y por ende hay que exterminarlo. Su tono de voz y su postura, eran copia fiel de su líder ejerciendo el poder de confiscar, detener, amenazar y descalificar.
Ni en su vocabulario, ni en su actitud, ni en lo que visiblemente este personaje destilaba, se podía percibir progreso o avance: ¡no, sólo tenía poder!
Hay que ver lo que para el proceso revolucionario han significado 11 años demostrando quién tiene el poder, el riesgo que se corre desafiándolo y lo inútil que resulta enfrentarlo. Once años dando más poder al pueblo, eslogan que le ha valido al líder del proceso muchos adeptos dentro y fuera de la frontera patria.
Sin embargo, ¿qué significa eso de poder para el pueblo? En la práctica significa un pueblo sin poder. Qué poder puede tener un pueblo que depende de las importaciones para alimentarse; de un gobierno que aspira monopolizar industrias, comercios y servicios; de la inseguridad que lo atemoriza; de la justicia caprichosamente administrada; de un chipo que invadió los espacios urbanos; de un mosquito patas blancas que sigue sumando público; de una moneda con nombre épico, pero con un pírrico poder de compra.
Ver a ese hombre del pueblo exhibiendo un poder que ingenuamente cree tener, es una prueba de cuán débil está la democracia venezolana, de lo cuantioso de una deuda que los precios del petróleo no han logrado saldar aún. En fin, un pueblo empobreciéndose paulatinamente sobre una tierra indigesta de recursos.
Artículo de opinión
Viernes, 21 de mayo de 2010
www.eluniversal.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario