Aquella hermosa tarde de un domingo de Agosto de 1993 agarró a la bella e impactante ciudad colombiana de Cartagena de Indias sin un alma en la calle. De rato en rato un grito emocionado brota de cada casa y es eso lo que le prueba a un extraño como yo que la ciudad está viva, vivísima, pero resguardada. Pasan las horas y la emoción contenida torna eléctrica la tarde. Por fin, un pitazo recorre la ciudad como un corrientazo. Es del árbitro que en Buenos Aires ha hecho saber que el juego terminó y mientras un silencio trágico cae sobre el estadio de Buenos Aires, en Cartagena el silencio se transforma en pandemónium.
Colombia ha batido a la Argentina por 5 goles a cero.Esa fiesta, inacabable, que no hacía otra cosa que crecer con más y más gente que se incorporaba a la estruendosa celebración, me transportó instantáneamente a otra que viví completa y totalmente en la Caracas de Enero de 1958. Era la segunda vez que contemplaba la alegría incontenible de un pueblo que ha logrado una gran proeza.¿Y qué es lo que celebraban los caraqueños de aquel ya lejano 23 de Enero? Pues ni más ni menos que la culminación de un esfuerzo concentrado y agotador: el estrepitoso derrumbe de una dictadura, derrumbe que apenas dos meses antes muy pocos se hubiesen atrevido a vaticinar.Rebobinemos. Estamos en Noviembre de 1957. La prensa, cansona, viene repleta de largos manifiestos. Todos ellos encabezados por el servil "Nosotros, los abajo firmantes, convencidos de que el Nuevo Ideal Nacional que dirige nuestro... " y abajo, las firmas de la abyección.
Nóminas enteras de ministerios y gobernaciones obligadas a estampar su firma en un funesto ritual.Y, de pronto, es el jueves 21. Cuando ya la mañana corre veloz a morir en el mediodía, se oye el estrépito de los vidrios que caen hechos añicos en la entrada de la Facultad de Economía de la Universidad Central. Y tras ese ruido, el otro, el del estruendo de mil voces que gritan ¡abajo la dictadura! Era, para mí y para mi hermana que allí comenzábamos nuestro primer año de universidad, un estrepitoso asomo de la otra Venezuela, la que luego de hacerse la dormida durante años, despierta.Hijos de militar como éramos, cuando entendimos que la cosa se iba a complicar y ya no sabríamos qué hacer, abandonamos la Universidad. Al poco rato la temida Seguridad Nacional llegó, con fuerza, a hacer su trabajo.
La Universidad, era de esperarse, fue cerrada de inmediato, al igual que fueron encerrados muchos de los que los eficientes servicios de espionaje de la dictadura pudieron identificar.Igual al que produjera la represión de Ajmadineyad contra los jóvenes de Teherán en Julio de 2009, cuando consumó su gigantesco fraude electoral, un velo de angustia y horror cayó sobre la Caracas de aquel Noviembre. Presta, la dictadura, queriendo convencer a la población de que iba en serio y que no permitiría que le aguaran su Plebiscito aprobatorio del 15 de Diciembre, a la semana reabrió la Universidad. Las vociferantes protestas y las demandas por la libertad de los estudiantes presos le dio la excusa perfecta para cerrarla de una vez por todas.Aquel domingo 15 de Diciembre de 1957 fue un día triste para los venezolanos.
De las dos tarjetas que cada votante recibía: la azul aprobatoria y la roja de negación, debía depositar la primera y llevar a su ministerio la roja, como prueba de haber consumado su humillante castración. ¿Todo se había consumado?Los acontecimientos subsiguientes probarían que no. La hora final de la dictadura había llegado ya. Las torpezas del dictador harían click con la determinación del pueblo.La verdadera lucha se libraría en Enero, culminando con la huelga general del 21 y 22. El 23 de Enero sería la estruendosa celebración desde el momento mismo que un ruidoso avión terminó con la vigilia de los caraqueños: "¡Pérez Jiménez se fue!". Comenzaba la gran fiesta de la democracia.
El 23 de Enero es una fecha pertinaz y su recuerdo ha resistido al desamor y al odio contenido. El pueblo, sin importarle lo que han dejado de hacer las instancias legislativas, lo ha hecho su fiesta de la democracia. Tan agradecidos le estamos de que nos la regalara por más de 40 años que no podemos dejarla en el olvido.Cuando la pesadilla concluya, esa deuda la tenemos que saldar. Será el "Día Nacional de la Democracia" y conmemorará el amor, que sin darnos cuenta los venezolanos le tenemos. Como los griegos de antaño, nos enamoramos perdidamente de la democracia y no queremos perderla, y menos a manos del militarote de turno.
Artículo de opinión
24 de enero de 2011
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