jueves, 20 de enero de 2011

Ramón Piñango \\Obra son amores

En su reciente intervención ante la Asamblea Nacional, el presidente Chávez hizo un llamado al diálogo y señaló su disposición a escuchar a la oposición. Fue muy reiterativo en su llamado y unas cuantas veces se autocalificó de demócrata. Habló con ansiedad, esforzándose para que le creyeran. ¿Por qué tanta insistencia y tanta ansiedad? Hugo Chávez hoy necesita como nunca ser considerado un demócrata presto a escuchar las voces de la oposición.

No las tiene todas consigo. Problemas nacionales tan graves e impopulares como la inseguridad personal, la inflación y el creciente déficit de viviendas, acosan al Gobierno y lo asustan. Por otra parte, en el chavismo hay gente sensata que, con perplejidad y preocupación, percibe la inocultable incompetencia para atender problemas relativamente sencillos como las destrozadas vías públicas.

A esa gente debe alarmarle el incidente de los damnificados arrollados por un autobús, cuando manifestaban por las pésimas condiciones del refugio que les habían asignado. Y más aún debe alarmarles la conducta irresponsable del alcalde del PSUV y el torpe trato del general que se hizo cargo de la situación de los refugiados. ¿Cómo no vincular toda esta realidad con la caída en la popularidad del máximo líder, popularidad que, sin duda, constituye el verdadero capital político del oficialismo? A la realidad nacional se suma el rápido ritmo en que la comunidad internacional le ha ido perdiendo aprecio y estima al Gobierno venezolano y, en particular, al Presidente. Son frecuentes los comentarios de los medios internacionales sobre la pobre disposición democrática del líder del socialismo del siglo XXI.Ante ese deshilachado panorama, el régimen enfrenta la necesidad de hacer algo para ganar puntos perdidos o para controlar los daños causados por evidentes errores políticos.Tal necesidad explica tanto llamado al diálogo y tanto repetir "soy democrático".

Eso se entiende. Sin embargo, el discurso presidencial delata las carencias presidenciales. Obras son amores y no buenas razones. Si Hugo Chávez tiene que repetir y repetir que quiere dialogar y que es democrático es porque obviamente teme que no le vayan a creer. Casi dijo: "Les juro que soy demócrata".Tiene que recurrir a un exceso de palabras porque, consciente o inconscientemente, sabe que sus procederes no son democráticos. De una u otra forma en su cerebro procesa lo que ha hecho con la juez Afiuni, con los comisarios, con los tres diputados electos a quienes no se les dejó incorporarse a la Asamblea, tantas expropiaciones hechas de manera ilegal. Se recuerda de Franklin Brito. Sabe cómo le incomodan las críticas de la oposición y que ni siquiera tolera las discrepancias en su entorno más cercano. Sabe también que la gente no olvida el cierre de RCTV y muchas estaciones de radio, ni tampoco las amenazas contra Globovisión.

Las convicciones democráticas no se demuestran con palabras sino con hechos. A Hugo Chávez le han sobrado oportunidades para mostrar al país y al mundo su vocación democrática y, sin embargo, no las ha aprovechado. Su conducta política se puede resumir en pocas palabras: concentrar todo el poder en sus manos. Así eliminó la división de poderes para abrir las puertas a todo tipo de abusos y arbitrariedades.Sin esa separación no hay discurso ni promesas o juramentos que valga.

Para ser creído, el Presidente tendría que hacer cambios radicales en su gobierno, como, por ejemplo, acordar con la oposición la designación de un fiscal creíble y confiable para los más amplios sectores del país. Tal cosa hoy es improbable. Él y sus colaboradores se acostumbraron a gobernar con todo el poder. No podrían actuar de otra manera.El régimen está atrapado en sus propias prácticas políticas

Artículo de opinión
Jueves 20 de enero de 2011
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