miércoles, 14 de julio de 2010

Cuando en el galpón de producción, la oficina de la gerencia o la recepción de una empresa en Texas o Carolina del Norte flamean juntas las banderas de China y de Estados Unidos, no se puede menos que pensar en el fenómeno de la globalización, en su comprensión por parte del gigante asiático y en sus implicaciones para todos. Si en las décadas de los setenta y ochenta, Japón sustentó el milagro de su expansión económica en la valoración no sólo de sus propias capacidades sino también de las ventajas comparativas y competitivas de terceros países, hoy es China la que expande su espacio de acción mediante la presencia de sus emprendedores allí donde confluyen su visión del negocio con una suma adecuada de incentivos o ventajas.Gracias a los beneficios fiscales ofrecidos por Estados Unidos y a las oportunidades abiertas por la globalización, hoy buena parte de la industria automotriz japonesa está instalada en Estados Unidos, cerca de sus grandes mercados.

China avanza por el mismo camino: empresas chinas produciendo en terceros países, en sus mercados objetivo o cerca de ellos, aprovechando las ventajas de infraestructura industrial y comercial y los incentivos fiscales o exoneraciones impositivas ofrecidos por otros países, adaptándose a sus esquemas gerenciales, generando empleo local, aplicando los principios básicos de la eficiencia y la productividad, inspirándose en la esencia del espíritu emprendedor, descrito en una de las fábricas chinas de Carolina del Norte con el lema "luchar por objetivos claramente definidos y hacer posible lo imposible sin excusa" Si las cifras que ofrecen las publicaciones especializadas revelan los niveles de reservas de China y sus índices de crecimiento, su presencia en otras economías como inversionista productivo y generador de empleo muestra su comprensión de las dinámicas del mercado en tiempos de globalización.

Con el apelativo de comunista todavía marcado en la frente y la pesada carga de una política de desconocimiento de los derechos humanos a las espaldas, el Gobierno chino ha optado, sin embargo, por una economía productiva, una de cuyas manifestaciones más visibles es su decisión de incentivar la inversión directa en otros países, incluido Estados Unidos, y de apoyar a emprendedores chinos para establecerse en ellos.Contrasta esta actitud con la de países empeñados en vivir de su pasado o en utopías retrógradas, con políticas que terminan por destruir empleo, reducir su capacidad competitiva, hundirse en un peligroso estado de estanflación, incrementar su deuda externa y reducir su capacidad de pago hasta el punto de riesgo de insolvencia como el que para Venezuela deduce el Financial Times en un reciente análisis.

En Venezuela, a diferencia de China, una política de aislamiento y de persecución al emprendimiento ha tenido como resultados destrucción de la capacidad productiva y de las propias ventajas competitivas. El país había sido capaz en un momento de conjugar la inversión externa en sus principales empresas con la presencia de las mismas en otros países mediante actividad e inversiones directas, aprovechando las ventajas fiscales, de infraestructura y de cercanía a los mercados.Había logrado avanzar por esa vía en el proceso de diversificar la base exportadora. Todo indica que caminamos ahora en sentido contrario: hacia el aislamiento, la pérdida de oportunidades, la destrucción de nuestras ventajas competitivas y de nuestra capacidad de crecimiento.Las buenas lecciones, no importa de dónde vengan, son para ser escuchadas. Y para ser interpretadas con buen juicio.

Artículo de opinión
Miércoles, 14 de julio de 2010

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