martes, 6 de julio de 2010

José Mayora\\ ¡La suerte hay que entrenarla!

Voluntaria o involuntariamente, los venezolanos nos encontramos inmersos en la fiesta deportiva del fútbol. La cita congrega a países, equipos, jugadores y fanáticos que representan diversidad y, en algunos casos, antagonismos. La visibilidad del evento se logra gracias a la masiva presencia de medios de comunicación que muestran jugadores desplazándose en la cancha; jugadas relevantes y jugadas discutidas; el delicado trabajo de los árbitros; la reacción de los equipos técnicos; la policromática alegría de los fanáticos así como su resignada tristeza; los diferentes puntos de vista de los comentaristas, expertos algunos y menos expertos otros.

Quizás lo que se revela con más nitidez son las estrategias que cada equipo-país despliega en el terreno de juego. Sin lugar a dudas, este evento es "la gran fiesta de la tolerancia, la pacífica convivencia y la consecución de logros con esfuerzo colectivo".No hace falta, como es mi caso, ser seguidor de este deporte para verse involucrado en su magia, en sus discusiones y en las sobremesas donde, al comparar este evento con nuestra realidad, regresamos a los momentos que vive el país. En una de estas sobremesas me llamó poderosamente la atención cómo se cuestionaba la presencia de un técnico que no representaba precisamente la integridad de un deportista; cómo el fanatismo de un coloso disminuía por la posición complaciente de su presidente hacia el régimen venezolano; como se privilegiaba la significativa presencia de América en este convite.

Cuando se inició este evento, pensé que nos distraería en la observación del despropósito que vivimos. Al contrario, me percaté cómo se valoraba en otros sus esfuerzos por caminar hacia delante, desbrozando malezas y removiendo escombros en procura de algo mejor y más justo, en comparación con nuestra insólita retrobúsqueda. Para mi tranquilidad, ninguno de mis contertulios, pudo esconder su preocupación por el momento.Tengo la grata sensación que el Mundial no ha significado un breve compás, los venezolanos han cabalgado ambos eventos: la lucha por una copa y la lucha por una democracia.

Y tal cosa es factible gracias a que el país ha llegado a un punto en el cual no es posible esconder ninguna de sus miserias con sofisticadas o burdas artimañas mediáticas. Es tan grotesca la situación, que más que en un gobierno, nos encontramos en el escenario del teatro del absurdo.Los líderes del régimen parecen haber perdido la brújula, a juzgar por las poco convincentes y, en algunos casos, cínicas argumentaciones para justificar lo que no se puede esconder ni en un oscuro día lluvioso. Los malos olores, que son muchos y de variada naturaleza, se cuelan por las rendijas de cualquier vivienda, en cualquier sitio donde ella se encuentre.Sin embargo, a pesar de que han ido disminuyendo los incentivos para mantener el apoyo popular al pasaje más turbio de nuestra historia republicana, y que cada vez hay más conciencia de los nefastos derroteros del régimen, todavía le queda a este un poder inercial en el control institucional.

En la medida que se logre disminuir la distancia entre la realidad que vivimos y su cabal percepción por parte de la sociedad, dejaremos de jugar posición adelantada. Sólo así podremos llegar a la meta con una estrategia de equipo, compartida y aplicada por todos y, sobre todo, mientras se entienda que la suerte sólo se hace presente cuando estamos ¡bien entrenados para obtener el triunfo.

Artículo de opinión
El Universal, 01 de julio de 2010
www.eluniversal.com

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