Llegan desde todos los sectores, en todos los tonos. Serenas algunas, angustiadas otras.
En registro más académico o más político, con el acento en la estadística o en el análisis, inspiradas en un sincero interés por el destino de Venezuela todas. Son las voces de alerta, convertidas ya en coro, que advierten de los graves riesgos que aquejan al país, y lo amenazan todavía más hacia el futuro, en lo económico, lo social, lo institucional.
La más reciente de ellas, contenida en el documento "Venezuela necesita cambiar de rumbo", viene refrendada por 18 economistas reconocidos por su autoridad, consagrados al seguimiento profesional y serio de la economía, no uniformados ni en su posición política ni en su pensamiento económico.
El diagnóstico no puede ser más acertado y al mismo tiempo más preocupante. El impecable análisis de este grupo de venezolanos sólo puede conducir a una conclusión: es imperativo corregir el rumbo. Y no sólo en términos de la economía, sino también de los fines sociales que le dan sentido y de los mecanismos políticos que la instrumentan. Escrito no con la intención de alarmar o de avalar una circunstancial postura política, el documento busca provocar una reflexión nacional que conduzca a la determinación de cambiar de rumbo y de hacerlo de manera bien pensada pero inmediata.
Su llamado es la oportunidad para probar el liderazgo nacional en tres dimensiones, las que miden la capacidad de escuchar, de rectificar y de conducir con eficiencia una gestión, y que se expresan primero en el reconocimiento de los errores y, luego, en la convocatoria a gente capaz de corregirlos, de definir políticas adecuadas y de llevarlas a la práctica eficientemente.
Convocar a los mejores, nunca está demás repetirlo, es no sólo una de las características que definen el verdadero liderazgo, sino condición necesaria e insustituible para afrontar las crisis con posibilidad de éxito. Es lo que -unidos, sin reservas ni protagonismos- están haciendo en Chile los presidentes Bachellet y Piñera, para reconstruir un país azotado por la naturaleza.
Es lo que hizo antes el propio Pinochet, errático en sus políticas económicas iniciales, bien asesorado después, en su segunda etapa, y bien acompañado de un equipo capaz de sentar las bases de un modelo económico que ha probado su eficiencia y se ha mantenido, con cambios para mejorar, a lo largo de varios gobiernos.
Su caso es la demostración de que hasta en los regímenes autoritarios la rectificación es posible.
Sólo una postura de sordera, prepotencia y aislamiento en sí mismo, marcada por el recelo hacia cualquier advertencia no complaciente, cegada por la determinación de un único camino, fanatizada por su propio pensamiento o deslumbrada por un coro de obsecuentes aduladores podría negarse a examinar un documento como el presentado y a impulsar las correcciones que de él se desprenden. En situaciones así, la salida del liderazgo no puede ser la de aislarse, ignorar a los demás, escuchar sólo a los sumisos, negar las evidencias y huir hacia delante. Nada se gana con cambiar las estadísticas o el metro con el que la comunidad internacional evalúa la eficiencia de una gestión. Los malos resultados, finalmente, quienes los padecen son los ciudadanos.
Como muestra hasta la evidencia el documento de los 18 economistas, Venezuela está urgida de rectificación. ¿Habrá capacidad de hacerlo? ¿Habrá disposición para escuchar y para convocar a la gente capaz de corregir el rumbo? ¿O quedará el documento como un alerta más en el vacío, motivo de preocupación para muchos, objeto de menosprecio por parte de quienes más deberían atenderlo
Artículo de opionión
El Nacional, 10 de marzo de 2010
www.el-nacional.com
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