En este país muchos viven sobresaltados. Entre la congoja y el susto, entre la tristeza y la furia, entre la esperanza y la frustración. Allí florecen los médicos, los vendedores de antidepresivos, los predicadores de desastres y los comerciantes de supercherías.
La historia del último siglo ayuda a que germine la frustración: un país que yace sobre la mayor existencia de petróleo del planeta y que al mismo tiempo convoca a la reaparición de enfermedades extinguidas, con generaciones que han salido muy temprano de la escolaridad y con la rapiña de la renta petrolera como deporte nacional.
Esta visión suele convertirse en una suerte de fuerza centrípeta, que hala toda nuestra atención hacia un centro repugnante.
Sólo hay que pasearse por ciertos opinadores, algunos maravillosos escritores, que domingo tras domingo descargan todas sus letras en el sujeto recurrente, en la misma letanía. Frente a esto, mi reclamo a mí mismo es cultivar la capacidad para ver la sombra y encontrar la luz, para comprender nuestra historia y no perder de vista la ventana por donde se cuela un rayo de optimismo. Como ejemplo, hoy quiero referirme a dos libros y a un puñito de semillas.
Libro 1
En el año 2004, fue publicado, por Mérida Editores, un libro de Domingo Alberto Rangel llamado Alberto Adriani y la Venezuela que no pudo ser. Domingo Alberto retrata a uno de nuestros primigenios economistas con la elegancia de un biógrafo y el rigor de un historiador económico. Adriani es hijo de unos inmigrantes italianos que se establecieron, hacia el atardecer del siglo XIX, en un pueblo del occidente del estado Mérida llamado Zea.
El cultivo característico de esa zona, el café, marcará para siempre la visión económica de Alberto Adriani. En 1916 inició estudios de ciencias políticas en la UCV, donde se hizo amigo de otros jóvenes como Mariano Picón Salas y Manuel Egaña.
En 1921 interrumpió sus estudios y se fue a Ginebra, ciudad en la cual obtuvo un doctorado en economía y ciencias sociales. En 1936 fue nombrado ministro de Agricultura y Cría por Eleazar López Contreras.
Una de las cosas que destaca de Adriani es su visión del desarrollo del país: hijo de la agricultura en un país petrolero, Adriani pensaba que Venezuela debía defender la industria nacional no-petrolera. Para ello, opinaba, se debía devaluar la moneda como una vía para estimular las exportaciones diferentes al crudo y encarecer las importaciones.
Sin embargo, el país eligió la receta contraria: revaluar la moneda desde un tipo de cambio de 5,35 bolívares por dólar en 1933, a 3,30 Bs/$ en 1935.
El objetivo de esta revaluación fue hacer que las transnacionales petroleras se vieran en la necesidad de traer más dólares al país para comprar los mismos bolívares. El efecto es harto conocido: hace cerca de ochenta años comenzó una tendencia a la sobrevaluación del bolívar que abarató las importaciones, encareció las exportaciones y obstruyó el desarrollo de la industria nacional. Como ha repetido Domingo Alberto hasta el cansancio: desde entonces se creó una economía de burócratas y comerciantes que hundió a la industria en un fango de petróleo y corrupción.
Libro 2
El segundo libro que deseo comentar es una novela de Miguel Otero Silva llamada Oficina N° 1. Publicado originalmente en 1961, esta novela narra el inicio de la explotación petrolera en el estado Anzoátegui, con el reventón del pozo del mismo nombre que la novela.
Otero Silva retrata magistralmente la mutación de un campamento en caserío y posteriormente en la ciudad de El Tigre, del estado oriental. La novela narra la vida de Carmen Rosa, una de sus protagonistas, quien llegó al campamento huyendo del paludismo que dejó muertas las casas del pueblo de Ortiz, en el estado Guárico.
Más allá de los dramas personales, Oficina N° 1 cuenta con elocuencia descriptiva la urbanización de buena parte del país, de este campamento del que más tarde hablaría José Ignacio Cabrujas. El Tigre nace y crece caóticamente, como una muestra de ese permanente desafío de la voluntad a la capacidad de diseñar nuestros espacios públicos, como evidencia del triunfo de lo arbitrario frente a lo institucional. En esta novela se retratan muchas de las características que nos han acompañado desde siempre: la precariedad institucional, la persecución política, el crecimiento desordenado, el sesgo monoproductor, el auge del comercio y la tensión entre productividad y justicia. Los mismos temas que se repiten incansablemente desde nuestra memoria hasta la tormenta del presente.
Un puñado de semillas
Así como la historia y el presente nos confunden, en este campamento, en este territorio fértil de voluntarismo, de leyendas de héroes y de tempestades, también hay ventanas que muestran otros cielos. Sólo basta abrirlas y mirar otros patios.
Piensen, por ejemplo, en el sistema de orquestas juveniles, iniciado a mediados de los años setenta. Esta es una institución que germinó en el mismo pantano petrolero en el que naufragó Adriani y creció la ciudad de El Tigre.
Quizás lo más interesante es que el sistema de orquestas es un triunfo institucional de nuestra identidad: Dudamel, por citar apenas un ejemplo, es exitoso en la arena global porque no trata de dirigir como alemán o como austríaco, sino porque logró combinar la disciplina de una orquestación con nuestro "tumbao", con una cierta dosis de desorden orquestado.
Pero hay otros ejemplos como el Banco del Libro o el portal Prodavinci, que producen cultura para armar, que representan la cara saludable que habita en el rincón opuesto al paludismo institucional, que hace que en este país muchos vivan sobresaltados. Entre la congoja y el susto, entre la tristeza y la furia, entre la esperanza y la frustración.
Artículo de opinión
El Mundo Economía&Negocios
Miércoles 24 de marzo de 2010
www.elmundo.com.ve
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