viernes, 26 de marzo de 2010

José Mayora \\ Estado de derecho o estado de capricho

Cuando nos referimos al Estado de derecho, nos referimos a un Estado donde imperan la ley y las instituciones encargadas de su confección, aplicación y control. Con el debido criterio profesional y gerencial, usan su autonomía para cumplir con su no fácil papel de hacer lo que les corresponde.El Estado de derecho hay que sustentarlo en recursos humanos formados en universidades autónomas y democráticas, formación que abarca tanto lo técnicamente esperable del área de experticia, como un conjunto de principios y valores rectores que orienten la conducta de los individuos en sus decisiones.

Es decir, éstas estarán basadas en criterios objetivos y principistas que garanticen una razonable separación de las personas y sus emociones, con los hechos en cuya decisión deben participar.Un Estado como el descrito en los párrafos anteriores, no se logra de la noche a la mañana, se requiere una constante labor pedagógica desde la sociedad para que en la normal rotación generacional, no se diluyan los valores y principios fundamentales.En la otra cara de la moneda se encuentra el Estado de capricho el cual es sólo comprensible en tanto y en cuanto su liderazgo sea caprichoso o, mejor dicho, extravagante. Un líder extravagante es aquel cuyo actuar siempre se encuentra fuera del orden normado o fuera de las costumbres.

Un Estado de capricho, es propio de quienes en el ejercicio de funciones públicas, se permiten el uso de términos escatológicos para calificar o remitir a cualquiera de los miembros institucionales o ciudadanos, que tengan la osadía de discrepar con el verbo, con la pluma o con el voto.En un Estado de capricho es normal que los líderes formales, es decir, electos por los ciudadanos, eludan la Constitución y las leyes sin más argumento que su desmedido afán de poder.En un Estado de capricho, es frecuente que las opiniones personales sean penalizadas con escarnio público y, consecuentemente, con cárcel.En estricto sentido, tanto la extravagancia como el capricho, son rasgos de personalidad que están reñidos con el sano ejercicio del poder.

Son atributos que revelan inmadurez política. Quienes exhiben este tipo de conducta asumen la censura, la descalificación, la fabulación, la falsedad, la descontextualización, como la única perspectiva cierta. La concepción del mundo está limitada por su ignorancia y la incapacidad por reconocer esto, los lleva a pedagogizar como novedoso sobre lo que, para bien o para mal, es pasado superado.Su tránsito por otros continentes tiene como finalidad la búsqueda de iguales como única posibilidad de encontrar con quien compartir un discurso que corre el riesgo de quedarse sin audiencia.

Sin embargo, frente a este rasgo de la extravagancia, por demás indeseable, ¿por qué resulta tan fácil pasar de un Estado de derecho a un Estado de capricho?; ¿cuánto deterioro debe implementar un Estado de capricho para mantenerse en el poder, independientemente de su popularidad?Con liderazgos extravagantes en el poder, no hay manera de lograr consenso, reconciliación, diálogo o cualquier otro mecanismo de comunicación distinta a lo pautado en sus propios proyectos. Cualquier solicitud en esa línea posiblemente peca o de ingenua o de irreflexiva.En la construcción de un Estado de derecho, no hay cabida para liderazgos extravagantes y caprichosos.

Artículo de opinión
Viernes, 27 de marzo de 2010
www.eluniversal.com
mayora.j@gmail.com

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