martes, 9 de octubre de 2012

Eric Hobsbawm (1917-2012)

(El economista y profesor vitalicio del IESA, Asdrúbal Baptista, en memoria de la muerte de Eric Hobsbawm afirma que la obra del historiador inglés La obra de Hobsbawm es testimonio del uso autónomo y libre de este gran postulado del conocimiento social. Publicado en El Mundo, el 3 de octubre)

Pese a autodefinirse como marxista, la obra del célebre historiador inglés es testimonio del uso autónomo y libre de esta doctrina político-social.
 
Con la muerte de Eric Hobsbawm cesa una larga y fructífera existencia. Se le dio una espléndida longevidad - había nacido en 1917 - y todavía hace un par de años dio una entrevista que daba clara cuenta de que su mente aún se hallaba en pleno y lúcido ejercicio.

Se lo llama "historiador marxista". Con esa denominación, muy probablemente no se le identifica con entera propiedad, no importa que a sí mismo se veía como tal.

Sin que en lo que de inmediato se afirma vaya un adarme de desmedro por lo que significa ser un historiador de verdad, lo cierto es que Hobsbawm, antes que historiador, fue más bien un científico social.

Pero a la buena ciencia social le pertenece por necesidad el conocimiento histórico y, sobre todo, el riguroso juicio histórico. De allí que llamarlo historiador no es que no le calce, sino que le calza inapropiadamente.
Un gran historiador no tiene otro afán que el riguroso conocimiento del pasado; pero hay más, un historiador que se sabe tal no toma la licencia de ir más allá del caso singular, que escruta y analiza, para saltar a una proposición conceptual que ha de cubrir o abarcar por analogía, o lo que fuere, otros casos que aún no han acaecido. Hobsbawm sabía de historia como pocos, investigó con juicio y circunspección el campo histórico.

Mas su afán era la contienda política, la polémica contra el orden capitalista establecido. Allí la historia en su cualidad de conocimiento es de limitada utilidad. En tal respecto era científico social y no historiador.

Pero en cuanto científico social, y por ser científico, precisó de un método, de unos postulados orientadores del trabajo de pensar sobre su tema, que fue el orden social capitalista. Para hacerlo tomó de Marx sus grandes pautas de trabajo.

De allí que se lo pueda llamar marxista. Pero aquí debemos entendernos. Ser marxista no es sólo censurar el orden existente. Si se quisiera denotar que lo fue por crítico impenitente de lo establecido, no ha de perderse nunca de vista que Marx, por fino hegeliano en última instancia, bien sabía que tener conciencia es ser de por sí crítico, puesto que la conciencia - y el ser humano, en el mundo de Hegel, es conciencia - no cumple más papel que diferenciar, distinguir, separar y, todo ello en rigor, es la crítica.

A decir verdad, Hobsbawm fue marxista, sobre todo, porque hizo uso esclarecido del gran postulado de Marx con el que se establece una jerarquía en el plano del pensamiento para la comprensión de lo social como realidad efectiva. 

Óigase a Marx: «es siempre la relación directa de los propietarios de las condiciones de producción con los productores directos… lo que revela el secreto más profundo, la base escondida de la estructura social íntegra, y con ella la forma política de la relación de soberanía y dependencia». 

La obra de Hobsbawm es testimonio del uso autónomo y libre de este gran postulado del conocimiento social.

Una vasta obra acompaña la vida larga de Eric Hobsbawm. Este lector suyo, que hoy lo recuerda con genuina admiración por la sobriedad de su juicio y por mantener una firme adhesión al principio de no buscar adentrarse en el corazón de los hombres más de lo que permitían sus acciones, tiene muy presente una obra suya de 1989 que reúne textos escritos entre 1977 y 1988, y que intituló Politics for a Rational Left.

Dos ideas allí expresadas son memorables en el juicio de quien lo leyó con especial atención. La primera es un juicio sobre el gobierno de Margaret Thatcher, que le lleva a vocear un temor muy grande ante un posible «golpe de Estado» (p.49) en la Gran Bretaña.
Se entenderá que sólo imaginar ese golpe de Estado es un ejercicio que linda con la ficción y, sin embargo, debe saberse que la misma se escribe en el medio de un poderoso análisis de lo que significó, en la vida política de Inglaterra, el desmantelamiento de la industria del carbón en los años 1980.

La segunda corre en similar vena. Así hubo de escribir: «el mejor gobierno [escribió el texto en 1983] existente hoy se halla a merced del mercado mundial» (p.75). Viniendo de quien venían no podían menos que causar, ambas, esa suerte de estupor que incita a pensar.

No hay comentarios: