viernes, 16 de abril de 2010

Miguel A. Santos \\ Los protagonistas

La verdad no siempre es real y la realidad no siempre es verdadera". Eso descubre hacia el final de su larga travesía (más de 900 páginas) Tooru Okada, protagonista de la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Al igual que en las demás novelas de Haruki Murakami, a partir de un suceso trivial la vida del protagonista ha sufrido una extraña y profunda transformación. Empiezan a rodearle extraños personajes, con tintes fantasmagóricos. Tanto su apariencia física, como su lenguaje y hasta sus nombres son absolutamente improbables. Predomina la existencia de acontecimientos inverosímiles, que parecen salidos de una realidad alternativa.

El pasado se confunde con el presente y ambos se hacen indistintos. Las visiones y los sueños invaden poco a poco la realidad. Y he aquí que, en ese escenario y con todas esas limitaciones, el protagonista debe esforzarse por mantener la conciencia y resolver los conflictos que ha arrastrado a lo largo de su vida. Hay que darle mérito al escritor japonés, pues toda ese andamiaje del absurdo se le vino a ocurrir en las vecindades de Tokio, Kioto y Kanagawa. Aquí hubiese tenido que inventar bastante menos. En Caracas el protagonista hubiese sido despertado hacia las seis de la mañana por ese extraño ruido, mezcla de rugido, de potencia, y de trac-trac, que hacen las tuberías de agua cuando las llaves de paso inauguran el período de racionamiento de la mañana.

Con el agua el vocabulario y la usanza han cambiado significativamente: se habla de las horas en que habrá, no de las que faltará. Es una fórmula que pronto podría alcanzar para describir al país entero. A esa hora, el protagonista se acercaría al lavamanos y se sorprendería al ver brotar de las llaves una suerte de líquido blanco, que después dará lugar a un ocre intenso, pariente cercano del óxido, que en algunos casos podría derivar en agua. Quizás no haya sido una noche fácil, interrumpida por los espasmos de los bajones de luz. On and off. Podría entonces encender el televisor y mientras se afeita, escuchar desde lejos a Clodosvaldo Russian declarando que es imposible que Venezuela sea más corrupta que Haití, porque en Haití no hay nada que robarse, más allá de una mano de cambures. Correría el protagonista hacia el aparato de televisión, a medio terminar, sólo para comprobar que ya Russián no existe, que se ha desaparecido y tele-transportado a ese mundo mágico alternativo en el que vive el entorno presidencial.

Desconcertado, se asomaría a la ventana para comprobar que el paisaje de la ciudad ha sido cubierto por una suerte de velo opaco semi-transparente, que ya no es posible ver más allá (otra analogía sin desperdicio). Los ojos le empiezan a arder. Viene desde atrás del edificio una columna de humo, producto de la combustión espontánea del Ávila. Sonaría el teléfono y una voz cascada, de ultratumba, le diría: "¿Radio Nacional? Por favor, quiero participar en el programa". A todas estas, no habría salido a la calle todavía. ¿Hay salida? ¿Conseguirá resolver sus conflictos, deshacer las realidades alternativas, encontrar la verdad y volver a la normalidad? En la novela puede que sí, aunque no está del todo claro. Lo de aquí ya es otra cosa.

Artículo de opinión
Viernes, 16 de abril de 2010
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