lunes, 23 de agosto de 2010

Miguel A. Santos\\ Fuera de lugar

Salir, así sea por un tiempo. El espacio sólo me alcanzaba para traer apenas unos pocos libros, los que más se releen, los que me son más próximos, esos que a manera de espejos nos ayudan a percibir mejor los contornos de nosotros mismos. Ahí, en esa pequeña galería muy personal, descubro el movimiento imperceptible de mi pensamiento.

Viene conmigo El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras de Philip Roth, por la extraordinaria entrevista con el checoslovaco Iván Klíma. "Los cambios que la censura nos obligó a hacer eran monstruosos. Pero peor aún fue el hecho de que muchos escritores tuvieran en cuenta la censura a priori, deformando no sólo su obra sino también su propia personalidad". Leí por primera vez a Iván Klíma hace ya cuatro o cinco años. Quería saber más de las formas bajo las cuales habían sobrevivido quienes estuvieron sometidos a la censura oficial bajo regímenes totalitarios. También fue de aquí de donde saqué esta interesante reflexión: "si bien nosotros padecíamos la censura del Partido, otros padecieron la del mercado".

Pero la realidad se fue imponiendo poco a poco. Una prueba de ello es que viajan en este pequeño atajo Tierra, tierra, de Sándor Marai, y Leyendo Lolita en Teherán, de Azar Nafisi. Al primero ya no le cabe en los márgenes una anotación más. "Aquellos jóvenes rusos no podían traer la libertad, porque ellos tampoco la tenían". "Un régimen que sólo puede sobrevivir si les arrebata a los seres humanos la libertad -la del derecho a la propiedad privada, de empresa, del derecho al trabajo, de expresión, de escribir y de afirmar sus convicciones políticas- no puede renunciar a la tiranía porque ésa es la única forma de salvaguardar el poder". Y por encima de todo: "A ellos no les preocupaba que no los quisieran. Sólo les preocupaba que no los temieran".

El libro de Azar Nafisi trae consigo toda la gama de colores que puede tomar la discusión acerca del exilio, porque en circunstancias así (Irán bajo el Ayatolá Jomeini) no se puede hablar de emigración. Tampoco en la nuestra. Ahí están todos los actores: Los que se van, los que se quedan por convicción, los que se quedan porque tienen miedo a no poder vivir igual en otra parte y lo disfrazan de convicción, e inclusive los que mueren, aquellos para quienes el final llega antes de que alcancen alguna definición.

Es difícil juzgar a quienes deciden salir a probar suerte lejos del país porque nos cuesta diferenciar nuestros propios motivos de los de ellos. Como suele suceder en otras áreas de la vida, cuando hablamos de los demás es mucho más lo que decimos sobre nosotros mismos.No puede faltar Venezuela, Política y Petróleo, de Rómulo Betancourt. "Llevo a Venezuela en la sangre y en los huesos; me duelen sus dolores cotidianos, y cuando se trata de hablar de ellos sería un farsante si jugara a la comedia de la imparcialidad. De allí la pasión confesa con que analizo los problemas de mi país. Dirán algunos que con esa actitud "nada se saca".

Y podría contestarles con palabras de otro gran apasionado, Miguel de Unamuno, a quien también le dolía su España: "Pero es que no vamos a sacar, sino a meter; a meter; a enfresar nuestra alma en la de los que la tienen dormida, o acaso muerta, y que viva allí, y allí, hecha como un óleo, arda y alumbre. Que no hay luz sin fuego".Último en entrar en el morral: las memorias de Edward Said, Fuera de lugar. "El exilio es la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca se puede superar su esencial tristeza". No había lugar para más.

Artículo de opinión
Domingo, 22 de agosto de 2010
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