María es un personaje real. Tiene 45 años, cuatro hijos de dos compañeros de vida que ya no están con ella. El primero murió de una afección intestinal cuando tenía tres años y el segundo está paralítico como resultado de una bala perdida. La hija mayor trabaja como doméstica y la menor, a veces, va a la escuela. Viven en un barrio, resultado de una reciente invasión, como a un kilómetro de la vía hacia El Junquito. No cuentan con agua, electricidad o cloacas, ni escalinata como en los barrios “consolidados”. Con otras vecinas buscan a alguien que tire un cable desde un poste que está como a 300 metros.
El sueldo de la hija no alcanza para comer, menos para vestirse o adquirir las medicinas que requiere el hijo paralítico, arreglar los numerosos dientes con caries y menos para la intervención quirúrgica que necesita María con urgencia. Comen arepas y pasta, a veces con salsa de tomate o margarina.
María le da las gracias al Gobierno porque no la han sacado de su vivienda de latas y palos y, además, en las últimas elecciones votó por el PSUV porque la llevaron en un camión, le dieron un paquete de comida y 40 bolívares como premio por traer a los dos hijos que están en edad de votar. Acuden a una casa de alimentación y, aunque la caminata es larga, también ha logrado llegar a un módulo de Barrio Adentro donde una enfermera cubana le recetó y le regaló unas medicinas.
María no entiende mucho de marchas, protestas, estudiantes o derechos humanos. Tampoco sabe qué es seguridad, soberanía alimentaria o socialismo. Apenas cursó tres años de primaria y nunca ha tenido ni empleo formal ni derechos de ninguna clase. Sabe de lavar y planchar, pero no es hábil en eso de pedir, y un cura le metió en la cabeza que robar era malo.
Sabe que hay Gobierno y oposición y que en los tres sitios en que ha vivido, han aprobado “proyectos” para poner agua y vivienda, pero no ha visto que ninguno termine o que la beneficie a ella. Alguien le metió en la cabeza que eso no es culpa del comandante, sino de quienes lo rodean. Conoció a uno de esos, dizque líder comunal en la Panamericana que montó una empresa pirata, abrió un hueco, puso dos tubos y desapareció.
María nunca ha visto a ningún líder opositor y a pocos del Gobierno. Tiene esperanzas limitadas, no espera gran cosa en esta vida, pero quisiera que alguien cuidara a su hijo cuando ella ya no esté y que sus dos hijas vivan en un lugar mejor. Su mayor ambición es una casita cerca del kilómetro 13. No está contenta con el Gobierno porque no le cumplió y la vida está muy cara. En su corazón busca a alguien que le dé alguna esperanza.
Una de las vecinas, Rosita para más precisión, logró conseguir una beca para su hija a pesar que la jovencita no estudia, y ofreció presentarle al que le consiguió la beca, eso sí, hay que pagarle el primer mes cuando la cobren. Como María hay más de seis millones de venezolanos.
¿Quién obtendrá el voto de María y de sus dos hijos?
Artículo de opinión
Martes, 16 de febrero de 2010
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