miércoles, 28 de octubre de 2009

El peligroso mito de la "sociedad civil"

Un antipolítico es un animal que está dispuesto a chocar cien veces con la misma piedra: se ha deformado el rostro voluntariamente, aplanado la cabeza, destrozados los hombros y carga sus dientes de recuerdo en un collar.

A pesar de esto, cada vez que tiene oportunidad avanza presuroso hacia la piedra que ya le es familiar. Esta metáfora describe a quienes suelen atacar a los políticos profesionales y a los partidos, y reclamar representatividad para individuos que provienen de algo llamado "sociedad civil".

El sistema político que se inició en 1958, y que ha sido caricaturizado como el "puntofijismo" o la "cuarta república", comenzó a hacer aguas a mediados de la década de los ochenta debido a su incapacidad para responder a las demandas de diversos sectores de la sociedad venezolana.

Frente a este declive, surgió una corriente que endilgaba la crisis a la naturaleza de los políticos y de los partidos, quienes buscarían solamente el acceso y sostenimiento del poder y no la solución de "los grandes problemas nacionales".

Esta visión antipolítica jugó un rol fundamental en el desprestigio y envilecimiento de la política como esfera de resolución de conflictos y de expresión de los diversos intereses nacionales, de los políticos profesionales y de los partidos como los órganos ideales de expresión de estos intereses.

Como consecuencia de esta crítica, se defendió la emergencia de voceros y representantes de la "sociedad civil", quienes por su sabiduría, experiencia gerencial o vinculación con movimientos sociales espontáneos debían tener un papel protagónico en la arena política.

Hoy sabemos que la antipolítica jugó un rol clave en el surgimiento de líderes carismáticos, desvinculados de la formación y la disciplina partidista, que con su luz y buenas intenciones nos salvarían de la debacle. Lo demás es historia.

Todo esto viene a colación por el resurgimiento de posiciones que critican a los partidos, ven sus objetivos como netamente electorales y reclaman puestos salidores para los representantes de la sociedad civil en el cuerpo de candidatos a ser presentados en las elecciones parlamentarias.

Quiero advertir explícitamente sobre los peligros de este resurgimiento de la antipolítica, sobre su uso por parte de algunos medios y personalidades, y sobre la necesidad de reivindicar el rol central de los partidos.

Los partidos políticos son instrumentos imperfectos pero deseables de la lucha por el poder y de la representación de los diversos intereses nacionales. Entre sus principales virtudes tenemos las siguientes:
A. Crean mecanismos disciplinarios que limitan el rango de acción de los representantes del partido que detentan posiciones de poder político, colocando los intereses del partido por encima de los intereses de los individuos que lo representan;
B. Hacen ver a los gobernantes que una gestión de gobierno puede ser un obstáculo o una oportunidad para las generaciones de relevo, y por lo tanto crean mayor responsabilidad en la gestión pública, extendiendo el horizonte temporal relevante para el diseño de estrategias de conquista y mantenimiento del poder; y
C Generan mecanismos para que la carrera política se vincule a la necesidad de ganar legitimidad al interior del partido (en un subconjunto de la población electoral total) antes de aspirar a posiciones de representación en un ámbito más general.

Por ello es deseable que los candidatos a la Asamblea Nacional sean militantes de partidos políticos y que se presione por mayores grados de representación proporcional de las minorías, como una manera de abrir el juego a otras organizaciones y a la representación de otros intereses, sobre una base de militancia orgánica

Artículo de opinión
El Mundo Economía&Negocios,
28 de septiembre de 2009
www.elmundo.com.ve

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