viernes, 30 de octubre de 2009

Miguel Ángel Santos \\ Timbuktu

En inglés Timbuktu se utiliza para describir un lugar a donde uno no sabe cómo ni por qué ha llegado, y del que además no se tiene muy claro cómo salir. Es una expresión útil, a fuerza de frecuente y necesaria, que bien podríamos incorporar al castellano. Timbuktu es también uno de los nombres más rítmicos, un sinónimo de la inaccesibilidad del continente africano, una suerte de bandera para exploradores. Una ciudad no se gana esa reputación en vano: hasta finales del siglo XIX, de los cuarenta y tres viajeros que intentaron llegar aquí apenas cuatro lo consiguieron, y sólo tres regresaron con vida. La mayoría venía a verificar que Timbuktu no era sólo una leyenda.

Hoy en día la ciudad es apenas una sombra de lo que fue. Ubicada al norte de Mali, no pasa de ser un caserío de viviendas de techos bajos y planos, hechas con un barro del color de la arena. De allí que parezca apenas una extensión del desierto, como si éste hubiese hecho un paréntesis y se hubiese levantado para continuar en dirección vertical. Sus habitantes, en su mayoría miembros de la tribu Tuareg, antiguos nómadas traídos hasta aquí por las duras condiciones de vida en el Sahara, se arrastran bajo la sombra de sus casas para protegerse de los 35 grados que hacen en estos días de invierno.

¿Y entonces por qué la gente sigue viniendo? Es difícil de entender. Timbuktu alcanzó su máximo esplendor durante el siglo XIV, bajo el Gran Imperio de Mali, que se extendía desde el Atlántico hasta el territorio que hoy en día ocupa Nigeria. Su ubicación, al tope del río Níger y en la frontera del Sahara, la convirtió en paso obligado en la ruta de las caravanas que unían África Occidental con el Mar Mediterráneo. Por esa época florecieron aquí vastas universidades, que reunieron una extensa colección de documentos antiguos, alrededor de los cuales se concentraron importantes teóricos del Islam. ¿De dónde salieron todos estos manuscritos?

"Nosotros intercambiábamos mercancía por papiros y manuscritos", me dice Djibril Doucoure, desde hace 36 años a cargo de la División de Conservación de Manuscritos. Hablar con él, ver el orgullo con el que muestra los documentos más antiguos de la librería, y la tenacidad con que los ha defendido ("lo que los mercenarios marroquíes hicieron aquí en el siglo dieciséis fue mucho peor de lo que ha hecho Estados Unidos en Irak"), ha valido la pena la visita. Puede ser eso, o la propia presencia de los Tuareg, una de las últimas tribus nómadas que aún existen en el Sahara, un dominio que abarca partes de Mali, el sur de Argelia y Libia, Mauritania y Chad.

Tiene cierto encanto poder escuchar, a estas alturas de la civilización, a Azima Mohamed Ali, quien me ha servido de guía en mi pequeña internada en el desierto, decir: "A mi familia la visito con frecuencia, viven a apenas dos días en camello de aquí". O al propio Djibril Doucoure: "Los marroquíes siempre han estado celosos de Timbuktu, porque competía en importancia con Marrakech; recuerda que están apenas a 52 días en camello de aquí". Y bueno, en cualquier caso, no se puede juzgar mal a los viajeros a Timbuktu: Que lleguemos a un lugar absurdo, sin saber muy bien cómo, y que tengamos muy poca idea de cómo salir de ahí, tampoco es una cosa tan extraña. ¿No?

Artículo de opinión
30 de octubre de 2009
www.eluniversal.com

No hay comentarios: