viernes, 16 de octubre de 2009

Pável Gómez \\Crónicas nobelescas

Sí, nobelescas, no es un error. Viene de Nobel, el del premio, no de las novelas. Un subterfugio que inaugura una expectativa y luego la reduce a unos comentarios sobre el premio Nobel de Economía 2009. Aunque hay que admitir que aquí el juego del lenguaje no ejecuta una traición, sino más bien claudica ante el sentido invocado: hay algo realmente novelesco en este ritual de octubre, en el que una alfombra de especulaciones precede a la sorpresa o a la confirmación.

Alfred Nobel fue un ingeniero químico sueco, hijo de otro ingeniero e inventor que construyó puentes y edificios en la Suecia de la primera mitad del siglo XIX. El hijo tuvo una formación que incluyó literatura, idiomas y ciencias naturales, combinando la poesía con la química y la física.

Durante sus estudios en París, Alfred conoció a Ascanio Sobrero, un joven químico italiano que había inventado un explosivo líquido llamado nitroglicerina. A su regreso a Estocolmo, en 1863, inició sus trabajos para desarrollar la nitroglicerina como un explosivo industrial, y en 1867, patentó una mezcla de nitroglicerina con otras sustancias que derivó en una pasta explosiva potentísima, bautizada como dinamita.

Muy pronto, este detonante redujo dramáticamente los costos de la construcción de canales, túneles y otras vías que se abrían paso entre obstáculos naturales. En 1895, Alfred Nobel, quizás influenciado por el uso militar de su invento, utilizó su testamento para el financiamiento de un premio para las ciencias y el trabajo por la paz. En 1968, el banco de Suecia creó el premio Nobel a las ciencias económicas, en honor a Alfred Nobel.

Este año, los ganadores fueron los profesores Elinor Ostrom y Oliver Williamson. Ostrom se ha dedicado al estudio de los problemas colectivos que enfrentan quienes administran recursos de uso común, tales como parques, tierras comunitarias, aguas oceánicas y en general el ambiente.
Estos problemas parten de la idea de que si los individuos no cooperan y tratan de sacar el máximo para sí mismos, entonces los recursos de uso común se sobreexplotan, se contaminan o simplemente se arrasan.

Mientras la teoría convencional suponía que los recursos de uso común estaban condenados a la devastación, Ostrom muestra que bajo ciertas condiciones los individuos cooperan entre sí para usar estos recursos de manera sustentable.

La cooperación es soportada por la reciprocidad y esta última se sostiene cuando los individuos se comportan como cooperadores condicionales (si tú cooperas yo coopero) y golpeadores altruistas (si tú no cooperas serás castigado, aun si tengo que incurrir en costos irrecuperables). En un mundo amenazado por el cambio climático y por las conductas no cooperativas, el trabajo de Ostrom abre una ventana de esperanza en el ser humano.

Williamson, por su parte, ha trabajado en la explicación de la existencia de empresas y organizaciones que integran verticalmente diversas funciones en vez de comprarlas separadamente. ¿Por qué una fábrica de chocolates integra la producción de un insumo (por ejemplo: produce, selecciona y procesa su propio cacao) en lugar de comprar la pasta de cacao procesado, como insumo industrial? Williamson sugiere una respuesta a contravía de lo que piensan los monjes de la economía tradicional.

¿Por qué si los costos de operación de los mercados competitivos son cero, como estos suponen, se procede a la integración?: porque los mercados tienen fallas y si se compra el cacao procesado, su calidad puede ser variable o su provisión poco confiable.
A partir de esta sencilla idea, Williamson desarrolla una rama de la economía que explica la existencia de grandes conglomerados, así como también las decisiones de producción interna de insumos que podrían comprarse en el mercado.

Artículo de opinión
Últimas noticias, 15 de octubre de 2009
http://www.ultimasnoticias.com.ve

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