martes, 18 de agosto de 2009

Carlos Machado Allison \\El talento en fuga

Tras una década de discursos, amenazas, conflictos internacionales, leyes que limitan los derechos de propiedad, expresión y educación, acompañados por enorme inseguridad personal y una economía estatizada con la mayor inflación del continente, nada tiene de extraño que muchos ciudadanos migren con la esperanza de un futuro mejor. Pero a diferencia de las grandes corrientes migratorias del pasado que solían ser muy heterogéneas en su educación y competencias, ésta es mucho más selectiva.

En efecto, la migración venezolana de ésta década, está constituida por jóvenes profesionales, científicos, profesores retirados, profesionales que han tenido éxito en su desempeño, comerciantes que buscan nuevas oportunidades, médicos que aspiran trabajar en ambientes adecuados. Con excepción de la brusca diáspora derivada de la brutal agresión contra Pdvsa y sus profesionales, que ahora prestan sus servicios en México, Canadá, Arabia Saudita, Estados Unidos y otros países productores de petróleo, el resto de la emigración ha ocurrido en formal gradual, un goteo costoso que va drenando el talento acumulado. Los países con futuro, así como construyen represas para generar energía, también conservan talento y conocimientos. Esa acumulación, la construcción de una masa crítica de competencias, es esencial para el progreso.

En Venezuela se realizaron esfuerzos sistemáticos para construir esos cimientos. Las universidades, programas como Mariscal de Ayacucho, las becas de Pdvsa y las de no pocos ministerios, fundaciones, el antiguo Conicit y otras organizaciones efectuaron enormes inversiones en talento y desarrollo institucional. Los resultados de esa inversión aún pueden verse en el Metro de Caracas, las empresas de Guayana, aquella Pdvsa que se ubicaba entre las mejores empresas del mundo, las autopistas, hospitales, la electrificación rural, la expansión de las telecomunicaciones y la inserción de modernas tecnologías a lo largo y ancho del país. Muchas empresas venezolanas eran competitivas y cuando no lo eran, con rapidez encontraron en el país el talento necesario para modernizarse a pesar de las limitaciones financieras.

Ahora, cuando el país ha recibido los mayores ingresos fiscales de su historia, el régimen vomita un torrente de leyes que intentan regular cada actividad humana como si el país fuera un cuartel. Como en el gobierno monopartidista nacionalsocialista alemán, penetra la economía, con sus propias e ineficientes empresas y le aplica una estricta reglamentación a toda actividad privada, al punto que sólo aquellos que se han puesto de rodillas, escapan al calificativo de contrarrevolucionarios. Ya han deteriorando el clima y la infraestructura institucional, animados por un modelo ideológico fracasado cuyos ejecutores conciben una sociedad sumisa, con escuelas, radios, periódicos y empresas alineados con el "proceso" y donde no existe espacio para la creación literaria, artística o científica distinta a la que el gobierno y su partido aspira imponer. Evoca aquello de Ein Folk, Ein Reich, Ein Führer, el canto del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP).


Artículo de opinión aparecido en El Universal

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