Si bien es verdad que la tasa de permuta luce elevada, es aún más cierto que la tasa oficial carece de sentido alguno, por lo que la ansiada racionalidad de la política cambiaria no puede buscarse a través de actuar exclusivamente sobre una de ellas, con el fin de cerrar la enorme brecha que hoy existe entre ambas. Desde hace más de cuatro años el tipo de cambio oficial se fijó en Bs/$ 2,15 o 2.150 bolívares de los viejos, y aún está en ese nivel, a pesar de que en este lapso hemos sufrido una inflación interna muy superior a la que padecen nuestros principales socios
comerciales, haciendo que lo que hoy se compra en Venezuela con Bs 2,15 sea menos de la mitad de lo que en promedio se compra con un dólar en el resto del mundo. Es decir, el bolívar que se destina a la adquisición de divisas preferenciales está altamente sobrevaluado, lo cual, además de estimular notablemente las importaciones, ha minado la capacidad competitiva del aparato productivo interno frente a los productos importados, y ha desencadenado una avidez por los dólares preferenciales. Esto último ha hecho totalmente inoperante el control de cambios, el cual, al igual que en otras ocasiones, está minado por la corrupción y por múltiples fuerzas distorsionantes.
Sin embargo, si el Gobierno insiste en mantenerlo, la buscada racionalidad de la política cambiaria se transformará, en el mejor de los casos, en una disminución de la irracionalidad existente. A tales fines, sería necesario cerrar la brecha entre las dos tasas de cambio, pero actuando sobre ambas.
Esto es, por un lado, sincerando la tasa preferencial hasta colocarla en niveles más racionales, tomando en consideración la cantidad de bolívares que compran en Venezuela lo mismo que en promedio se adquiere con dólar en el exterior y, por el otro, tratando de bajar la tasa libre a través de un suministro fluido de dólares que busque satisfacer razonablemente la demanda que se produzca a la tasa de cambio libre que se desee alcanzar.
Esto es, por un lado, sincerando la tasa preferencial hasta colocarla en niveles más racionales, tomando en consideración la cantidad de bolívares que compran en Venezuela lo mismo que en promedio se adquiere con dólar en el exterior y, por el otro, tratando de bajar la tasa libre a través de un suministro fluido de dólares que busque satisfacer razonablemente la demanda que se produzca a la tasa de cambio libre que se desee alcanzar.
Muchos dirán que eso es inflacionario. Sin duda que lo es, pero no se puede pretender que una distorsión acumulada a lo largo de tanto tiempo se logre corregir sin consecuencias.
Igualmente, la implantación de estas medidas exige un alto componente de credibilidad, el cual sólo se dará si los agentes económicos se convencen de que el plan es razonable, de que el Gobierno cuenta con los dólares suficientes para implementarlo por largo tiempo, y de que el mismo es lo suficientemente dinámico para evolucionar con las cambiantes condiciones de la economía.
Si, por el contrario, se insiste en mantener el tipo de cambio preferencial actual, y en bajar a la fuerza la tasa del mercado paralelo a través de ventas masivas de dólares, todo fracasará después de un tiempo y de haberse incurrido en un alto costo, pues una vez que la gente se convenza de que se le acabó el oxígeno al Gobierno, resurgirán las expectativas de rebote de la tasa libre, disparando la compra de dólares para protegerse de su inminente encarecimiento.
Artículo de opinión del Prof. Pedro Palma
El Nacional
17 de agosto de 2009
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