Hace algún tiempo un periodista del exterior me pidió que definiera la gestión del actual gobierno en una sola palabra. Incompetencia fue la que emanó de modo instantáneo. Luego vinieron otras que también describen lo que estamos viviendo: violación de los derechos fundamentales, deterioro de valores, inflación, carencia de oportunidades, abatimiento de la calidad de vida.
Tuvimos gobiernos competentes en materia de servicios públicos y otros que se las arreglaron para construir mucho y no mantener nada, pero el número de venezolanos que recibió el beneficio de contar con agua, cloacas, electricidad, carreteras, servicios médicos diversos, recolección de basura y cierta seguridad personal, aumentó sin cesar desde 1930 hasta comienzos del siglo XXI. No hay duda que la Venezuela del año 1998 era bien diferente a la atrasada nación palúdica y sin futuro de 1920 o 1930 cuando sólo había 500 estudiantes universitarios y la expectativa de vida no llegaba a los 40 años. Gente de mi generación debe recordar cuan pobre y atrasado era nuestro país al terminar la Segunda Guerra Mundial. Viajar a los Andes era una osadía, la leña era el combustible usual, no había niño pobre sin parásitos intestinales. Piojos, sarna, diarreas y tuberculosis cosas con lo que se vivía. Velas, totumas, calles de tierra donde deambulaban perros sarnosos, gallinas y cochinos. Las mujeres molían maíz y lavaban al borde de las quebradas. El gobierno era tan pobre como el pueblo.
Hoy la incompetencia nos está llevando vertiginosamente hacia el pasado. El deterioro de los servicios es impresionante: fallas en la electricidad, racionamiento de agua, vías intransitables, hospitales deteriorados, servicios de policía inexistentes, no hay nuevas autopistas o distribuidores que alivien el tránsito de las grandes ciudades. La basura se acumula en todas partes, las aguas negras corren por el centro de las calles, no hay suficientes colegios, ni maestros de matemáticas, física o química. La gran diferencia es que ahora el gobierno es rico y el pueblo sigue siendo pobre.
Las obras públicas no se concluyen o no se inician. La inseguridad crece a la par de la inflación, la corrupción y los episodios de escasez. En cualquier país medianamente civilizado la mayoría de los ministros hubieran recibido un voto de censura del Congreso y buen número de ellos hubiese sido destituido. Aquí cuando fracasan en su gestión son transferidos a otro para que sigan destruyendo. Al final uno concluye: la incompetencia es parte esencial de la política del gobierno. Su objetivo, arruinar, destruir, abatir la moral pública, generar terror, debilitar las ideas democráticas y eliminar la educación obligando a los jóvenes a repasar sus textos a la luz de las velas. La pobreza, el caos y la destrucción alimentan el proceso. Un pueblo próspero jamás pensaría darle apoyo a un gobierno que destruye todo lo que toca. Pero frente a la incompetencia del gobierno se yergue también la de la oposición que en lugar de crear uno o dos partidos con alguna fuerza, sigue pulverizada en microunidades que lucen poco atractivas para la enorme masa de descontentos.
Artículo de opinión
Martes, 24 de noviembre de 2009
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