jueves, 12 de noviembre de 2009

José Mayora \\ El regreso de la bodega de la Esquina

La Bodega de la Esquina fue un programa emblemático de la Caracas que se imaginaba la vida a través de la radio. Su propietario, Cleto Quiñones, era un viejo afable y algo sordo, quien contaba con la ayuda de un dependiente, alocado y veladamente irrespetuoso, interpretado por Amador Bendayán. Las transacciones se hacían en porciones más o menos equitativas: una puya de manteca; dos cuartillos de papelón; medio de azúcar; una locha de sal; un real de pescado salado. Los artículos de higiene personal como la totuma y el estropajo, se vendían por unidad, mientras que Las Llaves y Lavasol, jabones para bañarse y lavar la ropa, se detallaban. Don Cleto iba memorizando los artículos a despachar y, finalmente, los anotaba en el mismo papel donde los envolvería, usando para ello un lápiz que se colocaba en la oreja.

Las habilidades de Don Cleto, que eran muchas, no le permitieron vislumbrar la evolución de las bodegas hasta el hipermercado. Su horizonte vital se agotaba en el barrio. Mucho menos se imaginaría que en un futuro lejano, esa Venezuela primitiva, tendría suficiente capacidad adquisitiva para comprar y colocar en el espacio un satélite. Es más, Don Cleto jamás llegó a saber qué era un satélite.

Afortunadamente, los venezolanos decidieron superar esa Venezuela pulpera. Para ello debieron formar los antónimos de Cleto Quiñones, pues no se imaginaban al país gobernado por un homónimo suyo. A Dios gracias, hubo líderes que salieron del país por voluntad propia u obligados por las circunstancias, que leyeron, que estudiaron, que vieron de cerca lo que hacían otros, que se propusieron luchar por una democracia y lo lograron, que desarrollaron una visión planetaria y sacaron a Venezuela del siglo XIX.

Los venezolanos que crecieron en ese proceso decidieron caminar hacia el primer mundo. Sin embargo, sin dudar de su voluntad de progreso, cometieron algunos errores y trataron de enmendarlos dándole la oportunidad a quien pensaron sería el émulo de Simón Macabeo. Cuan equivocados estaban, pues el líder emergente llegó a desandar: ¡vuelvancaras! Para el asombro de muchos, Venezuela comenzó a cambiar. De una visión planetaria retrocedimos a una visión cuartelera; de la lucha social regresamos a la conspiración y el golpismo; de una visión cosmopolita retornamos al parroquialismo retardado; de la autodeterminación ciudadana pasamos a la imposición de conductas superadas; de la humildad del saber bajamos a la prepotencia de la ignorancia; de la honradez de la palabra giramos hacia el verbo cínico.

Es posible que esa retrogradación no haya concluido, pues aún no hemos tocado fondo: ¡siempre podemos estar peor! No obstante, lo inteligente es que nos vayamos preparando para un futuro probable y cercano. Aparte de otras medidas pertinentes, sugiero que hagamos acopio de la mayor cantidad posible de sencillo pues, por los vientos que soplan, las compras del diario las tendremos que hacer en ¡la bodega de la esquina!

Artículo de opinión
El Universal, 12 de noviembre de 2009
mayora.j@gmail.com

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