Llegamos al llegadero: a la profundización de la represión. Presos políticos, el dedo del juez supremo que continúa sentenciando, el cultivo del odio contra la oposición, la agresión contra manifestantes, la clara criminalización de la protesta política, el recurrir a un enemigo extranjero para justificar disparatadas acciones, son algunos de los síntomas de la situación que vivimos y que anuncian tiempos muy difíciles para todos. Para todo el país.
Para la oposición y para quienes apoyan al régimen.Cada día que transcurre está más claro que el régimen, desbocadamente, se entrampa él mismo en una lógica fatal que lo conduce irremediablemente a profundizar su intolerancia y agresividad. Está también muy claro que más de la mitad de la población, además de estar acosada por males como la inseguridad personal y la inflación, se siente amenazada en su libertad por las constantes declaraciones del Presidente y sus más cercanos colaboradores. A pesar de las amenazas, buena parte de esa población no parece estar dispuesta a dejarse arrinconar ni a resignarse a obedecer mansamente la voluntad de quienes detentan el poder formal.
Es más, la reacción ante las abiertas amenazas de prisión para quienes manifiesten y ante la violencia física indican que, si alguna vez el miedo fue una opción, el miedo se perdió.Las circunstancias exigen que todos estemos plenamente conscientes de que los desastres causados por los enfrentamientos políticos comienzan en pequeño. Unas bombas lacrimógenas lanzadas a algunos manifestantes, unos periodistas apaleados, una arenga aparentemente intrascendente de un militar fanático, unos opositores presos por supuesta rebelión o desorden público. Así, poco a poco, la violencia va escalando y van escalando las reacciones: más protestas, más manifestaciones, más indignación.
Y más represión y más reacción. Y cuando nos percatemos, estaremos hundidos en un macro desastre que a todos nos envolverá.La violencia escala a una velocidad crecientemente acelerada. Algunos pacifistas radicales dirán que todos tenemos la responsabilidad de hacer algo para detener esa escalada. Eso es verdad, pero la mayor responsabilidad está en manos del Gobierno, y en la Venezuela de hoy el discurso más violento, de mayor incitación al odio, lo tiene el Presidente. Unos cuantos de sus adeptos siguen, fanáticamente, su ejemplo. Cuando tal cosa ocurre y no hay separación de poderes, por lo que los tribunales hacen lo que el Ejecutivo les ordena, la situación se torna alarmante.Una vez que se desata la represión cargada de odio, quien la desató no puede detenerla.Está condenado a alimentarla porque consciente o inconscientemente sabe que, si lo hace, puede ser desplazado del poder. Sólo le queda tratar de ser más eficaz en su esfuerzo represivo, lo que siempre implica radicalizarse en el uso de la violencia.
Porque la Historia así lo indica, no todos los que participan en un gobierno comparten su proceder. Por no se puede caer en el error de percibir al gobierno ni al partido que lo apoya como algo absolutamente coherente y cohesionado. Tiene que existir lo que más de una vez me he permitido llamar el "chavismo sensato". Parece que ese sector del oficialismo todavía tiene en sus manos la posibilidad de actuar, para evitar un desastre en la sociedad de la cual ellos son parte. ¿Qué pueden hacer? No lo sabemos.Mal podemos saberlo quienes estamos muy lejos del Gobierno y su liderazgo para conocer intersticios, posibilidades y oportunidades para detener la locura, una locura que con seguridad causará daño a buena parte del país, incluyendo a ese chavismo sensato. Ojalá que ni el miedo ni la negligencia le impidan actuar ahora. Es su última oportunidad.
Artículo de opinión
El Universal, 3 de septiembre de 2009
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